[dropcap]D[/dropcap]entro del Año Cortés que nos hemos propuesto reivindicar frente a la estulticia e ignorancia pecaminosa del gobierno de la Nación –que no quiere hablar de Don Hernán—, seguimos hoy con los Diálogos Cortesianos. Tratando en esta entrega de lo que pasó después de la Noche Triste, cronológicamente alcanzada en la anterior pieza de nuestro escrito global.
Preparativos estratégicos
Después de escapar de la ciudad lacustre la Noche Triste, a los siete días, la batalla de Otumba, el 7 de julio de 1521, permitió a los españoles superar su depresiva situación. Después de esa gran victoria, el ejército de Cortés siguió su marcha en dirección a Tlaxcala, precisamente de donde había sido mayor el número de bajas durante el accidentado éxodo. Hasta el punto de que Don Hernán llegó a pensar que los tlaxcaltecas podrían haber cambiado de actitud y ya no se mostrarían tan hospitalarios como lo habían sido hasta entonces. Pero en contra de tales previsiones, los españoles fueron recibidos en Tlaxcala con afecto por el senado confederal, debido al dolor compartido por los muertos en un trance conjunto.
Las tropas del conquistador empezaron a recuperarse, recibiéndose una buena y consoladora noticia: Veracruz estaba en paz, para la recepción de nuevas ayudas a la causa de la reconquista de la ciudad lacustre.
Por aquel tiempo, en la segunda carta de relación al rey-emperador, Cortés anunció, no sin viva muestra de orgullo, que había decidido dar nuevo nombre al territorio de su conquista ahora en trance de consolidación: “Me pareció –se dice en la carta de relación— que el más conveniente para esta dicha tierra era llamarse la Nueva España del Mar Océano… Humildemente suplico lo tenga por bien y mande que se nombre así”. Una denominación que perduró hasta 1821, cuando la independencia de México: Cortés fue, ciertamente, el primer novohispano.
Entrando ya en la reconquista de Tenochtitlán, la verdadera arma secreta de Cortés fue la construcción de trece bergantines para la batalla contra las miles de canoas mexicas. Cortés se percató de que la guerra final iba a ser por tierra y por el lago y los canales, y de ahí la atención que dedicó al tema de su propia flota.
Así, en octubre de 1520, se inició la construcción de los trece bergantines en Tlaxcala, que duró hasta marzo de 1521; muy lejos del lago, pero lugar seguro. A tales efectos, se recuperaron de Veracruz, de los barcos barrenados en 1519, toda una serie de elementos: clavazones, estopa, velas, cables, y calderas para hacer la brea. Y bajo la dirección de Martín López, el carpintero de ribera ya mentado, se construyeron los 13 navíos, básicamente con madera y resina de los pinares próximos a Tlaxcala; siendo aserrador principal Diego Hernández, y herrero Hernando de Aguilar, con cientos de indios en todos los trabajos.
Según cálculos de C. Harvey Gardiner1, doce de los bergantines tenían 11,6 metros de eslora y 3,92 de manga, y la nave capitana (nº 13), era mayor: 13,44 metros. Cada navío llevaba seis remeros a babor y otros tantos a estribor, con uno o dos mástiles, con velas, y un cañón en cada nave; salvo la capitana que portaba dos. La capacidad de cada embarcación era de 25 hombres, con su impedimenta de armas y municiones2.
El cerco a Tenochtitlán se formalizó tras el bélico recorrido de machacamiento de los aliados de los aztecas en torno a la laguna, quedando la orgullosa capital definitivamente aislada y Cuauhtémoc sin socios que tuvo antes, a pesar de lo cual el ardoroso tlatoani reunió a su consejo, para la decisión final entre resistir o pedir la paz. Y finalmente se decidió por resistir en lo que a la postre fue una defensa casi numantina3.
A Veracruz llegaron nuevos enviados de Velázquez para tratar de imponer su autoridad. Pero todo fue en vano: Cortés, recurriendo a su capacidad persuasoria, de oro y promesas de encomiendas, agregando tales huestes a sus propios efectivos. Y de Veracruz partieron expediciones a Jamaica y La Española, para comprar caballos y numerosos suministros. A últimos de mayo de 1521, los sitiadores cortaron el acueducto que llevaba el agua a la ciudad, y el día último de ese mes se inició la lucha, con Cortés a bordo de su bergantín que hacía de nave capitana.
La lucha fue muy dura, con avances y retrocesos, apreciándose que los mexicas resistirían hasta la muerte. Por lo cual, Cortés tomó una decisión importante: la ciudad entera había de ser destruida, para ir consolidando el avance en cada espacio reconquistado. Por eso dio orden a los capitanes de los bergantines de que incendiaran todo, a ambos lados de cada canal. Fue un proceso destructor, una demolición total.
Al final, el 13 de agosto de 1521 (fiesta de San Hipólito), Cortés dio la orden de asaltar el último reducto de Cuauhtémoc y sus principales, ya completamente cercados en un espacio reducido al norte de la ciudad, en Tlatelolco; al que era difícil llegar por tierra. Por lo cual ordenó a Sandoval, almirante de la flota de bergantines, que completaran el cerco de los mexicas que aún resistían en aquellos lugares y que buscara a Cuauhtémoc, que finalmente fue apresado. El breve diálogo entre él y Cortés quedó registrado en la segunda carta de relación, con el más admirable patetismo:
Cuauhtémoc llegóse a mí y díjome en su lengua, que él ya había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos, hasta venir en aquel estado; que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase4.
