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Opinión

Diálogos sobre Hernán Cortés – 1519/2019 (y VII)

Hernán Cortés.

[dropcap]T[/dropcap]erminamos hoy la serie de Diálogos Cortesianos, con un total de siete entregas, que me están animando a hacer una especie de Crónica de Indias, de síntesis, sobre el gran conquistador, cuyo quinientos aniversario ha sido despreciado neciamente por el Gobierno español, y poco aireado por los centros de estudios y menos aún por los círculos de empresarios, cuando Cortés ha sido nuestro mayor empresario de la Historia.

Terminamos hoy la serie de Diálogos con un cierto sabor agridulce. Lo primero por lo que se ha dicho de una España ignara de lo mejor de su Historia. Lo segundo, porque creo que estamos contribuyendo a un Año de Cortés que se separa de lo estúpidamente oficial. Veremos las consecuencias de esas actitudes que dicen tan poco de unos gobiernos en funciones que están sumiendo al país en una ignorancia aún mayor, que no premoniza lo mejor.

Viaje a Las Hibueras y muerte de Cuauhtémoc

¿Por qué el tan citado y criticado viaje de Hernán Cortés a Las Hibueras, en la plenitud de su prestigio y su poder, tres años después de la reconquista de Tenochtitlán y cuando por entero dominaba su propio país, la Nueva España?

¿Sintió que había fracasado en algo a lo largo de la conquista y la ulterior dedicación que prestó a su nueva patria por más de tres años, como un estadista que desgraciadamente no hemos tenido nunca en la vieja España? ¿O se sintió en la necesidad de estar más activo, echando de menos la intensidad de las luchas anteriores? Preliminarmente me inclino por la segunda presunción.

El motivo formal del viaje a Las Hibueras, parece claro, pero no explica todo: en enero de 1524, Cortés había enviado una importante expedición, al mando del capitán Cristóbal de Olid; con el propósito de encontrar el siempre paso entre ambos océanos. Y asimismo con la misión de poblar una serie de territorios ponderados por su presunta riqueza.

Para avituallar esa expedición, Olid recaló en Cuba, donde se re-unió con Velázquez, poniéndose de acuerdo con él contra Cortés, quien indignado por su traición, emprendió su expedición a Las Hibueras, a fin de hacer justicia. Decisión propia de la impaciencia y el orgullo, y asaz temeraria: abandono el gobierno de la Nueva España, con el peligro que suponía un largo viaje por rutas mal conocidas. Actitud que sus más fieles en México le criticaron en vano.

La cortesiana expedición partió en octubre de 1524, con la gran pompa de una corte de pajes, mayordomos y acompañantes de todo tipo, llevando consigo un chambelán, un doctor en medicina, un cirujano, halconeros, músicos, juglares, amén de trescientos españoles armados, cincuenta caballos y algunos miles de guerreros indígenas. En el bagaje iban la cama y la vajilla del conquistador. Además, en tal corte ambulante, iban bien vigilados los señores del Valle de México: el primero de ellos, Cuauhtémoc, que seguía siendo el tlatoani a la orden directa de Cortés.

El largo viaje, tras los primeros regocijos y entretenimientos, fue haciéndose cada vez más penoso: los sufrimientos empezaron por las enfermedades en la tropa, y el paso de un gran río, donde hubo que tender un puente flotante “con los troncos de más de mil árboles del grueso del cuerpo humano y de diez varas de longitud para llegar al pueblo denominado Alcalá Chico”.

Allí tuvo lugar el acontecimiento más dramático de todo el periplo, un hecho que seguramente había ido gestándose en la cabeza de Cortés, buscando un lugar recóndito para desprenderse de los últimos amos del México antiguo.

Así las cosas, y temeroso de que se tramaba una conspiración contra él, hizo comparecer a Cuauhtémoc y a Tetlepanquétzal, imputándoles que según sus noticias estaban conjurándose para matarle y fugarse. Y aunque los dos mexicas principales le aseguraron no ser ciertas tales presunciones, les condenó a morir ahorcados.

