[dropcap]U[/dropcap]n pan como unas hostias. A tenor de los resultados del 10-N, esto es sin duda lo que hizo Pedro Sánchez el pasado verano al no apurar las posibilidades de acuerdo con Unidas Podemos y apostar por la celebración de nuevas elecciones generales.
A la hora de evaluar los riesgos de la repetición electoral, Sánchez no ignoraba que en octubre habría sentencia condenatoria contra los líderes del “procés”, pero calculó erróneamente el alcance de la respuesta por parte del secesionismo catalán. Dio por descontado que los independentistas desplegarían toda su capacidad de movilización ciudadana en contra de la sentencia del Supremo. Pero él, que abogaba por la “desinflamación” del conflicto, ni por asomo pensó que la protesta fuera a incendiar la calle con unos disturbios públicos sin precedentes que iban a situar a Cataluña en el eje de la campaña electoral. Ni él ni nadie, todo hay que decirlo, contemplaba un escenario como el que ha dominado este otoño la política española.El dirigente socialista se dejó seducir por determinados cantos de sirena, sin prever el alcance de las tormentas que podían arreciar en otoño. Los sondeos internos pintaban entonces un panorama muy favorable al PSOE, que se situaba en torno a los 140 diputados y con perspectivas de ensanchar su base electoral por ambos flancos.
Desde Moncloa-Ferraz se pensaba que Pablo Iglesias pagaría en las urnas los platos rotos del desacuerdo de la izquierda, al tiempo que los socialistas podían pescar en el agitado caladero electoral de Ciudadanos, donde no todos sus votantes compartían el brusco bandazo a la derecha, cordón sanitario contra el PSOE incluido, decidido por Albert Rivera.
Cierto que el PP ha recuperado terreno. Solo hubiera faltado que no lo hiciera tras sus catastróficos resultados de abril, cuando perdió más de 3,5 millones de votos y más de la mitad de sus diputados (de 137 a 66). Pero la recuperación ha estado muy por debajo de las expectativas alentadas por el propio Casado, quien, a raíz de que los sondeos otorgaran a su partido alrededor del centenar de escaños, comenzó a hablar de “empate técnico” entre PP y PSOE. Por ello, y habida cuenta de la espectacular debacle sufrida por Ciudadanos, el avance electoral del PP no es precisamente como para tirar cohetes.Casado tampoco calculó el renacido “efecto Vox”.- Tampoco Pablo Casado, al que la inflamación catalana se le ha vuelto asimismo en contra en la medida que ha sido determinante para catapultar electoralmente a Vox en detrimento de las expectativas de crecimiento del propio PP. Creyó que la “extrema derecha” (así calificó al partido de Santiago Abascal tras la resaca electoral de abril) había tocado techo y que, lejos de avanzar, Vox se estancaría o incluso iría perdiendo respaldo.
En consecuencia, enfocó su estrategia hacia la recuperación del antiguo voto del PP fugado a Ciudadanos, para lo cual Casado se disfrazó de centrista y moderado, cambiando el discurso antediluviano de abril por otro más templado que no espantara al votante moderado. Y para ello no dudó en prescindir de su auténtico espejo y mentor político, José María Aznar, y recurrir a la figura de Mariano Rajoy, todo un viraje que incluyó el desembarco como número dos por Madrid de la ex ministra y ex presidenta del Congreso Ana Pastor, máxima exponente del marianismo denostado seis meses antes desde Génova.
