[dropcap]N[/dropcap]o queda nada para concluir el año y es como si las fuerzas llegaran a su fin también. A poco de levantarnos nos hemos agarrado a la taza del café para ahuyentar las sensaciones de un mal sueño. El artículo está casi terminado a falta de alguna cosilla por contrastar, pues leyendo determinados libros y escuchando ciertas noticias no nos ha quedado claro su remate; con varias hojas escritas encima de la mesa recurrimos al ordenador para encontrar ese dato que dé por zanjado el tema.
Hacemos una búsqueda y se abren multitud de historias que poco a poco empiezan a desaparecer; lo intentamos de nuevo presionando con más fuerza el teclado y entramos en páginas cuyo contenido no tarda en desvanecerse (como si fuera táctil tocamos la pantalla para impedirlo). Nos invade un mal presentimiento: cualquier asunto puede ser consultado salvo los que tienen que ver con Salamanca, es como si lo referente a nuestra ciudad se estuviera borrando o diluyendo en la nada. Tal vez la falta de fuerzas sea del ordenador o es que nosotros seguimos inmersos en un mal sueño y no hemos despertado aún.
Hemos decidido resetear la mente y el aparato electrónico y salir a contemplar lo que no tiene precio, lo que no puede pagar ninguna tarjeta de plástico; sin embargo, algo no está bien, se respira un ambiente enrarecido, el aire se mueve sin historia y las calles con sus edificios están perdiendo trascendencia, prestigio y notoriedad. Caminamos no sin esfuerzo, con gran pesadez y el alma encogida.
En las proximidades de la iglesia Redonda hay muchedumbre, parece ser que se ha congregado la Real Clerecía de San Marcos, que goza del Real Patronato de los reyes de Castilla y León. Nos dice uno de sus miembros que estaban deliberando y habían decidido volver al formato de iglesia rectangular, de líneas rectas, porque ya son muchos siglos desde el XII sin poder barrer los rincones, queja que les había hecho llegar la feligresía y apuraban para iniciar las obras en breve; además, aprovechando que la Clerecía pasó a manos suyas desde la expulsión de los jesuitas (Pragmática Sanción de Carlos III, 1767) tienen la intención de trasladar su cúpula inclinada para adaptarla a la nueva iglesia Cuadrada.
Fue no querer oír más e intentamos apresurar el paso calle abajo; nos encontramos sentados en la plaza de los Bandos al Intendente Corregidor Rodrigo Caballero y Llanes y a Alberto de Churriguera (Maestro Mayor que concluyó la Catedral Nueva), ideólogo y arquitecto respectivamente de la Plaza Mayor (1729-1755); muy dolidos reaparecieron hoy, nos comentan, porque el Ayuntamiento está en trámites de retomar el antiguo proyecto de travesía de la carretera de Villacastín a Vigo, eje principal de comunicación sur-norte, que afecta a la calle San Pablo, Plaza Mayor y calle Zamora. Las autoridades ya actuaron decididamente entre los años 1852 y 1855 derribando cualquier obstáculo en la primera de ellas, siendo ahora nuestro Ágora el más damnificado: se ha planteado el ensanchamiento y rasgado total de dos de los arcos para facilitar el tránsito de camiones de gran tonelaje, drones y patinetes eléctricos.
Os aseguramos que llevamos tan sólo seiscientos metros de paseo y resultaaaa…(no nos sale la palabra), bueno, eso, imposible de creer.
Nos acercaremos a la Casa de las Conchas, desde hace unos años Biblioteca Pública del Estado, para consultar la prensa y algún que otro libro; seguro que mañana queda definido el artículo en cuestión. De esta casa-palacio, de estilo gótico y elementos platerescos, ya habíamos comentado algo con anterioridad; nos hubiera gustado conocer a d. Rodrigo Maldonado de Talavera, quien ordenó su construcción, insigne personaje de nuestra ciudad y también de su Universidad, abuelo del Maldonado comunero.
¡Aaaaahh! ¿y las conchas de la fachada? ¡ya era tarde que nadie intentara arrancarlas para llevarse el tesoro que esconden¡ ¡claro, una moneda de oro, que es lo que dan las piedras, no iban a ser perlas de Manacor! Pues nos dicen que no, que no es eso, que ayer vaciaron de libros todas las plantas de la biblioteca porque no venía gente a leer y quien lo hacía era sólo para hacer fotografías. No sabemos si por vergüenza o como primicia, nos acaban de susurrar al oído que van a transformarla para convertirse inmediatamente en el «Museo Internacional del Emoji».
Hasta este punto de paseo son mil cien metros, canta el gps, pero no es la distancia sino tanta información novedosa por la que, ahora sí, necesitamos respirar profundamente, al estilo de una parturienta a punto de parir a su primer hijo (aunque le diríamos que lo dejara para mejor momento y mejor mundo). Hay un espacio abierto muy bueno aquí al lado, con mejor aire, nos relajaremos en Anaya.
Al término de la Rúa, sin haber desembocado aún en la plaza, nos paramos a contemplar como unos objetos voladores si identificados, claramente OVSI (con sus n.i.f. y logos), desintegran la Catedral Nueva. No nos sorprende en absoluto, pues estamos acostumbrados a ver como cualquier rincón de nuestra ciudad sirve de escenario para el rodaje de anuncios, documentales o películas de afamados directores. ¡Qué juego de luces y sonidos! ¡qué derroche de efectos especiales! ¡equipo técnico el mínimo y sin cámaras¡ ¡el mandamás dirigiendo en su sillón desde su estudio! (¡es que el cine avanza que es una barbaridad!). Nosotros allí, en primera fila, espectadores de lujo, emocionados por el inesperado espectáculo; a nuestro lado, dos empleados municipales comentan entre sí el éxito del Moderno Plan Urbanístico, con la ampliación de la plaza de Anaya sin la existencia de la Catedral, lo que supone recuperar el antiguo espacio del azogue, ahora como «Azogue Nuevo»; sin perder la ocasión de hacer alarde de la nueva maquinaria comprada en el extranjero que ahorra mucha mano de obra, además de limpia y silenciosa.
Al final, atónitos, no hemos podido aplaudir; en este punto se completan mil doscientos cuarenta metros, e involuntariamente casi dejamos de respirar, ¡¡¡para qué nos habremos levantado hoy!!!
¡Algo no estamos haciendo bien!, tomando otro café en un bar de los de antes se oye comentar por la radio que la UNESCO acaba de conceder a Salamanca la «renovación degradada» del título de «Humamonio de la Patrinidad», honor excelso que disfrutaremos por primera vez.
¡Felicidades, Inocente!