[dropcap]El[/dropcap] veterano periodista Miguel Ángel Aguilar, curtido en mil batallas ya desde antes de la transición democrática -formó parte de la redacción del diario “Madrid”, aquel periódico materialmente dinamitado por la dictadura del general Franco– se ha referido en diferentes ocasiones a la pulsión que en un momento dado induce a un determinado partido “a poner en marcha su propia maquinaria infernal de perder las elecciones”.
El primer ejemplo en la etapa democrática fue la Unión de Centro Democrático (UCD) con la que Adolfo Suárez consiguió sacar adelante la reforma política plasmada en la Constitución Española. Pese a desempeñar con éxito esa delicada misión y disponer de la argamasa del Poder, las ambiciones y deslealtades internas condujeron a UCD a un proceso de autodestrucción que sirvió en bandeja la aplastante victoria electoral de Felipe González en 1982.
Si no tan drásticos como para llevar a un partido desde el Poder a la desaparición, ha habido después notables ejemplos de cómo dilapidar en muy poco tiempo un gran caudal político. Uno de ellos lo protagonizó sin duda Rodríguez Zapatero, quien, tras una primera legislatura de incontestables logros sociales, en su segunda se empeñó en no reconocer la crisis y, cuando ésta lo atropelló, entró en pánico, dió la espalda a su electorado y concluyó su mandato como auténtica alma en pena. El resultado es que en 2011 el PSOE perdió más de 3 millones de votos, regalando a Mariano Rajoy una mayoría absoluta.
Ciudadanos, al borde del abismo.- Mientras Casado, devenido ocasionalmente en centrista moderado, se apresta a recuperar buena parte del terreno perdido, el ahora atrapado en la “maquinaria infernal de perder las elecciones” es Albert Rivera. La fatídica maquinaria comenzó a ponerla en marcha con ocasión de las elecciones de abril, en las que, cegado por los sondeos, decidió disputar a Casado el liderazgo de la derecha. Y para hacer creíble dicha vocación, extendió un “cordón sanitario” hacia el PSOE, permitiéndose dudar hasta de su constitucionalidad. Por su parte, Rajoy, entre el desgaste electoral por sus duros ajustes sociales, el cerco de la corrupción de su partido y su miopía ante el procés catalán, consiguió pasar a la historia como el primer político desalojado por una moción de censura. Y por muy onerosa que fuera la herencia recibida, yo no restaría mérito en este ranking a Pablo Casado, cuya disparatada campaña electoral del pasado mes de abril condujo al PP al catastrófico resultado de sus 66 diputados, mínimo histórico difícilmente empeorable.
Al poner todos los huevos en la cesta de la derecha, Rivera se quedaba sin margen de maniobra para contribuir después al desbloqueo, renunciaba a la transversalidad que se le supone a un partido que se define liberal reformista y, en definitiva, desnaturalizaba el proyecto original, provocando la cadena de deserciones ya conocidas. Y para colmo, el partido que abanderaba “la regeneración democrática”, se encamaba sin reparo ni recato con el PP sin importarle sus antecedentes corruptos.
De confirmarse el desplome que le auguran los sondeos, Ciudadanos, el partido que comparte con el PP la Junta de Castilla y León, puede llegar a perder los ocho diputados del Congreso obtenidos el pasado 28 de abril en las circunscripciones de la comunidad. Ya se apuntó aquí hace varias semanas que siete de esos ochos diputados estaban en el alero a poco que el PP siguiera succionando votos a Ciudadanos. Y el único que parecía a salvo -el de Valladolid, donde al elegirse cinco escaños, la tercera fuerza política tiene muy asequible la obtención de un diputado- puede volar si Vox o Unidas Podemos se alzaran con esa preciada tercera posición. El caprichoso caudillismo de Rivera ha conducido a Ciudadanos al borde del abismo. Los últimos sondeos sitúan al partido por debajo de un 10 por ciento en intención de voto, viéndose superado tanto por Podemos como por Vox, partido este último que se rearma gracias al giro al centro con el que Casado pretende recuperar el grueso del electorado fugado en su día al partido naranja.
Salvo en Salamanca, donde lo normal es que el escaño de Ciudadanos pase al PSOE, en las demás provincias el PP sería el gran beneficiado por la debacle de la formación naranja.
Si bien la errática, desconcertante y caprichosa actitud de Rivera se ha bastado y sobrado para asomar a Ciudadanos al abismo, desde luego la trayectoria seguida por el partido en Castilla y León a partir de sus pactos con el PP no ha hecho nada por paliar su desplome. En entregas anteriores ya hemos ido detallando aquí el bochornoso espectáculo brindado por el partido naranja al compartir con el PP un obsceno reparto de Poder en cuantas instituciones han tenido ambos ocasión.
El incendio provocado por el plan de suprimir la atención médica en los consultorios locales puede que haya constituido un punto de inflexión, a partir del cual Mañueco se haya percatado de que tiene como número dos de la Junta a un verdadero pirómano. Solo un incendiario vocacional es capaz de prender una mecha así a un mes de unas elecciones generales y, aunque el PP ha conseguido desactivar momentáneamente la deflagración, no existe la menor garantía de que en cualquier momento el pirómano vuelva a las andadas. Un pirómano con Poder.- Capítulo aparte merece el patológico egocentrismo exhibido por su máxima cabeza visible, Francisco Igea, un personaje voluble especialista en embarrar el terreno a base de pisar toda clase de charcos, y al que el presidente de la Junta había cedido estos primeros meses todo el protagonismo mediático. Lejos de verse concernido por las constantes inconsecuencias de Igea, da la impresión de que Fernández Mañueco se ha visto complacido, pensando que ellas tan solo deterioraban a Ciudadanos, el socio que a la vez es el adversario político. De paso creería que, por cuestión de mero contraste, la figura del presidente ganaba prestancia.
Más allá de su incontenible e insufrible verborrea, Igea manda en la consejería de Sanidad, y a Ciudadanos, que carece de implantación alguna en el mundo rural, le importa muy poco abandonar a su suerte a la población dispersa en ese ámbito. Por el contrario, Mañueco y el PP conocen muy bien el alto coste político pagado en su día por la supresión de las guardias médicas nocturnas en un puñado de localidades de la comunidad, un recorte minúsculo al lado del que se trae entre manos la actual consejería de Sanidad. Mañueco tiene al lado una bomba de relojería y al parecer hasta ahora no se había dado cuenta.