[dropcap]U[/dropcap]na campaña publicitaria reciente de una cadena comercial utilizó profusamente el slogan ‘Yo no soy tonto’, una frase que estaría muy bien que los ciudadanos repitiésemos frecuentemente a los políticos en relación con el trato que nos dan.
Los políticos firman con los ciudadanos un contrato moral en relación con el cumplimiento del programa electoral por el que fueron elegidos, pero este contrato se les olvida frecuentemente, o no son capaces de llevarlo a cabo por las limitaciones que les impone el ejercicio de un poder limitado. Este es un aspecto con el que los ciudadanos ya contamos al votarlos, así que la posterior decepción está contemplada de antemano.
Sin embargo, lo que resulta intolerable son las explicaciones que nos ofrecen cuando no cumplen alguna promesa del programa electoral, o incluso cuando adoptan alguna medida contraria al mismo. Mentir, o justificar la toma de decisiones con argumentos “peregrinos” solo puede significar dos cosas: que son incapaces de estar callados (altamente probable), o bien que nos toman por tontos y piensan que pueden engañarnos con explicaciones inverosímiles.
Algo similar podría decirse de la relación de los políticos con los medios, y de los medios con los políticos, y de ambos con los ciudadanos, y el papel que ejercen unos y otros en la manipulación de la realidad.
Como señalaba anteriormente, los votantes estamos preparados desde el primer día para asumir decepciones y las descontamos en su “debe”, pero lo que no podemos aceptar es que se nos trate como a niños, con verdades a medias o incluso mentiras, que cuando tienen lugar restan en su “haber”. Al final de una legislatura, cuando hay nuevas elecciones hacemos un balance entre el “debe” y el “haber” y ello decidirá nuestro voto, pero por favor, unos y otros no nos tomen por tontos: los ciudadanos no somos tontos: aunque les pueda parecer mentira tenemos capacidad para pensar autónomamente.