[dropcap]T[/dropcap]ras zarpar de La Habana, seguimos con nuestra narración de Cortés, rumbo a Yucatán, con sus once naves, con una primera escala en la Isla de Cozumel. En la idea de contactar allí con los mayas, de los que ya se tenía noticia por el anterior viaje exploratorio de Grijalva. La idea era recuperar a dos españoles que se sabía eran cautivos, por el naufragio antes mentado de la nave procedente de Jamaica años atrás. De modo que, tras controlar Cortés y sus hombres a la población de la isla, se buscó a los dos cautivos, que efectivamente aparecieron.
De los dos soldados, Gonzalo Guerrero no quiso unirse a los recién llegados, pues en la tribu en que habitaba ya tenía mujer, tres hijos y se había adaptado a la vida maya. En cambio, Gerónimo de Aguilar, irreconocible en su atuendo indígena y con sus vistosos tatuajes, alcanzó a la expedición en su propia piragua: su amo maya aceptó generosamente, que se fuera libre con sus compatriotas.
Cortés se despidió de las autoridades mayas de Cozumel, y les entregó una imagen de la Virgen María para que figurara en un buen lugar, junto a los ídolos locales. Y en ese acto, pidió a uno de los curas expedicionarios que dijera lo que fue la primera misa mexicana. Después, levaron anclas, poniéndose rumbo al Cabo Catoche del Yucatán, entrando ya en el Golfo de México, con escala enseguida en el río Tabasco (15 de marzo de 1519).
Allí, los mayas regalaron veinte mujeres a los españoles, entre ellas estaba Malinche o Malintzin –también conocida como Tenépatl, por su facilidad de palabra—, muy joven, esclava de nación Toconeca, que hablaba náhuatl, y que era propiedad de unos mercaderes locales.
Y fue el recién rescatado Aguilar, quien hablando con Malinche en lengua maya, hizo el gran descubrimiento de que la joven también poseía el náhuatl como lengua materna. Por ello mismo, ella y Aguilar sirvieron de intérpretes para Cortés con los mexicas: Aguilar podía traducir del español al maya, y Malinche del maya al náhuatl, de modo que, con ese dúo, Cortés tuvo, desde el principio, la posibilidad de dialogar con los interlocutores llegados de Tenochtitlán. Malinche fue bautizada casi de inmediato, con el nombre de Marina, convirtiéndose en una de las figuras más relevantes de la conquista.
La expedición de los once navíos continuó costeando, para llegar al río Grijalva, bautizado así en la anterior expedición, en la que los indios combatieron con éxito a los españoles. Por ello, de inmediato, los nativos exigieron a Cortés que se fuera de su tierra, amenazándole con la guerra. Pero Don Hernán, conforme a los usos de las instrucciones recibidas de los gobernantes jerónimos de Santo Domingo, les hizo, por tres veces, el requerimiento formal para que se sometieran, y no habiéndole acatado, se produjo el enfrentamiento; con una gran victoria sobre los mayas: la batalla de Centla, en que los españoles se sirvieron por primera vez de sus caballos con verdadero éxito.
Tras la batalla de Centla, como era Domingo de Ramos, Cortés resolvió que la festividad se celebrase solemnemente, y para ello, fray Bartolomé de Olmedo y el padre Juan Díaz se revistieron con sus ornamentos eclesiales. Y a la vista de los indios que contemplaban en silencio la escena, el ejército cortesiano participó entero en una procesión, llevando cada uno un ramo entre las manos.
En el siguiente episodio registrado en el viaje, la expedición llegó a la isla de San Juan de Ulúa, punto en la costa ya alcanzado por Grijalva. Fue el Jueves Santo, 21 de abril de 1519, siendo allí donde aparecieron los primeros enviados de Moctezuma. Lo que se tradujo en el intercambio de regalos, con las primeras joyas de oro y otros presentes por parte de los mexicas, a cambio de cuentas de vidrio y otras piezas que ex profeso llevaban los españoles.
De inmediato se supo que los embajadores enviados por Moctezuma, habían viajado desde Tenochtitlán ante la noticia de que, finalmente, habían alcanzado el país los emisarios anunciados por el dios Quetzalcóatl, según leyenda muy arraigada, transmitida por los profetas mexicas, que auguraba el propio fin del dominio de los naturales del país.
De inmediato se supo que los embajadores enviados por Moctezuma, habían viajado desde Tenochtitlán ante la noticia de que, finalmente, habían alcanzado el país los emisarios anunciados por el dios Quetzalcóatl, según leyenda muy arraigada, transmitida por los profetas mexicas, que auguraba el propio fin del dominio de los naturales del país.
Se sabe con detalle que el tlatoani (emperador) Moctezuma II creía firmemente en la profecía de negros presagios: el dios Quetzalcóatl, cumpliendo una promesa solemne, volvería por el mar de oriente, como lo hicieran los blancos barbados, presagiando lo peor para los mexicas, de decadencia y derrota total. Por ello mismo, los embajadores de Moctezuma, intentaron que Cortés abandonara su idea de ir a Tenochtitlán, sobornándole con el oro que le iban obsequiando. Visión aurea que fue precisamente un acicate más para insistir en la marcha para llegar a la legendaria ciudad.
