[dropcap]A[/dropcap]unque sus 100 primeros días se cumplieron el viernes 25 de octubre, festividad de San Frutos para más señas, el gobierno bipartito PP-Cs realizó el pasado viernes su escuálido balance de sus cuatro primeros meses al frente de la Junta. Ocasión pintiparada para que el presidente, Alfonso Fernández Mañueco, y el vicepresidente, Francisco Igea, comparecieran juntos y en armonía tras la borrascosa resaca electoral del 10-N.
¿Cómo saldría Igea del trance en el que su propia soberbia le había colocado? ¿Reconocería humildemente que algo mal habrían hecho su partido y él mismo para merecer ese durísimo castigo en las urnas? En absoluto. Lejos de ello, desviaba la atención en el hemiciclo de las Cortes culpando al PSOE del fulgurante ascenso de Vox, ocurrencia aderezada con unas desdichadas alusiones a la eventual reposición del monumento falangista retirado del cerro de San Cristóbal y al riesgo de tener que adoptar el “Montañas nevadas” como futuro himno de la comunidad.Pese a ser consciente de que los resultados iban a favorecer al PP -y así ha sido aunque no en la dimensión esperada- Fernández Mañueco, puede que pensando en el batacazo que aguardaba a su socio de gobierno, había subrayado la obviedad de que “la Junta de Castilla y León no se presenta a las elecciones generales”. Pero ahí estaba el verborreico Igea, más campanudo que nadie, para afirmar que “el 10-N las urnas pondrán a cada uno en su sitio”. Y ya hemos visto donde han puesto a Ciudadanos, protagonista de la mayor catástrofe electoral conocida en la democracia española desde la debacle de UCD en 1982.
Y hacía esa imputación el dirigente de un partido, Ciudadanos, que, al tiempo que colocó un “cordón sanitario” al PSOE, otorgó patente democrática a la ultraderecha admitiendo sus votos para gobernar con el PP en Andalucía, Madrid o Murcia, comunidades en las que se ha disparado el voto a Vox. (Sin olvidar que en Castilla y León, Ciudadanos se alzó con la alcaldía de Palencia previo acuerdo rubricado directamente con la formación ultraderechista)
Tuvo que salir horas después el secretario general de Cs, José Manuel Villegas, para desautorizar tan descabellada propuesta y recordar a Igea que corresponde a los órganos de la formación fijar el rumbo a seguir, que por cierto no pasa por romper los pactos con el PP, ya que ello sería renunciar a unas cuotas de poder que ni en sueños volverá a tener un partido que, después del 10-N, ha pasado al estado zombi.No satisfecho con lo anterior, Igea decidió superarse a sí mismo, que ya es, y salió a los pasillos de las Cortes para lanzar, tal como si hubiera sido proclamado sucesor del despeñado Albert Rivera, una delirante propuesta de alcance nacional, consistente en frenar el pacto entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias -para él algo así como la Apocalipsis- mediante un acuerdo tripartito PSOE-PP-Cs que incluiría la revisión de los pactos de gobierno alcanzados por Ciudadanos en las comunidades autónomas (las tres citadas anteriormente y Castilla y León). Toda una lunática maniobra de distracción para seguir eludiendo su responsabilidad política en la hecatombe electoral de su partido.
Una hecatombe ganada a pulso.- Manuel Alcántara, catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Salamanca, se ha mostrado extrañado ante el desplome electoral de Cs en Castilla y León. “Es sorprendente que el partido no haya sido capaz de aprovechar su posición en el gobierno de la Junta”, manifiesta.
En mi opinión, ha ocurrido justamente lo contrario: su deplorable bagaje desde que comparte el gobierno autonómico ha contribuido a hundir aún más a un partido que a nivel nacional ya estaba completamente a la deriva. Los datos así lo certifican. Mientras en el conjunto de España Ciudadanos ha perdido el 59 por ciento de sus votantes, en Castilla y León han desertado el 64 por ciento, porcentaje asimismo superior en varios puntos al registrado en Andalucía (57,5) o en la comunidad de Madrid (59,6).
Han visto sus antiguos electores como Ciudadanos apoyaba un incremento (de 80 a 93) del número de altos cargos de la Junta, la duplicación de la plantilla de personal de confianza (jamás un vicepresidente de la Junta ha dispuesto de la corte de asesores nombrados a dedo que rodea a Igea), o el incremento en un 10 por ciento de las subvenciones a los grupos parlamentarios. Lo que ha ocurrido es que ese 64 por ciento de antiguos votantes ha asistido con estupor al obsceno asalto del Poder protagonizado por la casta dirigente de Ciudadanos en esta comunidad, que, tras las pasadas elecciones autonómicas y municipales, se desentendió de su compromiso electoral con el cambio político y la regeneración democrática para arrojarse en brazos del PP, compartir con él cuantas poltronas se le ponían a tiro y practicar sin el menor pudor el clientelismo que tanto denostaba.
