[dropcap]E[/dropcap]ra una suerte de zanahoria justo delante de los ojos atada a un palo. Era un inconsciente distorsionador de la realidad que se aceptaba de buen grado. Era un viaje por un sutilmente iluminado túnel que sugería que al final de la siguiente curva abriría el otro lado de la gran montaña. Era todo eso y en absoluto parecía nada.
Era una ascensión constante que hacía notar a cada paso el calor previo al dolor que obliga a parar para atender a la fatiga. Era la certeza de que la tuerca estaba lo suficientemente abrazada al tornillo y aún guardaba para sí otra media vuelta. Era la estancia perfectamente decorada con hueco para ese cuadro que se convierte en ventana. Era esa estantería repleta a la que no se le agotaban las ganas de dar cabida a libros, hojas y buenas letras. Era el cajón vacío, preocupado de mantener limpio y despejado su espacio y su sitio.
Era la cerilla que tras desvestirse de su fósforo para prender la mecha aportaba sus restos de madera para ayudar a dar vida a la hoguera. Era el montón de serrín que incapaz de hacer el fuego conseguía mantener el suelo a salvo de la gotera. Era el árbol caído que el listo zorro tomaba como abrigo.
Era el hasta luego al que siempre seguía un prometido qué hay de nuevo. Era la vieja idea que amablemente cedía su asiento a la buena. Era el conocimiento de que sin base es imposible imaginar en un buen cimiento.
Era la vista, que cansada por el uso, de un simple vistazo aprendió a ser capaz de detenerse en los colores y el gusto. Era el oído, que de tanto escuchar se convirtió en el mayor experto en el arte de diferenciar y filtrar. Era el tacto, que dejó de tocar y agarrar para dedicarse en exclusiva a acariciar. Era el olfato. Nunca le hizo falta la cicatriz o el humo para reconocer al quemado.
Era la tranquilidad que ilustra y guarda bajo llave al nerviosismo, era el nerviosismo que tira la puerta del salón que esconde el sofá tranquilo. Era la paz intensa que surge de ese reposo. Era donde se recuperan las fuerzas para acometer en paz la siguiente intensa batalla, el siguiente acoso.
Era la enajenación disfrazada de amor que contrae y conlleva el amor por la enajenación.
Era la certeza de que lo finito tiene un valor inacabable, de que nada es más apetecible que hacerse con lo libre y liberar lo que por el motivo que sea, tenemos encerrado. Era la necesidad de guardar lo que se quiera. De airear lo enclaustrado. De esconder lo feo y gritar lo anhelado.
¿Solo era?
Es y era. Una vida entera.
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