[dropcap]D[/dropcap]ice una buena amiga, docta en vestimentas y en el arte del bien comer, que nadie ha podido igualar al doctor Sánchez a la hora de estirar la espalda para darle lustre al traje. Parece ser que, en esos encuentros internacionales de primer nivel, nuestro inquilino provisional en la Moncloa, logra lucir el palmito levantando envidias. Vamos, que causa sensación el porte del presidente más trotamundos que ha morado el palacio de la política nacional. Y no es peyorativo calificar de trotamundos a quien no para de hacerle kilómetros, por esos variopintos mundos, al avión presidencial.
Cada vez tengo más claro, que el doctor Sánchez tiene una estrella en el posamen que le pone a huevo el catre moncloíno y todos los terciopelosos egos que puedan decorar la ambición más estrafalaria en la coquera.
El presidente interino se ha hecho tan experto en decir y desdecirse, que las hemerotecas echan humo al presentir que puede aparecer su nombre en la convulsa historia de estos días. Hasta en amores y desamores políticos, más que brujo, es un adolescente susurrando promesas y chascarrillos a quienes, a su izquierda, necesitan más madera para seguir montando la barraca.
A parte de todas esas parafernalias de protocolos y reverencias, en las que se ha hecho maestro, el doctor Sánchez, es un gran educador de contrincantes y enemigos. Sirva como ejemplo la metamorfosis que ha sufrido doña Susana al ser abducida por la calma paz de la obediencia que en estos tiempos puede bendecirte si quieres cabalgar por los espacios del sanchismo vigoroso. Cosa parecida les ocurre a los varones desvaronaos al ser tocados por un silencioso matiz que les camufla en la plácida mansión del limbo.
Ni el mejor Felipe González logró manejar el rancho como este gran macho alfa, que ha marcado con tanta fuerza el territorio socialista, que nadie osa levantar la voz, no vaya a ser que se acabe el recreo que les queda.
Nunca pensamos, cuando el pujolismo era el chapuzas que arreglaba con sus votos las goteras moncloneras de los dos grandes partidos, que nos veríamos en esta terapia nacional de paciencia y apatía mientras esperamos que nos alegre la verbena algún tontaina de la clase.
Cuando se barrunta el acuerdo para gobernar con quienes escupitajan la Constitución es para tragarse un botón, y miccionar a cuatro chorros en cualquier esquina.
Pero mientras tanto, eso sí, las llaves de la cerradura del palacio huelen a perpetuidad, entre comillas, en los bolsillos del ínclito doctor Sánchez.