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Opinión

España hace cien años. Una evocación histórica (I)

[dropcap]A[/dropcap]l pasar de 2019 a 2020, me pareció que no sería malo hacer aquí una evocación de cómo era la España de hace cien años. Una fase histórica de nuestro país generalmente ignorada, y que sin embargo tuvo tanta importancia para lo que después fue sucediendo.

Se trata de los años decisivos en la transición de la Restauración a la gran crisis española del siglo XX. Cuando no se supieron resolver los grandes problemas de la sociedad burguesía/proletariado con instituciones seculares más o menos retrógradas, a una sociedad más equilibrada en los aspectos económicos y más democrática en lo político.

1. La Guerra Europea y sus efectos para España

Gran importancia en esa transición tuvo la Guerra Europea, que estalló en agosto de 1914. El entonces Jefe de Gobierno, el conservador Eduardo Dato, declaró la neutralidad de España, a pesar de lo cual no se evitó que los españoles se dividieran en dos grupos ideológicos: los germanófilos y aliadófilos, como resaltó nuestro gran novelista Wenceslao Fernández Flórez, en su inolvidable Los que no fuimos a la guerra.

La inmensa mayoría de los ciudadanos y de los políticos se mostraron favorables a la neutralidad decretada por el Gobierno, con las únicas excepciones notables del liberal Romanones y del radical Lerroux, ambos decididos partidarios de entrar en guerra en favor de los aliados.

La Gran Guerra, como también se llamó antes de denominarla “Primera Guerra Mundial”, tuvo consecuencias difícilmente exagerables. Desde el punto de vista económico, la neutralidad convirtió a España en abastecedora de los dos bandos contendientes. Entre 1914 y 1918, las cifras del intercambio, en contra de lo habitual —un fuerte déficit de la balanza comercial— mostraron excedentes muy favorables, que permitieron la acumulación de importantes cantidades de oro en el Banco de España; el mismo con el que después se financiarían los gastos republicanos de la guerra civil entre 1936 y 1939.

El cambio espectacular en una serie de manifestaciones económicas, nos indica lo que pasó. La minería del hierro vasca multiplicó por 14 sus cifras de ventas; el carbón asturiano amplió su producción de 2,5 a 7 millones de toneladas en sólo cuatro años; florecieron las empresas navieras, y una de ellas llegó a cotizarse al 3.990 por 100 de su valor nominal. La Banca se reforzó de manera extraordinaria; en cuatro años sus recursos propios se triplicaron, los ajenos se cuatriplicaron, y la cartera de valores creció de forma importante. 

Todas estas circunstancias habían de significar cambios considerables. Las nuevas industrias, creadas para atender la demanda exterior recrecida por la guerra y para sustituir las importaciones colapsadas, exigirían, a partir de 1918, final de la contienda, niveles de protección arancelaria muy superiores a los preexistentes, que culminarían en el Arancel Cambó de 1922. Por otro lado, el capital extranjero, que con anterioridad a 1914 controlaba en alta proporción el sistema ferroviario y la minería, así como una gran parte de la Deuda Pública del Estado español en el exterior, fue en buena medida españolizado por la banca mixta fundamentalmente.

Pero a los efectos de la dinámica histórica que aquí nos interesa, el efecto más importante de la guerra radicó en el desabastecimiento del mercado interior, que se produjo como consecuencia de la exportación masiva de toda clase de productos. A la postre, la fortísima elevación de precios que resultó para gran número de artículos, muchos de ellos de primera necesidad, creó un hondo malestar entre los trabajadores industriales, cuyos efectivos habían aumentado de manera considerable como consecuencia de la propia expansión económica por la situación bélica entre 1914 y 1918.

La inquietud laboral y la crisis de las subsistencias potenciaron, lógicamente, al movimiento sindical organizado en las dos grandes centrales. De un lado, la Unión General de Trabajadores (UGT) de vocación socialista, y partidaria, por lo normal, de la negociación y de un gradualismo en las conquistas sociales. Y del otro lado, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), de inspiración anarquista, que no estaba vinculada a ningún partido político, y que incluso despreciaba la actividad de los partidos y de los mecanismos electorales, siendo favorable a ultranza de la huelga general como instrumento para garantizar los avances del proletariado.

2. La crisis de 1917

El malestar obrero y su radicalización a nivel sindical, fue el primero de los tres problemas que en su convergencia generarían la gran crisis de julio-agosto de 1931, que terminaría en la huelga general revolucionaria más importante hasta entonces conocida en España.

