[dropcap]P[/dropcap]ublicábamos la primera entrega de este artículo en la idea de que sería bueno recordar la España de hace 100 años.
Analizamos en esa primera parte los efectos de la Guerra Europea, con la agitada convergencia de la gran crisis de 1917, para entrar, ahora, en el último quinquenio de la restauración, entre 1918 y 1923, para seguir con la Dictadura de Primo de Rivera, su obra económica, y su insuficiencia política de renovación, que llevaría, indefectiblemente, a la República.
4. El último quinquenio de la Restauración
Con la huelga revolucionaria de 1917, la Restauración quedó virtualmente condenada. Nominalmente, todavía se mantendría durante cinco largos y revueltos años: desde agosto de 1917 a septiembre de 1923. Fue una agonía en la que se recurrió a la fórmula de los «gobiernos nacionales» como concentración de todas las fuerzas políticas de anterior extracción conservadora-liberal, para resistir la marea obrerista, republicana, regionalista, y las tentaciones militares. De hecho, tales planteamientos significaban que el turno había perdido su razón de ser. Y las sucesivas elecciones al Parlamento, no demostraron otra cosa que la atomización de los partidos conservador y liberal en toda clase de grupos, de fulanismos y menganismos. Ya ni siquiera funcionaba de la forma adecuada el sistema del «encasillado».
Subsistieron, sin soluciones, los tres grandes temas: Marruecos, el nacionalismo catalán y los problemas del movimiento obrero. Los cuales, análogamente a lo que sucedió en 1917, precipitaron la subsiguiente crisis de 1923, si bien el factor desencadenante en esta ocasión fue la Guerra de Marruecos.
Todo empezó en el verano de 1921, cuando al general Fernández Silvestre, a quien se le había encomendado el mando de las fuerzas de la zona occidental del Protectorado, se vio sorprendido (el 21 de julio, en Annual), por un inesperado ataque marroquí, dirigido por el legendario caudillo rifeño Abd El Krim, quien puso en retirada las tropas españolas hacia Melilla, con desastrosos encuentros, seguidos de auténtica «caza del hombre» en Monte Arruit y Zeluán. En pocos días se perdió el territorio conquistado en varios años en tomo a la plaza norteafricana, con la muerte del propio Silvestre —seguramente suicidado— y de más de 10.000 soldados españoles. Ante la gravedad de los hechos, Alfonso XIII confió a Maura la formación de nuevo gobierno el día 25.
El desastre de Annual, obligó a la apertura de una información, el expediente Picasso (por el nombre del general que actuó como juez instructor). En él fueron acumulándose los testimonios demostrativos de la degradación a que había llegado el Ejército español en África. La publicación del «expediente Picasso» se presumió que sería una denuncia total contra aquel lamentable estado de cosas.
Pero no sólo eran las desgraciadas situaciones que se sucedían en Marruecos. El malestar obrero persistía. En Andalucía, las ocupaciones de fincas y las agitaciones Campesinas caracterizaron el período 1917-1920, el denominado «trienio bolchevique». Y en las áreas industriales, los sindicatos continuaron aumentando su fuerza. En el caso concreto de Barcelona, se generalizó la «guerra sucia» de la Policía contra el sindicalismo anarquista, una lucha que degeneró en el pistolerismo bilateral que algunos días produjo más de 20 muertos.
El tercero de los problemas también se agravó. El nacionalismo catalán no cejaba en sus reivindicaciones, a pesar de la participación ministerial de Cambó. Y las ideas separatistas que había sembrado Sabino Arana, siguieron presionando desde el Partido Nacionalista Vasco.
5. La dictadura de Primo de Rivera: un régimen hoy poco recordado
Las tres circunstancias señaladas fueron el origen, el día 23 de septiembre de 1923, del golpe de Estado del general Primo de Rivera. Y desde luego, nada de extraño tuvo que fuese el Capitán General de Cataluña quien decidiera acabar con el sistema parlamentario de la Restauración. En Barcelona se percibía, quizá más que en ningún otro lugar, la inquietud por la próxima publicación del «Informe Picasso», y se apreciaba de manera muy directa la gravedad del pistolerismo sindical y contrasindical; y el separatismo, que con Maciá a la cabeza empezaba a ser real.
El golpe de Primo de Rivera fue saludado con serenidad incluso por una parte considerable de los intelectuales. Casi todo el mundo estaba hartándose de la disgregación de los partidos, de la farsa de los gobiernos nacionales, de los problemas en avanzado grado de putrefacción. Cierto que algunos, como el conde de Romanones en su obra Las responsabilidades del antiguo régimen de 1875 a 1923, presentaron en sus críticas a la dictadura un juicio muy favorable sobre la Restauración. Pero casi simultáneamente, una persona tan poco sospechosa de sectarismo como Azorín, publicaba El Chirrión de los políticos, donde desvelaba los vicios y lacras del viejo sistema de la oligarquía corrompida y del cerril caciquismo.
