[dropcap]M[/dropcap]irando complacientes esta ciudad, ajenos a cualquier crítica, puede depararnos un ataque de placidez único e irrepetible. Sus piedras con sabor a eternidad y los increíbles paisajes monumentales, nos aportan esa dosis de sosiego tan necesario para seguir alimentando las rutinas.
El problema surge cuando desviamos la mirada hacia esa chepa de la ciudad oculta, que le dobla la espalda con el enorme peso de sus realidades. Y es que detrás de los oros capitalinos que pule el sol con sumo celo, se esconden sus lamentables miserias.
En el atardecer de cualquier fin de semana, podemos comprobar la más patética de sus sombras. Es esa hora de la partida, de la huida de nuestros jóvenes hacia otros lugares, donde es posible dar rienda suelta al imparable trote de la vida.
Todo porque en esta tierra lactada por las humanidades y un costumbrismo único para darnos golpes de pecho, es imposible encontrar un trabajo digno que sustente la esperanza.
Aquí (es triste decirlo y peor reconocerlo) no hemos sido capaces de ser autosuficientes a la hora de generar empleo para que nuestros chavales moren en esta tierra.
La formación que recibieron en los espacios universitarios que andan festejando tiempos repletos de gloria, riega en otros lugares, con el conocimiento adquirido en ellos, el tinglado vital de ajenas economías.
Pero si miramos más abajo del ombligo histórico que con tanta alegría nos regalamos, podemos comprobar que cerca de nosotros se pasean otras negruras con sabor a esquina y tristeza. Paisajes urbanos que tratan de esconder (cada vez con menos éxito) a los invisibles convecinos que fueron secuestrados por la mala suerte de una pobreza que se expande entre nosotros como una plaga.
Cáritas y otras ONG’s vienen avisando de esa vida oscura que delata el fracaso social de nuestro tiempo, donde los más débiles sufren sus consecuencias.
Y ante este lamentable tejido social que sufrimos, es fácil suponer que el arreglo no puede ir más allá del parche ocurrente que solo sirve para que se nos acatarre más la impotencia.
No vendría mal que los rastreadores de votos y promesas, abandonasen la bisutería lenguaraz, para embarcarse, con criterio, en estas problemáticas que siembran por estos pagos la mies sangrante de la injusticia.
Claro que reconocer la endeblez política que sufrimos sería quedarse en pelotas ante el frío helador de la invernada que rapa el cutis de las caretas como si tal cosa.