Ya prácticamente al final del largo periplo, se fundó la ciudad de Trujillo, con los españoles del primo de Cortés, Francisco de Las Casas, que estaban por allí en expedición exploratoria. Y fue precisamente en esa nueva villa donde se supo lo que Cristóbal de Olid ya había sido ajusticiado por los capitanes que el gran conquistador había enviado en función de castigo definitivo.

Cortés partió de Trujillo hacia Veracruz, el día 25 de abril de 1526, y en la que fue su quinta (y última) carta de relación al rey-emperador, transmitió su relato de la expedición a Las Hibueras, con un protagonismo notorio sobre el inhóspito, y muy formidable entorno natural: territorios de montañas cerradas, desfiladeros angostos, ciénagas inacabables, bosques impenetrables, etc. Aunque también se refirió a la «buena tierra llana y alegre sin monte». En ocasiones, los ríos eran pequeños, en otras tan grandes que lo invadían todo: había que salvarlos con canoas, balsas, troncos, e incluso recurriendo a «las puentes de Cortés».

Retorno a México: desgobierno y juicio de residencia

El lapso entre la salida de Cortés para Las Hibueras, el 12 de octubre de 1524, y su regreso a la capital de la Nueva España, el 19 de junio de 1526 (un año y ocho meses), fue uno de los periodos más turbios de la dominación española en México. Por lo desvergonzado de las pasiones de quienes gobernaron durante la ausencia del capitán general, cuando sus bienes fueron saqueados y sus amigos maltratados e incluso muertos por los propios oficiales del rey.

En las circunstancias reseñadas, Cortés se reunió con los miembros del cabildo de la Ciudad de México, quienes le retiraron la vara de mando de gobernador. Haciendo pregonar después, por toda la ciudad, que Don Hernán quedaba sujeto a juicio de residencia. Un proceso no necesariamente punitivo, porque en realidad constituía una sana revisión normal de la actuación de cualquier oficial de la Corona al término de su mandato, o por causas graves en el curso del mismo. Precisamente en la quinta carta de relación (firmada en Ciudad de México el 3 de septiembre de 1526), Cortés formuló un resumen de los cargos que se le hacían en el citado juicio, sobre todo a propósito de la imputación de si gobernó como un tirano autócrata: nunca hizo otra cosa –manifestó— que cumplir con las órdenes reales, sin ser cierto que hubiera obtenido para sí el mayor provecho de la conquista.

En los años siguientes parecía como si la hazaña de la reconquista de Tenochtitlán –dice José Luis Martínez—, fuera ya algo remoto, de modo que Don Hernán fue habituándose a que otros gobernaran con torpeza y codicia. Y para empeorarlo todo, en 1529, tomó posesión de la primera Audiencia Real de México el avieso Nuño de Guzmán, que se reveló como el peor enemigo de Cortés. Sólo estuvo en el cargo un año, siendo privado del mismo por sus brutalidades y malas maneras.

Viaje a España (1528-1530)

Al final de su quinta y última carta de relación, Cortés solicitó de Carlos V autorización para viajar a España, y a principios de 1528, recibió con alegría la misiva que le envió el presidente del Consejo de Indias y obispo de Osma, Francisco García de Loaisa. En la que se decía “lo mucho que convenía que volviese a Castilla”, para que el rey le viese y conociese, aconsejándole que se pusiera en marcha a la mayor brevedad, ofreciéndole su favor e intercesión para que Carlos V le hiciese merced de recibirlo. Y seguidamente, el propio rey le envió una cédula, firmada el 5 de abril de 1528, en la cual le daba instrucciones para el viaje.