En la Dictadura, de Primo de Rivera, algunos vieron incluso la materialización de la idea del «cirujano de hierro», al que se refirió Joaquín Costa en su ideal regeneracionista. Otros lo consideraron como un émulo de Mussolini. Y no fueron pocos los economistas que admiraron las transformaciones que experimentó España en el tiempo de su permanencia en el poder.
6. La obra de la Dictadura
Intentaremos esquematizar lo que representó el sexenio dictatorial. En el haber habría que anotar un esfuerzo indudable de modernización de la infraestructura de la economía española: la mejora de los ferrocarriles; el circuito nacional de firmes especiales (las primeras carreteras radiales asfaltadas que permitieron el inicio de la era del automóvil en España); la creación de los paradores de turismo, para potenciar una actividad económica que luego llegaría a ser tan significativa; la transformación del monopolio extranjero de petróleos en monopolio público, con el propósito de desarrollar una actividad nueva de gran magnitud (nacimiento de CAMPSA); la constitución de la Compañía Telefónica Nacional de España, que facilitó la difusión del más práctico y más directo de los medios de comunicación; la creación del Banco Exterior de España con participación pública; la reforma del crédito hipotecario.
También hubo una notable preocupación de la Dictadura por el campo, con la formación de las Confederaciones Hidrográficas, para acometer el desarrollo económico teniendo en cuenta el concepto de cuenca fluvial para la explotación integral de los recursos hidráulicos; el fomento agrario en forma de ayudas para regadíos, colonización interior, apoyo al cultivo del algodón, etc.; la creación de comisiones protectoras de los más diversos sectores de la producción industrial. Fueron, todos, elementos altamente significativos de un decidido propósito de fomento, con un grado de intervencionismo estatal hasta entonces no conocido.
Claro es que el indudable impulso que experimentó la economía española durante los seis años primorriveristas, no fue sólo resultado de las intuiciones y aciertos del dictador. De hecho, la expansión se inscribió en la fase de auge de la coyuntura económica internacional, iniciada en 1922 y que concluyó en el otoño de 1929. La prosperidad ayudó a la dictadura; y la crisis económica contribuyó a su fin.
En el debe de Primo de Rivera, habría que señalar, fundamentalmente, la falta de reformas sociales de importancia. El dictador pactó con el PSOE y la UGT, de modo que las «casas del pueblo» —las sedes locales de ambas entidades— permanecieron abiertas entre 1923 y 1930, a pesar de la prohibición legal tanto de los partidos políticos como de los sindicatos de clase. Primo de Rivera fue suficientemente inteligente para buscar en el PSOE y la UGT el apoyo indispensable para combatir al sindicalismo anarquista de la CNT, y a la virulencia revolucionaria del naciente Partido Comunista de España (PCE); organizaciones, ambas, que fueron perseguidas sin contemplaciones.
La política social de la dictadura se agotó en la colaboración con el PSOE y la UGT (no todos, puesto que Indalecio Prieto y otros se negaron a colaborar). Y nada se hizo en pro de la redistribución de la riqueza y de la renta. Algunos planteamientos progresistas de carácter fiscal muy pronto se vieron frenados por la oligarquía financiera.
Primo de Rivera en algún momento fue partidario de abandonar la aventura marroquí, ante las grandes pérdidas sufridas en 1924, en la retirada de Xauen, con 6.000 a 7.000 muertos por la parte española. Pero el ataque de Abd El Krim al Marruecos francés marcó el cambio de signo en la suerte del legendario caudillo rifeño. Primo de Rivera pactó con Francia —con el mariscal Pétain— una operación conjunta, en la cual el desembarco de Alhucemas (7 de septiembre de 1925) estuvo a cargo de España. En 1926, Abd El Krin se entregó a Francia, y en 1927 quedó pacificado el Rif.
No cabe duda que la victoria francoespañola en Marruecos, fue para el dictador como agua de mayo: una resurrección de los primeros apoyos a la figura del General Primo de Rivera, que tanto contribuyó para acabar con la pesadilla de las guerras de África.
7. La insuficiencia política de Primo de Rivera
El dictador no supo, sin embargo, cómo afrontar otros grandes problemas nacionales. No entendió las aspiraciones de los catalanes, y derogó el modesto régimen autonómico de la Mancomunidad. Frente al sistema de partidos de la Restauración, definitivamente acabado, se conformó con disolver las Cortes, sin plantearse seriamente la eventualidad de un proceso constituyente; aunque es cierto que creó su propio partido la Unión Patriótica (UP), y su ministro Eduardo Aunós tuvo a su cargo la preparación de un texto constitucional de corte corporativista, inspirado en el modelo fascista.