Las referidas noticias sobre Quetzalcóatl no debieron sonarle mal a Cortés, porque él era, al fin y al cabo, según la doctrina cristiana, un mensajero divino. Porque en la bula Inter caetera de 1493, el Papa Alejandro VI, había asignado a Castilla su donación mundial, confirmada en Tordesillas, para la evangelización.
Volviendo a las navegaciones de la expedición, la escuadra cortesiana fondeó frente a la isla de San Juan de Ulúa, en zona muy poco habitable, donde se hizo la fundación de la primera ciudad española en México. Bernal Díaz, testigo excepcional, explica cómo nació la Villa Rica de la Veracruz, “llegamos el jueves de la [última] Cena y desembarcamos en Viernes Santo de la Cruz”. Luego, con el mismo nombre, esa ciudad se asentaría en un mejor emplazamiento.
En la playa frente a San Juan de Ulúa, los españoles tuvieron un encuentro con los indios totonacas –precisamente, como se ha dicho, la etnia de Malinche—, sumamente amistosos, que invitaron a Cortés a visitar su propia ciudad, Cempoala. Adonde fue Don Hernán por tierra, con un amplio grupo de sus hombres, siendo la primera ciudad indígena que conocieron, de unos 30.000 habitantes, de muy buenas casas de cal y canto, toda clase de jardines y amplias huertas de regadío.
Para los totonacas, Moctezuma era un déspota que tenía subyugados a muchos pueblos de su entorno: toda una revelación para Don Hernán, que pronto apreció que aquella inmensa y bella tierra se encontraba dividida en banderías en lucha entre sí. Lo que facilitaría definitivamente su tarea: divididos los indios, sería más fácil hacer alianzas con una parte de ellos y lograr la victoria.
Para sellar la amistad con los españoles, el Cacique Gordo les entregó ocho mujeres jóvenes, todas ellas hijas de caciques, vestidas y enjoyadas ricamente. A cambio de que, con el apoyo de Cortés, se les librara del vasallaje a Moctezuma.
Instalado en Villa Rica de la Veracruz (fundada ya por segunda vez), Cortés, se decidió a neutralizar los cargos de la Corona que podían pesar sobre su persona, de ser rebelde y usurpador de funciones como suponía ya habría acusado Velázquez desde Cuba. Y ese fue el origen de La Carta del Cabildo que escribió el propio Don Hernán, durante once días en su improvisada residencia, con dos puntos fundamentales:
- Se constató por todos los firmantes de la carta –los nuevos vecinos de Veracruz— que Diego Velázquez rechazó a Cortés después de haberlo escogido como cabeza de la expedición a México, pensando sólo en su propio provecho de rescatar oro y esclavos pero no de poblar. La idea de Cortés, en cambio, era la de conquistar, objetivo mucho más importante que los contemplados en las anteriores expediciones de Hernández de Córdoba y de Grijalva.
- Se constató, igualmente, que en sus decisiones de navegación y conquista, Don Hernán se vio “movido con el celo de servir a sus Altezas Reales en directo, y en pro de la fe católica”.
Las proclamaciones así adoptadas formalmente por el Cabildo en Villa Rica, eran análogas a las que se tomaban en las capitulaciones a preparar normalmente por el Consejo de Indias, para otorgar la concesión de una determinada zona a conquistar; en función de la potestad que el monarca había recibido del mismísimo Papa, vía las bulas de 1493, confirmadas por el Tratado de Tordesillas de 1494. De manera que, con la carta del Cabildo, Cortés, a su propio juicio, quedaba legalizado, y desligado de Diego Velázquez.
En el camino al interior, las tropas hicieron una escala en tierra de amigos, Cempoala (16.VIII.1519), el señorío del cacique gordo. Allí, Cortés convocó a los demás jefes tribales de la región, para notificarles que era llegado el momento de iniciar la marcha, con el propósito de entrevistarse con Moctezuma. Habían transcurrido cuatro meses menos cinco días, desde aquel jueves santo en que se llegó a Cozumel, y en la Villa Rica quedaría, para cuidar de la retaguardia, Juan de Escalante, gran amigo de Cortés. Permanecería al mando, con el encargo de concluir la construcción de una fortaleza.
Siguiendo en su andadura, los esforzados invasores encontraron una gran cerca, que era parte de la frontera de Tlaxcala, donde el 18 de septiembre de 1519 fueron recibidos con verdaderas fiestas
Al ir subiendo al altiplano del Anahuac, desde las bajas tierras ca-lientes, pobladas de densa selva, el paisaje varió abruptamente, entrando la expedición en las serranías y terrenos más inhóspitos. Fueron días penosos los que pasaron atravesando aquellos páramos. Hasta llegar a Zautla, dentro ya de los límites de la Sierra de Puebla: una población importante, con casas de piedra labrada y muchas huertas. Les dieron de comer y les volvió el alma al cuerpo. El cacique se llamaba Olintecle y era un individuo que para moverse tenía que apoyarse en dos mancebos, con un rictus nervioso que movía sus carnes, estremeciéndose a cada paso; de ahí que los españoles le impusieran el mote de el Temblador.
