[dropcap]N[/dropcap]o sé si los teóricos fascistas leyeron alguna vez «El hombre máquina», de Julien Offray de La Mettrie, pero sin duda están convencidos de que el hombre es un engranaje ciego. Por lo general, aquellos que repiten con automatismo de loro la palabra «excelencia» o similares (otras del mismo grupo mimético son «gobernanza», «resiliencia», «constitucionalista, «partidos de orden», «reformas», etcétera), y las sacan a colación hasta comiéndose una sopa, son los mismos que tienen fobia a la palabra «público» o a la palabra «social». Son sociófobos, si así puede decirse. Tienen tirria a la sociedad. Sobre todo a la sociedad que no se deja explotar.
Como todo engranaje se engrasa con el uso, no paran de repetir aquellas palabras primigenias y de evitar estas últimas, palabras moribundas (según su fe).
Para ellos, todo lo social es «comunista» (palabra que también se ha puesto de moda repetir, como en los tiempos de la caza de brujas del senador McCarthy), y todo estado del bienestar es de hecho comunismo puro hecho carne, y por tanto enemigo a batir.
Pueden empezar por la sanidad pública, continuar por la educación, y acabar con las pensiones.
El caso es extinguir la especie social (o pública), aprovechando para ello la extinción del planeta y la inauguración de un nuevo paraíso artificial (que al mismo tiempo también es fiscal), donde solo entrarán los ricos por el ojo de aguja.
Son también los mismos que ven con indiferencia, o incluso con entusiasmo, que en América Latina se den golpes de estado (con la venia del mercado), cuando no gusta el resultado de las urnas, y se hace largo esperar la próxima cita electoral.
Observen que se ha puesto de moda dar golpes de Estado con una Biblia en la mano, y si esta es contundente y gruesa, mejor.
Si en vez de arrear con ella, la leyeran (con inteligencia y perspectiva histórica), a lo mejor les aprovechaba más.
Cuando doña Margaret Thatcher, que cubría con una permanente hueca un corazón de hierro, regalaba botellas de whisky a Pinochet y consejos a un entregado «Isidoro», Felipe del PSOE, el objetivo era el mismo: la intoxicación ideológica y el coqueteo con la razón instrumental fascista.
Intoxicación ideológica en cuanto que esa razón instrumental fascista, que tantas veces pasa de la teoría a la práctica, es perfectamente compatible con la marca “liberal”.
Así es nuestro mundo de hoy que tanto nos recuerda al mundo de ayer.
El fascismo es «excelente» y tiene una enorme «resiliencia» a desaparecer entre nosotros, liberales de pro. De hecho, fascismo y posverdad siempre han hecho buenas migas, gracias a Goebbels
Por simple emulación, y asumiendo su código lingüístico, deberemos decir que el fascismo es «excelente» y tiene una enorme «resiliencia» a desaparecer entre nosotros, liberales de pro. De hecho, fascismo y posverdad siempre han hecho buenas migas, gracias a Goebbels.
Uno y otra, fascismo y posverdad, medran juntos, y viven hoy una auténtica primavera. Esa capacidad de adaptación, al parecer se llama resiliencia.
Los que manejan con labia fácil este código lingüístico del disfraz, son los mismos que llaman «reformas» a los recortes y «crisis» a la estafa financiera. Son los parias bien vestidos del pensamiento único.
Y digo parias porque efectivamente el pensamiento único es un alimento pobre que consumen a grandes dentelladas los poderosos del planeta.
Hablo, claro está, de pobreza no en el sentido material sino en el sentido espiritual del término.
Tener pocas ideas, quizás solo una, permite extenderla en modo sábana y colgarla del balcón, lisa como un cerebro sin arrugas.
En Francia, y esto es lógico, las pensiones se defienden por los sindicatos en huelga y gracias al estímulo oportuno de los «chalecos amarillos». Se entiende y les deseamos éxito con mucha envidia.
Aquí, donde la lógica brilla por su ausencia y la posverdad triunfa, las defiende Pablo Casado (y nos lo creemos), cabeza visible del partido que saqueó la hucha de las pensiones para financiar la corrupción y los rotos de la estafa financiera.
El lobo disfrazado de Caperucita.
En este país vivimos en la inocentada permanente.
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