[dropcap]S[/dropcap]i me lo permiten, en esta semana de resaca postelectoral, me gustaría pasar de la política que por enésima vez nos ha dado la espalda y centrarme en mis reflexiones mucho menos profundas y mucho más trascendentes sobre la vida del día a día.
“Según la mitología griega, Atlas era un joven titán al que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros al cielo tras perder la devastadora guerra entre Dioses y Titanes.”
Pasada esta breve y quizás innecesaria introducción, permítanme decirles que me siento plenamente identificado con todos y cada uno de los Atlas que esta ultima semana he ido viendo por la calle y con sus luchas diarias, pero quizás, el que más me ha impactado, sea un caso cercano qué, como este titan, ha descubierto y sentido en su espalda que luchar contra lo divino se convierte en una carga que te encadena a la tierra de por vida.
He de reconocer que es una persona cercana a la que he visto luchar durante estos últimos tres meses desde que nos volvimos a encontrar y quizá, por eso me es fácil hablar con todo conocimiento y con toda admiración sobre él.
Recuerdo su llamada angustiada y recuerdo notarle mucho más viejo y mucho menos niño, mucho menos risueño y mucho más abatido.Mientras tomábamos ese café cargado de claroscuros y de reencuentros, nos reconocimos que, después de tres años en los que ninguno de los dos había sido capaz de sentirse bien consigo mismo, ambos sentíamos la necesidad imperiosa de liberar la boca y el alma, pero he de admitir que mis problemas empequeñecen ante los suyos.
Recuerdo cómo se encogió el corazón, se me heló la sangre y todos los eufemismos que ustedes quieran añadirle a una prosa cansada de ver como se hiere al que se abre a una vida ingrata.
Recuerdo cómo, sin quererlo empezaba a llorar mientras me contaba como no podía con Zeus y como intentaba luchar contra lo superior, contra sus más enraizadas creencias y contra lo injusto de un sistema permisivo con el más fuerte y que mientras se rompía, por un lado, por el otro aún se esforzaba por presentar digna batalla en un Olimpo cuya única diosa había desaparecido de la faz del universo.
He de confesarles que mis años de preparación en psicología no me han preparado para el aislamiento ante sufrimiento ajeno, pero muchísimo menos para el sufrimiento de alguien cercano. Es triste, pero lo único a lo que acerté aquel día fue a llorar con él y por él, a lamentarme, a sufrir por una persona que conocía como a mi mismo y, por primera vez en años, me sentí tan inútil como el crío que nunca supo como ayudar a quien más quería cuando era pequeño.
Ese día el necesitaba un apoyo, le daba igual quien fuera y allí estaba yo, un inútil emocional tratando de definir siquiera como sentirme ante todo aquello que yo sabía que no queríamos decirnos por vergüenza a vernos llorar otra vez. Lo máximo que hice aquella noche fue escuchar y tender la mano ante la impasividad de sus “Amigos” de siempre, porque a veces ser un “Profesional” no es suficiente, a veces necesitas salirte de tecnicismos y patrones para poder ver que detrás de cada cara se esconde una vida que pugna fuerte por merecer la pena para los demás y para sí mismo y que, a veces, necesitas ser un ser humano que reconoce la valía de una abrazo para salvar una vida.
Aún me escuece ese “Gracias por escucharme, necesitaba soltar lastre” que escupió a la atmosfera cargada de aquel bar como si fuera el máximo honor que podía darle una persona que significa un mundo para todos los demás, aun escuece no haberle respondido “Gracias a ti por confiar en mí, eres un Titán”.
Porque si, aquel café reunió dos partes de un mismo ser volviendo a juntarse, entendiendo que los problemas de uno no existen sin las soluciones que pueda aportar el otro. Y si, desde ese día esas dos mitades están más pendientes la una de la otra, como si temieran que cualquiera de las dos fuese a hundirse otra vez y no reflotar jamás….
Lo que no le he dicho todavía es que le admiro, que ojala pudiese recuperarme de cada golpe como se que él intenta en su fuero interno, que ojala pudiese ponerme de pie con el peso que él ha decidido cargar y que carga con poco orgullo, porque incluso, ahora, cuando se está rompiendo por dentro, es capaz de ponernos un sonrisa, escuchar en silencio los problemas de los demás y pensar, como haría una persona y no un profesional, y decirnos “Yo estoy aquí, no es solo tu carga, somos dos y así todo es más fácil”.
Con ejemplos así, los demás, intentamos levantarnos de la cama cada mañana, tomar nuestro café y salir al mundo con la firme intención de cargar el peso que Atlas nos ha enseñado a cargar con orgullo, al fin y al cabo, si el tío más roto que he conocido en mi vida sonríe y lucha cada día su propia guerra ..¿Por qué no voy a sonreír y luchar Yo?
Gracias por la lección de vida Atlas, nunca más cargaremos este peso solos.
Por: Christian López.