Como subraya el Prof. Bernardo García Martínez, la conquista no terminó el 13 de agosto de 1521. Quedaba hacerse con los señoríos de todo el México central, una misión de gran alcance, no suficientemente valorada históricamente, para ampliar y consolidar el antiguo territorio mexica. Con ello, Cortés aseguró la dominación española con todo un repertorio de acciones principales, ciertamente llenas de horrores, epidemias y muerte; que a la postre fueron el decisivo fundamento del pleno poder español en México de costa a costa5.
Y como siempre, terminamos la entrega de hoy para los lectores de Republica.com con el diálogo del autor con su enigmático interlocutor sobre los sucesos antes comentados:
- Y de la batalla de Tenochtitlán, más de un año después de la Noche Triste, ¿qué me dice Vd.?
- Lo que he comentado en este mismo capítulo: la guerra total. Estaba latente desde que Moctezuma fue tan bien hallado por el conquistador el 8.XI.1519. Pasado un tiempo, el tlatoani le dijo a su huésped que la visita ya había durado suficiente, y que se fuera con todo el oro que quisiera, pero que se fuera. Y Cortés se excusó: no tenía naves para volver a Cuba, las estaba construyendo y eso tardaría. En realidad, lo que quería era echar raíces en el imperio mexica y sus aledaños, nunca pensó en irse. Y tras la Noche Triste tuvo claro que el momento de la guerra total acabaría llegando.
- Muchas certezas ve Vd. Pero cambiando el tercio, la derrota de los mexicas, ¿no fue el triste final de una civilización formidable?
- Son inevitabilidades de la guerra. También fue el final de los galos la batalla de Alesia con Julio César. O Numancia para los celtíberos por la acción de Escipión el Africano. Y después, lo mismo sucedió en Accio a Cleopatra y a los faraones, por decisión de Octavio Augusto… En cualquier caso, la civilización mexica dejó profundas pervivencias en su cruce con la española. Surgió el México nuevo con el mestizaje. Algo que Cortés propició siempre. Mantuvo a la realeza azteca, la lengua náhuatl, el autogobierno en parte de las poblaciones indígenas, y acabó con los sacrificios humanos y el canibalismo, difundiendo el cristianismo. Lo veremos más adelante, Don Hernán fue el padre de la nacionalidad mexicana, de inventor de México… Claro que no fue padre de la patria después de 1821…
- ¿El mestizaje fue impuesto a hierro y fuego?
- No. Hubo mucho hierro y fuego en las colonizaciones británicas en América del Norte, sin mestizaje, los indios semiexterminados, en sus reservas, en un deterioro histórico. Y lo mismo sucedió en Canadá con los franceses, o con los holandeses en sus Indias orientales, donde nadie habla ya el neerlandés, porque tampoco hubo mestizaje. Hoy, muchos mexicanos, lo quieran o no, son los descendientes de Cortés y Malinche, o los descendientes de Alvarado o Sandoval. Y resulta inquietante que quienes más se quejan, deberían pensar que esos españoles sí tuvieron limites a su acción explotadora, con las Leyes de Indias, que ciertamente muchas veces no se cumplieron, pero que la clerecía exigió a los encomenderos. En cambio, después de la independencia, la protección de los indios fue abandonada por los criollos primero, y la tecnocivilización después.
- Entonces, con Cortés todo fue un happy end…
- Yo no he dicho eso y no lo diré nunca. Cualquier enfrentamiento de civilizaciones tiene su coste sobre todo para los inicialmente vencidos, y eso sucedió en México. Pero en la lógica de la historia, han de reconocerse los orígenes, y aunque no diré lo de honrar padre y madre, hay que tener una visión más histórica para contemplar y comprender el pasado y pensar en el futuro. Como ya hicieron Pereyra, Vasconcelos, Octavio Paz, José Luis Martínez, Juan Miralles, y otros ilustres mexicanos de ayer y de hoy, que valoran la necesidad de resituar a Cortés en su verdadero contexto histórico e incluso antropológico. El tiempo ha pasado, y desde 1821, cuando el primer Imperio decretó la muerte histórica de Cortés… que hoy sigue más estudiado que nunca. Quizá Mandela reconociendo la historia de los Boers y los británicos en su país, es un modelo político de esa necesaria integración… o así parece.
- Y en su relato, ¿no pinta Vd. de rosa al Cortés de después de la batalla de Tenochtitlán?
- No lo crea. La labor de ensanchamiento, reconstrucción y de ordenación del país entre agosto de 1521 y 1526, fue ingente: los años de oro de Cortés…
Seguiremos la próxima semana. Esperando el autor en el interim las observaciones que vía castecien@bitmailer.net quieran hacerle los lectores.
1 “Naval power in the conquest of Mexico”, citado por J.L. Martínez, Hernán Cortés, ob.cit., pág. 294.
2 El transporte de naves por tierra ya se había hecho por españoles en el caso del Gran Capitán y Balboa en el istmo de Darién. José Luis Martínez, Hernán Cortés, ob.cit., pág. 294.
3 Juan Bautista González, El juego de la estrategia en la conquista de México, Instituto Español de Estudios Estratégicos (CESEDEN), Madrid, 1985.
4 Bernal Díaz del Castillo, Historia de la conquista de la Nueva España, ob.cit, pág. 339 y siguientes.
5 Bernardo García Martínez, “Hernán Cortés y la invención de la conquista”, en María del Carmen Martínez Martínez y Alicia Mayer (coords.), Miradas sobre Hernán Cortés, ob.cit., pág. 23 y sigs. Un ejemplo de la complejidad de esas operaciones –que no cabe llamar menores—, fue la del dominio español en Michoacán. En ese sentido, está la ingente obra de Rodrigo Martínez Baracs La vida michoacana en el siglo XVII, INAH, México, 1999.