Ha asistido estupefacto a episodios como el vodevil del apartamento de las Cortes, el apoyo de los 12 procuradores naranjas a la denigrante elección de Javier Maroto como senador por la comunidad autónoma o el silencio cómplice ante el fichaje de Ignacio Cosidó.
Ha contemplado cómo el partido que propugnaba la desaparición de las Diputaciones se encaramaba con un solo diputado a la presidencia de la de Zamora y exigía vicepresidencias en otras a cambio de que el PP siga campando por sus respetos en unas instituciones que Ciudadanos no se cansaba de tildar de “clientelares” y “caciquiles” (Veáse “El botín de Ciudadanos en Castilla y León”).
Añádase a lo anterior la innata adicción a la bronca con que actúa el vicepresidente de la Junta y su enfermiza atracción a pisar charcos, cuando no a retozar en cualquier lodazal. El último ejemplo lo hemos visto con ocasión de la huelga convocada contra el incumplimiento del acuerdo de restituir la jornada de 35 horas a funcionarios y empleados públicos. ¿Hacía falta provocar a los sindicatos con esa chulería faltona? ¿Era necesario sembrar la alarma social en el mundo rural anunciando un plan de cierre de los consultorios médicos del que luego se ha visto obligado a dar marcha atrás? ¿Era de recibo suplantar las funciones de la Fundación “Las Edades del Hombre” creando un conflicto territorial en un asunto que compete exclusivamente a la Iglesia? Y así sucesivamente. En suma, ha comprobado en estos meses que el partido que abanderaba el cambio y la regeneración ha actuado justamente en sentido contrario: ha apuntalado el continuismo más rancio y ha contribuido por activa y por pasiva a degradar aún más la ínfima calidad democrática de las instituciones en las que comparte el poder con el PP. Y ha visto como esa selecta casta dirigente se ha blindado con sueldos que oscilan entre los 60.000 y los más de 90.000 euros anuales, cuantía esta última que sobrepasan el presidente de las Cortes y otros cuatro de los 12 procuradores de Ciudadanos.
Empachado de tanto comerse sus propias palabras, a Igea le da igual Chuchi que Maruchi y ocho que 88; tal es su esquizofrenia política. Hoy dice una cosa, mañana la contraria y pasado lo siguiente que le dicte su inconmensurable ego. Y, por supuesto, por más que se esfuerce desde su consejería-trampantojo en publicitar medidas de “regeneración política”, viniendo de quien vienen su credibilidad es la misma que tendría Donald Trump intentando hacerse pasar por feminista.
Pero el problema no es el del PP, sino el del gobierno que preside Mañueco, encadenado no ya a un partido zombi al que ha fiado competencias tan esenciales y sensibles como la Sanidad, o tan imprescindibles como la Ordenación del Territorio (sobre la que se mantiene idéntica pasividad que sobre la lucha contra la Despoblación). Encadenado fatalmente a un iluminado, el vicepresidente Igea, cuyo patológico afán de protagonismo le convierte en un pirómano político capaz de prender fuego a cualquier cosa que pueda arder.La “santa paciencia” de toda una comunidad.- Desde la óptica de los intereses del PP, que para él son prioritarios, puede que Fernández Mañueco haya visto un alivio en el descalabro electoral de Ciudadanos. Cierto es que su socio de gobierno ha dejado de ser el rival político que podía hacerle sombra desde dentro. Ha quedado reducido a un partido zombi que antes o después desaparecerá como lo hizo UPyD, la formación de la que procede Igea y cuya lideresa, Rosa Díez, ya hemos visto como ha acabado, haciéndole la ola a Pablo Casado. Para el PP de Castilla y León, el competidor ahora es Vox, que, por fortuna, solamente tiene un procurador en las Cortes y no precisamente de lo más espabilado.
La “santa paciencia” (sic) de Mañueco podrá ser tanta como la de Job, pero toda una comunidad, Castilla y León, no puede soportar por mucho tiempo el deterioro institucional provocado por los continuos desvaríos del número dos de la Junta. Alguien tendría que poner coto a tamaño descrédito en la administración de la cosa pública.