La amplia comitiva salió de Veracruz a mediados de abril de 1528, y desde allí, en un viaje sin escalas, de 42 días, llegaron al puerto de Palos de la Frontera, del que Colón había zarpado en su primer viaje, el 3 de agosto de 1492. Y fue en Palos donde Cortés vio morir a su fiel amigo y capitán Gonzalo de Sandoval; hombre de todas las batallas, experto en situaciones desesperadas, compañero de los buenos y malos días. Luego, con toda su amplia comitiva, Cortés viajó a su lugar natal, Medellín, donde se encontró con su madre, viuda y triste.

La posterior escala fue en el Monasterio de Guadalupe, a la que Bernal Díaz del Castillo se refirió, en su Historia Verdadera, con todos los pormenores; especificando que la pequeña imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, ennegrecida por el tiempo e ilustrada con piadosas leyendas, era uno de los más venerados iconos de Extremadura, lo que hizo completamente natural que Cortés compartiera esa devoción en la Nueva España.

Tras la visita a Guadalupe, el gran encuentro de Don Hernán con Carlos V, en Toledo. A quien llevó, debidamente preparado, un memorial sobre su ejecutoria y sus proyectos de porvenir. Parece que Carlos V quedó impresionado por el conquistador, hasta el punto de que después de la primera entrevista, al caer enfermo Cortés, y correr rumores de que agonizaba, Carlos V le rindió visita en su cobijo.

Y llegaron las mercedes del rey: el título de marqués del Valle de Oaxaca, así como la confirmación de todas las propiedades territoriales equivalentes a unos siete millones de hectáreas, 70.000 km2, superficie no mucho menor que Portugal (90.212 km2).

 

El 27 de julio de 1529, Carlos V abandonó España, embarcándose en Barcelona, para que en Bolonia el Papa le coronara emperador. Y a despedir al rey-emperador fueron muchos principales, entre ellos el propio Cortés, que quedó un tanto frustrado porque Carlos V no le ofreció ser el primer virrey de la Nueva España, lo que le habría permitido entrar en la más alta aristocracia semirreal.

Debe destacarse también, del tiempo del primer viaje de Cortés a España, que coincidió con Francisco Pizarro –sobrino suyo—, quien previamente había llegado hasta Tumbez, al Norte del legendario Birú. Y explorado que hubo la costa norte del imperio inca, en 1529 viajó a Castilla para solicitar al rey-emperador que le otorgara los nombramientos oficiales a fin de legitimar sus descubrimientos y abordar la efectiva conquista.

Último retorno a España

Reñido con el virrey Mendoza y frustrado por las costosas y poco fructíferas expediciones al Mar del Sur, Cortés pensó, análogamente a lo ocurrido en 1528, en la necesidad de un viaje a España para exponer directamente al emperador y al Consejo de Indias sus querellas y agravios, en la idea de solucionarlo todo de una vez. Decisión en la que también influyó el juicio de residencia en curso, que arreciaba en México por la acción de los detractores del conquistador.

Esa segunda y definitiva marcha a España (aunque el protagonista nada supiese de que lo era) la emprendió Cortés en enero de 1540, llevando consigo a su hijo legítimo Don Martín; amén de un buen séquito, aunque ya nada parecido a lo de la vez anterior en 1528. Si bien le acompañaron gran número de servidores personales.

En ese contexto y ya instalado en la corte, Cortés dirigió al emperador un memorial de agravios, con el propósito de protestar por las expediciones que el virrey Mendoza había despachado al Mar del Sur, quejándose de los impedimentos que se le habían puesto a él para sus propias navegaciones. Incluyendo su acariciado propósito, nada menos, de la conquista de la China. Una idea que tiempo después recuperarían el cabildo de Manila, y hasta el propio Felipe II, tras hacerse España con las Islas Filipinas.

