[dropcap]V[/dropcap]uelve, en regresos tensamente apáticos y aburridos, la monserga electoral con cierto olor a tocinada. Y es que comienza el batiburrillo de promesas a la carta, con el único propósito de que las gallinas no se salgan del corral, no vaya a ser que aprendan a poner el huevo en cualquier rincón extraño.
Es para echarse a temblar si pensamos en la que nos han metido otra vez quienes, por tener intelectualmente reblandecida la mollera, se alzan como dioses de papel sobre el reinado inacabable del soporífero tinglado electoral.
El espectáculo de mítines que se avecina, volverá a ser ese pésimo montaje teatral al que solo acuden ataviados de banderas los forofos partidarios, para cubrir el expediente con esa sonrisa de pose que, detrás del señor candidato, formará parte de la anodina escena de cualquier telediario.
La cita de noviembre, que debería ser la gran fiesta de la democracia, emulando aquellas elecciones de los primeros tiempos, se está trasformando en un reencuentro con nosotros mismos, en la cola irritante que nos va llevando hacia las urnas. Todo porque una pésima hornada política no es capaz de sentarse en la mesa de los acuerdos para representar de una puñetera vez a los sufridos ciudadanos, que por hartura electoral, cualquier día (cosa nefasta) pueden tomar las de Villadiego.
Posiblemente esté llegando la hora de dar una buena lección a estos inquilinos de nuestra hacienda democrática, cambiando nuestro voto. No estaría mal que pudiésemos desligarnos de esa pertenencia cerril a una idea, que no ha sido bien sostenida por quienes recibieron durante años nuestra confianza.
Llegar hasta este momento histórico, con todo lo que representan los conceptos intocables de la convivencia, cuando menos es para preocuparse. La justicia, la sanidad y la enseñanza no pueden estar con tanta fragilidad en manos de un destino caprichoso o de quien llega a la Moncloa para tomar el rumbo interesado del partido que logra, bajo su dirección, tocar el pelo del poder.
Pero estando hasta las napias de estas convocatorias electorales, que una y otra vez nos convierten en ridículas marionetas del antojo político, no debemos olvidar que estamos viviendo el periodo de paz y armonía más largo de nuestra historia. Por ello, pese al cabreo lógico y general, nuestro voto es el único antídoto que tenemos contra las pesadillas que aún mantienen las mentes retorcidas que ansían resucitarnos el pasado.