El segundo problema, provino del Ejército. La desmovilización tras el desastre de 1898 se había traducido en un mando militar macrocefálico, con una oficialidad tres veces en número a la del Ejército francés; para un contingente de tropa equivalente a un sexto. Ese problema se agudizaba por las diferencias existentes entre el ejército peninsular, de guarniciones burocratizadas, y el ejército africanista, en el que por disfrutar de las mercedes de Alfonso XIII los ascensos por méritos de guerra se sucedían con rapidez. Ante esta situación, en el primer semestre de 1916 surgieron las Juntas de Defensa militares que pretendían representar los anhelos del ejército peninsular.

La legalmente necesaria disolución de las Juntas, produjo toda una serie de situaciones conflictivas en los sucesivos gobiernos, que no se atrevieron a desarticularlas. En tal situación, en junio de 1917 las Juntas aspiraron a ser reconocidas oficialmente, y el gobierno del liberal García Prieto, que se resistía a ello, hubo de dimitir. Para sustituirle siguiendo el turno, Alfonso XIII llamó a Dato, que se mostró poco favorable a una transacción. El problema, pues, en vez de resolverse iba pudriéndose. 

El tercero de los problemas emergentes en 1917, era de distinta naturaleza. Consistía en la renuncia de los distintos gobiernos a mantener abiertas las Cortes durante una guerra en la que España no participaba; pero que era causa de la ya mencionada virtual división del país en dos bandos. La situación se complicaba, adicionalmente, por la pretensión de los catalanes de ampliar las facultades autonómicas resultantes de la aplicación de la Ley de Mancomunidades de 1913. La burguesía catalana planteaba una serie de reivindicaciones, entre ellas la transformación de Barcelona en puerto franco, a lo cual se oponían los políticos conservadores centralistas; y todos los que, simplemente, no veían la razón de ser de esa demanda.

En 1917, la situación se agravó con las presiones ejercidas por Cambó en solicitud de mayor autonomía. Del político catalán, Maura había dicho que estaba en una contradicción permanente, pues «quería ser el Bismarck de la España grande y al propio tiempo el Simón Bolívar de Cataluña». Lo cierto es que Cambó planteó a Dato la necesaria reunión de las Cortes. Y ante la negativa de éste, los catalanistas organizaron, para principios del mes de julio, una «Asamblea de Parlamentarios» a celebrar en Barcelona.

A la Asamblea asistieron unos setenta diputados: republicanos, nacionalistas y el único por entonces representante del PSOE (Pablo Iglesias). Lo que se solicitaba era la formación de un gobierno provisional, y la puesta en marcha de un nuevo proceso constituyente para transformar España en una verdadera democracia. Pero la Asamblea, a pesar de propósitos tan razonables —o precisamente por ello— fue disuelta por Dato el 19 de julio.

3. Entre el bolchevismo y el conservadurismo: 1917

Convergieron así los tres problemas en un solo momento: el económico-social y la inquietud sindical, las reivindicaciones militares de las Juntas de Defensa, y los planteamientos nacionalistas, socialistas y republicanos de la Asamblea de Parlamentarios. El escenario contaba, además, con la ambientación internacional que suponían los sucesos en Rusia en medio de las dos revoluciones de febrero y de octubre de 1917. Lenin era popular entre los obreros de todo el mundo, y la huelga revolucionaria se vislumbraba como el arma con que ultimar a una burguesía voraz que no vacilaba en poner al borde del hambre a las clases trabajadoras. Todo estaba listo para el drama.

La chispa fue un simple conflicto ferroviario en Valencia que se mantenía latente desde finales de julio, y que al final, el 9 de agosto, se vio agravado cuando la UGT se lanzó a la huelga en emulación con la CNT. Los socialistas protagonizaron los episodios de los días siguientes, con graves enfrentamientos obreros y fuerza pública en Asturias y en otras áreas del país. La revuelta se vio reprimida con rapidez por la Guardia Civil y el Ejército, saldándose los sucesos con 70 muertos.

Los acontecimientos de agosto demostraron, una vez más, que los obreros estaban solos. Las Juntas de Defensa no se mostraron a favor de ningún cambio revolucionario, ni siquiera de las mínimas reformas. Y el Ejército no vaciló en restaurar el orden, sin preguntarse siquiera si tal orden era o no verdaderamente justo. En cuanto a los parlamentarios, la mayoría tampoco se decidió a apoyar a los trabajadores. Cambó era la expresión de un catalanismo burgués y pactista con el poder central, como pronto se demostraría con su propia participación como ministro en el Gobierno que Maura presidió en 1921-22 tras los sucesos de Annual.

Y dejamos aquí nuestro repaso histórico en la primera entrega de este artículo sobre “España hace cien años”, saliendo de la crisis global de 1917, y entrando el último quinquenio (1917-1922) de la Restauración, para seguir la próxima semana.

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