Sensación agridulce en el PP de Castilla y León.- En Castilla y León, el desplome de Ciudadanos, socio y muleta del PP en el gobierno autonómico, ha sido aun más pronunciado que a nivel nacional. Le han abandonado nada menos que el 64 por ciento de los electores que en abril le proporcionaron 8 escaños en el Congreso. Los 287.468 votos (18,89 por ciento) obtenidos entonces han quedado reducidos a 104.139 (7,56%), dejándose por tanto en el camino la friolera de 183.329 votos. Con ello ha pasado a ser la quinta fuerza política en la comunidad, por debajo de Unidas Podemos, que con 128.099 votos (30.426 menos) se ha situado en cuarto lugar.Y que decir del partido de Albert Rivera, protagonista del mayor desastre electoral registrado en España desde el hundimiento de la UCD en las elecciones generales de 1982. Un descalabro que los dirigentes de Ciudadanos se han ganado a pulso al seguir, cual secta suicida, la deriva de su iluminado líder. El 10-N ha condenado a la irrelevancia a un partido atrapado en un proceso de autodestrucción digno de analizar en las Facultades de Ciencias Políticas. Para mayor inri, Rivera, en comandita con Casado, ha contribuido activamente a alimentar al monstruo de la ultraderecha a base de blanquearlo a través de los sucesivos pactos tripartitos en Andalucía, Madrid (Comunidad y Ayuntamiento) y Murcia. Sin percartarse además de que Cataluña, en su día la gran palanca política de Ciudadanos, iba a jugar ahora ese papel a favor de Vox.
Tras su histórico descalabro en abril, el PP ha vuelto a ser el partido más votado en la comunidad, al imponerse al PSOE por un estrecho margen de votos (436.510 frente a 430.587). En porcentaje ha mejorado su resultado en un 5,67 por ciento, que viene a ser aproximadamente la mitad del 11,33 por ciento perdido por Ciudadanos. Sin embargo, su crecimiento en votos no guarda esa misma relación, ya que solo ha sumado 40.644 votos más que en los anteriores comicios. Entonces solo fue la fuerza más votada en Salamanca y Soria, y ahora lo ha sido también Palencia, Zamora y Ávila. Su recuperación se concreta en la recuperación de tres nuevos escaños (Valladolid, Burgos y Palencia), que añade a los 10 obtenidos en abril, cosecha aún lejos de los 18 con que contaba en 2016 y también de lo que eran sus propias expectativas de estas elecciones. De ahí que compartan la misma sensación agridulce que el PP nacional.
Aunque se ha visto rebasado por el PP, el PSOE de Castilla y León ha aguantado el tipo mejor que en el conjunto de la comunidad. De hecho, pese a haber perdido 22.812 votos, ha conseguido mejorar su porcentaje hasta 31,24 por ciento, tan solo un 0,43 % inferior al registrado 31,67 obtenido por el PP. Los socialistas han renovado exactamente los 12 escaños obtenidos en abril, manteniendo su condición de primera fuerza política en Valladolid, León, Burgos y Soria. Su gran contratiempo se ha producido en el Senado, donde el PP ha dado la vuelta al resultado anterior. Con un crecimiento en votos y porcentaje similar al del PP, Vox ha rentabilizado mejor la debacle de Ciudadanos. Con 42.825 votos más que en abril, el partido ultraderechista se ha encaramado a la tercera posición, con un porcentaje del 16,66 por ciento, suficiente para obtener representación en seis provincias (Valladolid, León, Salamanca, Zamora, Ávila y Segovia), que, podían haber sido 8 de no haber flojeado en Palencia y Burgos, las únicas en las que ha bajado del 15 por ciento.
Favor de Vox al PP en el Senado.- A expensas de algún cambio de última hora, los populares sumarían tres senadores por Salamanca, Ávila, Palencia, Segovia y Zamora y otros dos por Valladolid, León, Burgos y Soria, provincias estas últimas en las que PP y PSOE han empatado a escaños. Con ello el PP, que partía de 17, totalizaría ahora un total de 23 de los 36 senadores elegidos en Castilla y León, en tanto que los socialistas, al perder seis escaños a manos de los populares, se conformarían ahora con trece.
¿Cómo puede afectar la catástrofe electoral de Ciudadanos y su previsible crisis orgánica a los acuerdos alcanzados con el PP para gobernar la Junta, así como varias Diputaciones e importantes ayuntamientos de Castilla y León? ¿Puede mantener un partido desahuciado por los electores unas cuotas de poder obtenidas a partir de unos resultados que ahora son completamente ficticios? Lo iremos viendo. Factor determinante en este vuelco en el Senado ha podido ser la decisión de Vox de presentar un solo candidato por provincia, circunstancia que, al tratarse de listas abiertas, habría permitido a sus electores completar las otras dos casillas de la papeleta sepia con candidatos del PP.