[dropcap]H[/dropcap]emos podido apreciar mayor número de personas contemplando la fachada principal de la Catedral Nueva; viene sucediendo desde hace bastante tiempo, repartiendo méritos con la de la Universidad, aunque siempre hay algún despistado o casi-mal-informado que busca por este lado «el astronauta» (no os extrañe que hayamos coincidido con turistas buscando «la rana» en la Casa de las Conchas).
Como seguimos disfrutando de estos días navideños vamos a concretar aún más un dato: en un códice del siglo IV, cuyo original se perdió pero del que se conservan varias copias, se encuentra la mención más antigua del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Cristo y data del año 336 d.C.
En el imperio romano se adoraba al dios Sol Invicto pero también lo hacían por Él, puesto que para muchos de ellos no eran más que formas diversas de ver el mismo concepto de divinidad solar; en la necrópolis vaticana, bajo la basílica de San Pedro, hay imágenes del siglo III en las que Cristo está representado como Helios montando en su carro.
Por tanto, el 25 de diciembre, día del solsticio de invierno (cambios de calendario y el paso de los siglos lo han adelantado al día 21 actual) y de celebración del nacimiento del dios Sol Invicto («dies natalis Solis Invicti», festividad instituida oficialmente por el emperador Aureliano -274 d.C.- y prohibida posteriormente por el también emperador Teodosio -380 d.C.-), no es extraño que el cristianismo utilizara esta misma fecha para reforzar que Cristo era el verdadero dios Sol de Justicia.
Volviendo a la fachada de poniente de la Catedral, observamos en el tímpano de su gran arco conopial los relieves del Nacimiento y de la Epifanía. Siendo niños, esta película inmóvil de la portada suponía un trocito de resistencia contra el ataque a nuestra ilusión; cada vez que un desconocido listillo nos quería abrir los ojos con eso de: «los reyes son los padres», nosotros nos escapábamos hasta aquí y mirábamos detenidamente la escena hasta convencernos: «esas caras no son las de mis papás», «papá y mamá son dos y estos son tres, claro, Melchor, Gaspar y Baltasar», «los reyes existen porque son importantes, si no, no estarían aquí en la piedra».
Daba igual que los viéramos por la tele, en las tiendas, en los quioscos, en todas sus variedades y colores con sus diferentes caras, todos eran los mismos tres y ninguno se parecía a nuestros padres ¡qué caray!, además, nadie nos había quitado tanto el sueño; ¿por qué nuestros papás se arriesgaban en pleno invierno a dejar las ventanas abiertas por la noche para que tomaran sus majestades una copita de anís y sus camellos unos cuencos con agua si no existían de verdad?; los recipientes vacíos y los regalos en los zapatos nos confirmaban año tras año que este cuento verdaderamente era una realidad.
Esta tarde-noche la cabalgata de los Reyes Magos de Oriente recorrerá las principales calles del centro de la ciudad y multitud de niños vivirán esa experiencia de magia, sorpresa e ilusión, la misma por la que luchamos en nuestra infancia para mantenerla intacta y que ahora sus ojos y corazoncitos nos transmitirán al paso de las carrozas.
Nos daremos por satisfechos si entre cientos de caramelos que volarán por los aires alguno cae en nuestras manos, aunque tengamos que perseguirlo mientras va dando botes por el suelo.