Durante los casi siete años que al final de su vida Cortés pasó en España (1540/1547), el dominio del Mediterráneo se vio gravemente amenazado por los piratas berberiscos, que no permitían la segura navegación del comercio. Por lo cual, el emperador decidió hacerse con el puerto de Argel, que gobernaba el eunuco y renegado Azán Agá, dependiente de los turcos. Para lo que organizó una gran armada: 12.000 marinos y 24.000 soldados, alemanes, italianos y españoles, a bordo de 450 embarcaciones de todo tipo, que se reunieron en las islas Baleares, desde donde zarparon para atravesar el Mediterráneo.

El desembarco en las proximidades de Argel comenzó a hacerse con fortuna, y el 24 de octubre de 1541 se inició la marcha para sitiar la ciudad. Pero en ese momento se formó una formidable tormenta, que arrojó a la costa 150 navíos con provisiones y armas, que quedaron destruidas. Ante lo cual, Carlos V convocó un consejo de guerra, al que no se llamó a Cortés, y decidió levantar el cerco con la retirada general.

Después de esa catástrofe en Argel, Don Hernán se instaló de 1543 a 1545 en Valladolid, donde tuvo encuentros con Juan Ginés de Sepúlveda, defensor de que los indios eran seres humanos, con alma propia, pero que necesitaban de la tutela de los españoles. Y también se vio en ese tiempo con Bartolomé de Las Casas, que proclamaba la igualdad entre blancos e indígenas, pero no de los negros. Siendo dudoso el testimonio del célebre apóstol de los indios de que durante las Cortes que convocó el emperador en la villa de Monzón (Huesca), en 1542, él y Don Hernán tuvieron una última conversación, que el dominico recogió en su Historia de las Indias. Lo que en cambio sí es cierto del todo es que Las Casas nunca sintió la menor simpatía por el conquistador, al considerarlo astuto, traidor a Diego Velázquez, mal cristiano y condenable por sus crueles acciones militares.

La senda a la muerte

Tratando de llenar de alguna manera los ocios de cortesano sin provecho, y siempre pendiente de que terminara el inacabable juicio de residencia para volver a la Nueva España, Cortés organizó en su casa de Valladolid una auténtica Academia, con personas muy doctas en temas de filosofía moral, y con asistencias como la del cardenal Poggio, el experto Dominico Pastorelo (arzobispo de Callar, Cagliari), el docto fray Domingo de Pico, el prudente don Juan de Estúñiga comendador mayor de Castilla, el grave y cuerdo Juan de Vega, el ínclito don Antonio de Peralta, marqués de Falces, con don Bernardino su hermano, don Juan de Beaumont, y otros eminentes próceres.

En esa Academia, de la que no se sabe mucho, se gestó, según Christian Duverger, la decisión de Cortés de escribir él mismo la Historia Verdadera atribuida a Bernal Díaz del Castillo. Cuestión a la que nos hemos referido con anterioridad, no considerando verosímil la historia del hispanista francés.

Sin nada ya que hacer en la Corte, en Valladolid, por el desdén de Carlos V, Don Hernán se trasladó primero a Madrid y después a Sevilla, donde ya tuvo que hacer economías, pues si bien era muy rico en propiedades, tenía muchos gastos de sus expediciones al Mar del Sur y de sus casas, y de numerosos procuradores, administradores, agentes y criados. Y tan rico era que, incluso con las estrecheces que sufrió en los últimos meses de su vida, por su Testamento pudo saberse que en la antigua Hispalis mantenía mayordomo, contador, repostero, camarero, paje de cámara, botiller y caballerizo.

De la ciudad de Sevilla, Cortés se fue a la cercana Castilleja de la Cuesta, para allí “entender en su ánima”, cuenta Bernal Díaz. La casa que tenía en Sevilla, sin adornos señoriales, fue cerrada, y Cortés pidió a su amigo, Juan Rodríguez, que lo alojara en su mansión de la calle Real. Debió sentirse muy enfermo y extenuado, “de cámaras e indigestión”, que padecía de tiempo atrás y que se le empeoraron.