Siguiendo en su andadura, los esforzados invasores encontraron una gran cerca, que era parte de la frontera de Tlaxcala, donde el 18 de septiembre de 1519 fueron recibidos con verdaderas fiestas, en Tizatlán, ciudad que a Cortés le pareció mayor, más fuerte y abastecida que Granada “en el tiempo en que se ganó” (1492).
Los hombres de Cortés, que ya esperaban la confrontación con los tlascaltecas, les infringieron una severa derrota, lo que fue seguido de gran matanza, que el senado de Tlaxcala logró detener con la oferta de un acuerdo de paz. De modo que los señores ofrecieron una nueva fiesta a los españoles, el 18 de septiembre de 1519. Ocasión en que se estableció la crucial alianza, para formar frente común contra los mexicas, con vivas muestras de confraternización.
El 18 de octubre de 1519 fue la salida para Cholula, centro religioso importante para los pueblos del altiplano, y ciudad muy rica, en la que se rendía especial culto al dios anunciador, Quetzalcóatl, con el augurio ya comentado de que los barbados blancos acabarían para siempre con la hegemonía mexica.
Cholula tenía un gobierno que mantenía buenas relaciones con el imperio de Moctezuma, lo que explica que fuera gran enemiga de Tlaxcala. Y teniendo en cuenta esa situación, Cortés tras aposentarse como huésped ilustre, hizo llamar a los cholutecas principales y les echó en cara la emboscada que según él mismo había averiguado estaban preparando, para dar muerte tanto a hispanos como a totonacas y tlaxcaltecas. Y sin más aviso, ante la vista de los mensajeros de Moctezuma que allí estaban, organizó una gran matanza, para que los enviados de Tenochtitlán vieran que los presuntos mensajeros de Quetzalcóatl no se andaban con remilgos.
Al final, el primero de noviembre de 1519, los españoles con efectivos muy recrecidos, salieron de Cholula para cruzar la sierra por el paso de Amecameca, desde cuyos altos ya pudieron contemplar el Valle de México con su gran lago de Texcoco y Tenochtitlán al fondo. La fuerza que así llegó estaba entrenada: además, se había cohesionado durante la larga ruta seguida, con tantos avatares.
Y como ya es usual en estos diálogos sobre Hernán Cortés, terminaremos la cuarta entrega con las preguntas y respuestas del autor con su enigmático crítico de nombre desconocido:
- Cortés se valió mucho de las previas exploraciones de Hernández de Córdoba y de Grijalva para llegar a Yucatán.
- Sí, él valoró lo informado por esas dos expediciones. Teóricamente, la misión inicial de Don Hernán era encontrar a Grijalva, que parecía haberse perdido por aquellos mares y territorios de Dios. Y además, llevaba como piloto preferido a Alaminos, que ya había trabajado con Grijalva.
- ¿Y no volvió Grijalva a Cuba antes de salir Cortés desde La Habana? ¿Entonces, por qué dio orden de salida?
- Cortés ya no podía dejarlo todo y volverse a Santiago de Cuba a resignarse junto a Velázquez, abandonando la gran aventura, en la que había invertido fondos suyos y de otros muchos, sobre todo del propio Velázquez, quien ya le había imputado como si fuera un delincuente. Incluso Don Hernán se llevó en su expedición a muchos hombres y efectos del propio Grijalva.
- O sea, lo dicho: que Don Hernán, puenteó a Velázquez…
- Técnicamente hablando, sí, aunque en el evidente contexto de que no podía hacer otra cosa que poner rumbo a México: “la peor decisión es la indecisión”, que diría después Benjamín Franklin. Cortés optó, pues, por emprender la navegación que le llevó a Cozumel, San Juan de Ulua, y Villa Rica de la Vera Cruz, incluyendo la batalla de Centla, la amistad con el cacique gordo de Cempoala, y los contactos con los emisarios de Moctezuma. Y luego seguiría la que hoy precisamente se llama ruta de Cortés, entre la Villa Rica y la capital mexica. Era una acción muy pensada, con episodios importantes en su desarrollo, como Cempoala, Zocatean, Tlaxcala, Cholula, etc.
- Y del trato que hizo con los tlaxcaltecas, ¿qué me dice Vd.?
- Pues que muy bien: forjó una alianza formidable, no sólo para llegar hasta Tenochtitlán… sino, sobre todo, para la reconquista de la ciudad lacustre meses después. Sin ellos, Cortés y su gente no habría sobrevivido.
- ¿Y de la matanza de Cholula?
- No es cínico y cruel decirlo: inevitable. No se olvide nadie que eran tributarios de Moctezuma. Seguramente sería el tlatoani mismo quien ordenó preparar allí mismo la conjura contra Cortés, que éste supo evitar aunque fuera con tanta sangre… Era la guerra.
Y así terminamos hoy. Seguiremos en siete días.
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