Opinión

Comentario de Ramón Tamames al libro La barca de Caronte

Recuerde el alma dormida,

avive el seso e despierte

contemplando…

En tiempos de grandes tensiones políticas casi por doquier, de horizontes recesivos en lo económico, de grandes peligros para el planeta por la amenaza nuclear y el cambio climático, y de preocupaciones filosóficas ubicuas, el libro La barca de Caronte, que nos anuncian sus dos autores –Francisco López Muñoz y Francisco Pérez Fernández—, nos llega como un trabajo esforzado e interesante. Podríamos decir que en busca del alma dormida, que evocó Jorge Manrique, y del alma despierta del Discurso del Método de Renato Descartes.

Y he aquí que los autores, un médico eximio y un filósofo preclaro, me pidieron un prólogo. En una senda de tareas, que casi inevitablemente voy recorriendo desde hace años, hasta el punto de que ahora empiezo a verme un poco como Don Prolegorio: el afectuoso nombre que algunos asignaron, con sentido humorístico, al Dr. Gregorio Marañón, en tiempos de vida del gran médico, por la gran cantidad de proemios que escribió para tantos conspicuos escritores.

Por las biografías de los autores, que en su día figurarán en las solapas del citado libro, se verá por los lectores de este trabajo que los dos Franciscos (López-Muñoz y Pérez-Fernández), son investigadores en multitud de facetas del cuerpo y del alma, llegando ambos en fructífera convergencia a esta obra de madurez. En lo que es un largo excurso por los dominios de lo que antes llamábamos todos el alma; y que ahora se denominan más frecuentemente mente humana, intelecto, sistema nervioso, o impulsos eléctricos, y simplemente, cerebro. Claro es que en un proceso que en nuestro horizonte de nuevas exploraciones, podrían culminar, de momento, en el Proyecto Brain, planteado por el Presidente Obama, y que dirige el español Dr. Rafael Yuste.

Creo que está bien que un Doctor en Medicina y Cirugía, y un Doctor en Filosofía, hayan aunado sus esfuerzos para llegar a producir un trabajo conjunto en verdad admirable. En el que se tienen en cuenta, virtualmente, todas las aportaciones a un tema, que debatimos por lo menos desde los tiempos de Platón hasta hoy mismo. Una cuestión, pues, prácticamente eterna en el repertorio de las preocupaciones humanas.

Casi tengo por seguro que los dos autores del libro de Caronte me pidieron el prólogo por mi reciente obra Buscando a Dios en el universo (Erasmus, Barcelona, 2018), también un excurso en el que, en vez de seguir la revelación, o el misticismo, se trata de discernir si Dios está detrás de los movimientos que formaron el universo que vamos conociendo: desde el propio nacimiento del espacio-tiempo con el Big Bang, hasta el día de hoy. Una búsqueda, la mía, ciertamente no resuelta, pero sí con intuiciones significativas, con la referencia (en la sexta edición) de por lo menos ocho Premios Nobel de Física que sí creen que puede haber una inteligencia superior.

Con el juicio que me es muy próximo, de que los humanos estamos siendo observados, como si nos desenvolviéramos en un planeta de montaje (Isaac Asimov dixit), en el que hay casi 8.000 millones de seres humanos, sin que se sepa a ciencia cierta del microcosmos del conjunto psicosomático de cada uno.

* * *

El título del libro de los Dres. López Muñoz y Pérez Fernández, La barca de Caronte, se corresponde, obviamente, con el célebre mito helenístico: la hora de cruzar la laguna Estigia, pagando al barquero una dracma por pasar a la otra orilla. Lo mismo que hacen todavía muchos griegos, al poner una moneda (seguramente ya un euro) en la mano de los extintos para que el barquero les deje embarcarse. Es una buena imagen, la escogida por los autores, que se fijaron en ese momento, tan decisivo, de cruzar la procelosa corriente hacia un más allá incógnito, ya no en cuerpo vivo, sino en un tránsito del alma liberada de sus excrecencias corpóreas.

Dentro del libro hay un profundo sentido filosófico, científico, planeando sin que llegue a abrumar, la idea de unos sentimientos religiosos que se van difuminando en la sociedad cada vez más laica. Pero respetando la idea, de muchos, de que sí es posible salvar el alma para una vida eterna, y llegar otra vez al paraíso perdido, de cuando el Pantocrator expulsó a la joven pareja del jardín del Edén.

Sobre el concepto de alma, tengo el recuerdo –y figura como una cita en mi libro Fundamentos de Estructura Económica—, de que el gran médico que fue Hipócrates, quien ya se fijó en el hecho de que dentro del cuerpo hay unas fuerzas formidables para su defensa, gobernadas por el cerebro, donde él vio la verdadera guarida que aloja al alma.

Aquel sabio impresionante, se dio cuenta, por primera vez, del fenómeno de la inmunología, con todo un ejército de defensores del propio cuerpo a su servicio de una vida humana a veces muy larga. Hasta el punto de que la Medicina consistía, para él, y en buena parte, en permitir que la Naturaleza reaccione contra la enfermedad; con sus propios y poderosos medios, que hoy llamamos antígenos, haciendo posible la curación. En ese sentido, creo que Hipócrates es un buen antecesor de Descartes, que 1.500 años después situó el alma no en el cerebro, sino en la glándula pineal, de donde surgió su genial cogito ergo sum.