Por otro lado, en vez de atenuar los agudos problemas sociales del campo mediante unas pocas mejores efectivas, la Dictadura aceptó, sin más, el sistema caciquil, de monocultivo, paro e ignorancia, de las zonas latifundistas. Y en cuanto a las áreas industriales, no se produjo ningún avance sustancial en Jo concerniente a previsión y seguridad social.
Por lo demás, la virtualidad de la política económica de la Dictadura quedó en entredicho por sus indecisiones acerca de la conveniencia o. no de seguir a los británicos en cuánto a instaurar en España el patrón oro. Y a la postre, tras el esfuerzo inversor, de las dos exposiciones de 1929 —la Universal de Barcelona y la Iberoamericana de Sevilla— la crisis económica sorprendió a la Dictadura. En enero de 1930, los primeros indicios de paro y las dificultades de la peseta eran ostensibles. Por otra parte, los intelectuales y los estudiantes universitarios (ahora organizados en la poderosa Federación Universitaria Española, FUE), que nunca estuvieron a favor de Primo de Rivera; incrementaron su oposición. En suma, la pérdida de la confianza política en el dictador y en sus sueños de la UP como partido único, en sus instituciones —como la Asamblea Nacional, el Consejo de Estado, el Consejo de Economía Nacional, etc.— se hizo casi total.
Ante ese declive evidente. Primo de Rivera consultó a los Capitanes Generales, que no le confirmaron su apoyo, por entender que no existía ningún derecho a secuestrar la voluntad del rey. Así las cosas, el 28 de enero de 1930 el dictador presentó su renuncia a Alfonso XIII, y con toda modestia se marchó a París. Pocas semanas después, el 17 de marzo, moría sumido en la tristeza. Su entierro, en Madrid, constituyó una gran manifestación de duelo, pues aunque también utilizó la mano dura en ocasiones, Primo de Rivera siempre mantuvo un talante abierto, bien distinto de lo que fue en el XIX Narváez, y una bonhomía que le hizo casi añorable durante la posterior dictadura de Franco.
8. La República inevitable
En definitiva, Primo de Rivera fue el último en intentar la salvación de la monarquía. Lo que siguió, las breves «dictablandas» del general Berenguer y del almirante Aznar (desde el 18 de febrero de 1931), constituyeron el más grave error de Alfonso XIII, que fue demorando la necesidad de abrir un proceso constituyente. A la postre, cuando Aznar quiso llevarlo a cabo en una triple fase (elecciones municipales, provinciales y generales), ya era demasiado tarde.
El republicanismo había avanzado espectacularmente en los últimos años, por lo mucho que el rey se había involucrado en la Dictadura. De hecho, con la fáctica derogación de la Constitución de 1876, el monarca había firmado su propia condena a plazo más o menos fijo. La sublevación republicana de Jaca del 12 de diciembre de 1930, marcó el comienzo definitivo de la crisis final de la Monarquía, y a pesar del fracaso de ese levantamiento y del de Cuatro Vientos, la ejecución sumarísima de los capitanes García Hernández y Galán forjó los héroes que la República necesitaba, creándose una vasta inquietud en favor del futuro Régimen. Arreció además el antagonismo de los intelectuales (Ortega y Gasset con su Asociación al Servicio de la República y su artículo en El Sol «Delenda est Monarchia»).
Por otro lado, el proceso de marzo de 1931 contra los restantes sublevados de Jaca (de cuyo consejo de guerra formó parte el general Franco) se convirtió en un juicio contra el propio rey, que había sido, ciertamente, el primero en incumplir la Constitución. Y el principal de los condenados a muerte, el capitán. Sediles, vio conmutada su pena.
A la postre, todo acabó por convertir los comicios municipales del 12 de abril de 1931, con la fuerza electoral de la conjunción republicano-socialista que ya funcionaba desde 1909 y que en 1910 ya había permitido la llegada de Pablo Iglesias a las Cortes, en un auténtico plebiscito contra el rey.
El 14 de abril de 1931 se proclamó la República, y ese mismo día Alfonso XIII marchaba al exilio. Una nueva era parecía abrirse, de nuevo, para una España que no acababa de encontrar —desde 1808— su senda constitucional. Pero más que consolidar una tendencia democratizante y más social, hoy puede verse la etapa republicana como el espacio/tiempo de preparación de la guerra civil: los extremismos nacionales se exacerbaron, además, con el ambiente internacional en que tanto fascismo como comunismo plantearon un reto letal para el cambio, con la consecuencia siniestra de la Segunda Guerra Mundial.
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