[dropcap]H[/dropcap]ace tiempo ya que la palabra ha perdido su capacidad para hacernos sentir. “Las palabras no sirven para nada”, canta Enrique Bunbury, o, como decía Alberti en su poema Nocturno, “Manifiestos, escritos, comentarios, discursos,humaredas perdidas, neblinas estampadas, qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua. Las palabras entonces no sirven, son palabras”. Albertí sentía esa noche “heridas de muerte las palabras”.
Durante las últimas semanas hemos visto en los medios de comunicación social todo tipo de imágenes relacionadas con las consecuencias del cambio climático: rotura de icebergs en el Ártico, cataratas sin agua en África, inundaciones o pérdida de cosechasen diversos lugares del planeta. Algunas impactantes, que provocan pena, como fotografías de osos famélicos, o incluso otras que producen ternura como osas y oseznos a la deriva sobre un trozo de hielo camino de una muerte segura.
Han pasado cuatro años desde que la imagen de Aylan Kurdi un niño sirio de origen kurdo, de tres años, apareció ahogado en la playa de de Ali HocaBurnu en Turquía. Es posiblemente una de las imágenes más impactantes que hemos podido contemplar. Su efecto duró poco: a aquella imagen la han sucedido otras innumerables imágenes de migrantes en pateras, muertos o exhaustos en nuestras playas, mucho más cercanas que las turcas.
Si las palabras no sirven, ¿sirven de algo estas imágenes? ¿De verdad producen cambios en las percepciones, los sentimientos y las actitudes de las personas que las contemplan? Sinceramente creo que no, más allá de un impacto momentáneo. Es tal el nivel de insensibilidad social que el dicho popular de que “vale más una imagen que cien palabras” ha perdido todo su significado.
Si las palabras no sirven, si las imágenes no sirven para transformar la dura realidad que vivimos, ¿que nos queda cuando la realidad no nos gusta y es preciso cambiarla? De nuevo la respuesta está en la poesía: me queda la palabra, nos queda la palabra. Blas de Otero nos marca el camino cuando sientes que todo está perdido: “Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, nos queda la palabra”.