Y habrá de hacerse también una referencia a Francisco de Asís –del hermano lobo, hermana luna—, cuando hizo aquella figuración de que el cuerpo es un asno esforzado y paciente, sobre el que cabalga el alma, a veces implacable con su montura. En una visión ascética del cuerpo –lo contrario del hedonismo—, que quedaba reducido a transportar sin nada que decir. Sencillamente porque para la salvación hacia la eternidad era necesario dedicar el pensamiento a las buenas acciones, aun a costa del sufrimiento de huesos, articulaciones y nervios, no de nuestro ángel de la guarda, sino del maltratado rucio que nos lleva.

* * *

En definitiva, el concepto de alma nos penetra por todas partes. Así, un desalmado es una persona ruin, que no respeta las obligaciones y los derechos para con los demás, ignorando el privilegio que se le ha otorgado de ser pensante. Y también habría que recordar aquello de que el alma permite la expresión del amor total: te quiero con toda mi alma, como la Elisa Suárez, compañera del conquistador Valdivia, representada por Isabel Allende. O del dolor más pronunciado, como decía Unamuno: “Me duele el alma, me duele España”.

Por lo demás, para los antiguos, el alma es lo que más valía. Algo que expresado en términos marineros, no tan ajenos a Caronte, se supo inscribir en el anglosajón SOS en alfabeto Morse: save our souls. Sin olvidar que el alma fue igualmente un concepto demográfico, ya hoy en desuso, como veíamos en las largas y pensarosas novelas de los grandes escritores rusos, al hablar, por ejemplo, en Dostoievski, de la provincia de K, poblada de 100.000 almas

En fin de cuentas, la existencia del alma, nada lúdicas, es algo parecido a la de Dios, porque lo que anima nuestro cuerpo es precisamente el alma. Y eso se manifiesta en el neologismo helenístico entusiasmo, que proviene precisamente de la conjunción de dos fonemas de la lengua de Homero: enth/Zeus. Es decir, que llevamos un dios dentro de nuestro cuerpo, que podría ser, precisamente, el alma.

Es lo que planteó en cierto modo Asimov, en su novela Los propios dioses, donde el gran científico y autor de ficción científica (y no ciencia ficción como mal se dice), previó posible la existencia de un más allá, en sistemas cuánticos difíciles de conocer todavía.

Como demuestran López-Muñoz y Pérez-Hernández, experimentalmente, hemos avanzado mucho, en términos de certidumbre de muchas cosas que anteriormente fueron más o menos míticas. Creando nuevos mitos de cara al futuro, como el planteado por Ray Kurzweil – ahora trabajando para Google en temas de inteligencia artificial—, sobre la inmortalidad. O también si realmente hay un túnel, con blanca luz al final, que comunica la vida terrenal, con otra subsiguiente del alma en el futuro; como sostiene, con muchas imprecisiones, el Dr. Even Alexander, cuando se refiere a los ECM (episodios cercanos a la muerte).

La ubicación del espíritu en distintos lugares del cuerpo, desfila a lo largo de los nueve capítulos del libro de López-Muñoz y Pérez-Fernández, con una bibliografía que parece casi exhaustiva. Es uno de los temas centrales de la obra, que nos lleva desde la mencionada ubicación en el órgano pineal, según Descartes, hasta las grandes aventuras de la anatomía, fisiología, y citología. Que se abrieron con las investigaciones de Cajal, nuestro Premio Nobel de Medicina de 1906, que supo verla en las neuronas en sinapsis, algo más complejo que el propio universo. Hoy continuadas con los trabajos Brain, ya referidos. Como también eso se refleja en los nueve capítulos del libro La barca de Caronte, que son un muestrario, valga la expresión, de toda clase de opiniones científicas sobre los diversos temas relacionados con el alma.

* * *

Para terminar, daría mi opinión sobre el alma, que parece se circunscribe a la visión de la mente humana, modelizada conceptualmente con el hardware que puede considerarse el sistema nervioso, y el software que a él vamos incorporando a lo largo de la vida. Con programas que percibimos desde la más tierna infancia de nuestra madre, hasta casos como la conferencia que yo tuve ayer el placer de asistir, en la Fundación Areces, del Prof. Juan Ignacio Cirac. Español, Director del Instituto de Óptica de Múnich, quien nos ilustró sobre el ordenador cuántico; algo que nos puede aclarar muchas cosas en los temas que nos vienen ocupando a propósito de las hazañas del legendario Caronte.

Pero además de frutos del evolucionismo en un campo así, ha de recordarse lo que dijo Russell Wallace: es difícil pensar que el cerebro humano sea resultado sólo de la selección natural, del azar y la necesidad; o como decía el propio Charles Darwin, hay funciones, como la visión ocular humana, inexplicables en su proceso de configuración. Sin olvidar lo que manifestó el Prof. Collins, cuando se refirió al ADN y sus cuatro letras como el alfabeto de Dios. En frase que repitió varias veces el propio Presidente Clinton al presentarse los resultados de los estudios sobre el genoma humano.

Teniendo en cuenta todo eso, podemos considerar que el trabajo de López-Muñoz y Pérez-Fernández es una aportación de indudable interés para los que estamos en la búsqueda de destinos y orígenes. Y que preferimos tener bien abiertos los ojos, los oídos y la mente –poniendo en todo ello el alma—, en vez de ser viajeros perdidos en itinerarios sin metas para el avance de la Ciencia.

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