[dropcap]H[/dropcap]asta un tiempo no muy lejano la ciudad estuvo cercada por murallas: Cerca Vieja fue una y Cerca Nueva, la medieval, fue la otra que, con sus trece puertas y algún que otro postigo de importancia, iría desapareciendo poco a poco hasta quedar de manera testimonial al llegar los primeros años del siglo XX.
Caminar por el interior del recinto amurallado suponía dar dos pasos y tropezar con los sólidos muros y petreas paredes de conventos cuyas ventanas eran asfixiadas por rejas de hierro salteadas con pinchos, infranqueables incluso para la vista. El sólido trenzado confería a esos aposentos de clausura una vocación íntima y privada; pero en ocasiones ese obstáculo peligroso era el impedimento ante cualquier deseo de huida o el freno ante el ímpetu de recuperación de un amor arrancado a la fuerza.
Quiso donar Juana Rodríguez Maldonado su casa particular, de gusto mudéjar, para cobijo de vocaciones y asilo de mujeres de mejor cuna («las dueñas»). El actual Convento de Religiosas Dominicas Santa María de las Dueñas se fundó en 1419 y de 1533 datan su claustro y la iglesia. La admiración del recinto, su quietud, paz, tranquilidad, serenidad y encontrarnos casualmente tras una de sus ventanas, hizo que estos pesquisidores se plantearan cómo sería mirar «a través de».
Y como de milagros no estamos sobrados quisimos ir a presenciar uno; cosas del tiempo y que esta ciudad es «muy grande» (entendámonos, no por tamaño), llegamos tarde.
La zona en cuestión es el territorio repoblado por los castellanos, siglo XII, con la iglesia que el Fuero menciona como Sanc Bonal (San Boal), santo de gran devoción por aquél entonces y que se procesionaba en las rogaciones de mayo para la prosperidad de los campos. El templo fue reedificado en 1740 por Juan Antonio de Guzmán, escenario del conocido «milagro de resurrección» (1768) de aquella señora que destacó por su bondad y generosidad hacia enfermos y desfavorecidos; María Manuela Nieto de Silva y Guzmán (María Moctezuma, marquesa de Almarza) se llamaba, descendiente de Moctezuma II. ¡No quién sino qué también volvió a la vida tras un período de restauración y conservación recuperando en 2018 su esplendor: el retablo!
Y a propósito de conservación (de casualidad), de esplendor (total) y ya menos negruzca (pues llegó a ser carbonera), encontramos la «joya escondida» que fue víctima de la explosión (1812) del cercano polvorín. El Convento de San Francisco el Real lo fundó en 1231 un discípulo de San Francisco de Asís y diez años más tarde inició su construcción. Altivo está el ábside principal de un edificio religioso que es el único ejemplo de principios del estilo gótico; sencillez franciscana en sus ventanas y recuerdos del románico en los canecillos de cornisa cuyas caras parecen cantar: «Salamanca la blanca quien te mantiene, cuatro carboneritos que van y vienen» (que dice nuestro folclore).