Murió Cortés con 62 años, el 2 de diciembre de 1547, extenuado por la disentería, abriéndose al día siguiente su testamento para leerlo. El 15 de diciembre siguiente, don Juan Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, escribió al príncipe Felipe –regente de España en ausencia de su padre el emperador— informándole de la muerte del conquistador. Y lo que no encargó Carlos V ni su hijo, lo hizo el mencionado duque, quien organizó exequias y honras fúnebres, en el monasterio de San Francisco, de Sevilla. De allí, sus restos tuvieron un largo periplo, para finalmente acabar en la iglesia del Hospital de Jesús, en la Avenida 20 de noviembre, cerca de El Zócalo, en Ciudad de México.

Y pasamos ahora al diálogo final entre el autor y el enigmático interlocutor de siempre, donde se comentan episodios recién contados:

  • ¿No es Vd. muy complaciente en lo que ha llamado la Segunda Vida de Cortés? ¿No se inició la decadencia definitiva con el célebre viaje a Las Hibueras?
  • Yo no veo tal decadencia. Resistió el periplo con fortaleza y volvió vivo y emprendedor. Además, se logró el enlace entre la conquista de México y las confiadas a Alvarado en Guatemala, así como la conexión con los españoles que por América Central llegaban desde Panamá. Fue, en cierto modo, una consolidación de la conquista cortesiana. Prácticamente todo el México actual quedó conocido y abarcado: desde Baja California (con las navegaciones), hasta Chiapas.
  • Un viaje que aprovechó para desprenderse de Cuauhtémoc…
  • Fue un desacierto, como él mismo debió recordar el resto de su vida. Pero, en frío, las circunstancias hay que tenerlas en cuenta: Cuauhtémoc intentaría un día matar a Cortés en la conjura que se dice preparaba, sin que quepa desechar la posibilidad de una fuga del tlatoani, que podría haber producido un levantamiento general de los mexicas, para perder todo lo que hasta entonces se había ganado para hacer la Nueva España…
  • ¿Y del desgobierno de México en la ausencia de Cortés?
  • Muy sencillo: quedó en claro que los mentados oficiales de Carlos V eran peores administradores que el mismo Cortés y sus capitanes. Tal vez con el hecho de salir hacia las Hibueras, el conquistador ya contaba con que los administradores recién llegados lo iban a hacer mucho peor que los suyos: así preparó su vuelta a España para hablar con Carlos V con mayores fundamentos y poder ser nombrado virrey…
  • Muy sencillo: quedó en claro que los mentados oficiales de Carlos V eran peores administradores que los de Cortés y sus capitanes. Tal vez con el hecho de salir hacia las Hibueras, Cortés ya contaba con que los administradores recién llegados lo iban a hacer mucho peor que los suyos: así preparó su vuelta a España para hablar con Carlos V con mayores fundamentos y poder ser nombrado virrey…
  • ¿Y precisamente, no es Vd. demasiado terminante con Carlos V?
  • Creo que no, pues el Cesar, como le llamaban (Kaiser, emperador en alemán, procede de César), no estuvo a la altura de los acontecimientos. Claro es que visto de otra forma, el de Gante sí que supo velar por sus imperiales intereses, y garantizar la continuidad de su poder en las Indias. Con el de Medellín de virrey, iba a ser mucho Cortés
  • ¿Un fin desgraciado, pues, el de Don Hernán?
  • No precisamente feliz, desde luego, pero lo cierto es que él nunca perdió su temple y su grandeza hasta llegarle la muerte. Se movió siempre con la frente bien alta, admirado y odiado a la vez, e incluso vituperado y perseguido económicamente… Además, tras su segundo y definitivo viaje a España se ocupó de promover la crónica de López de Gómara, y según Duverger incluso escribió la propia Historia Verdadera. En cualquier caso, en el atardecer de su vida, Cortés seguía siendo el definitivo conquistador de México; y el verdadero fundador de la primera fase del Imperio continental de ultramar.

Y terminamos así los Diálogos Cortesianos.

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