[dropcap]H[/dropcap]acía tiempo que no visitaba a Salud Parada en su estudio, ese lugar cuasi santo donde el artista concibe y ejecuta su obra y la deposita en espera de la luz y el reconocimiento. Acompañado por varios estudiantes de Arte, deseosos de conocer el proceso creativo de nuestros artistas, Salud nos recibe con la afabilidad y calidez que siempre le han caracterizado. Sigue igual, magnífica y radiante, trabajando sin parar y disfrutando de ese oficio y vocación que es para ella la pintura.
Entramos en el estudio con la unción que exigía la solemnidad del momento, con los temores de quien sabe puede profanar el espacio más íntimo del artista, aquel donde en solitario desarrolla un acto que trasciende la inmanencia y alcanza valor sacramental. La pintura, como toda obra de arte, está sujeta a una liturgia, con sus ritos y procedimientos.
La contemplación de la obra en el estudio nada tiene que ver con la galería o la exposición, o el emplazamiento definitivo. Falta la contextualización, está sin rematar, se amontona en donde puede. Pero huele a fresco y allí se desvelan los procesos, se palpan los sentires, anhelos y dificultades que hay detrás de cada trazo. Allí se está creando, que son palabras mayores. Allí se gesta y configura la obra que con el tiempo colgará de las paredes para deleite del propietario, o formará parte de las colecciones y fondos de museos que permitirán al estudioso, o simplemente curioso, acceder a través del arte a una forma de pensar, porque la contemplación del arte implica realizar un ejercicio intelectual.
Salud Parada ha logrado ser ella misma. Su obra es tan característica que firmarla resulta redundante. Sus ritmos pictóricos son abstractos, es evidente. Ella sabe ver colores que transmiten sensaciones imposibles de definir y los alienta entre texturas singulares que surgen al espesar la paleta manejada con pericia de oficial, la integración matérica o la impresión de sargas, encajes o cualquier otro tejido áspero al tacto y de urdimbre reticular.
Después surge la escultora que también -ante todo- es y pinta con el hombro, como ella recuerda una y otra vez. Mueve el hombro, no la muñeca, para abocetar al carbón la figura que ella ve entre las manchas cromáticas. Y ahí es donde Salud Parada demuestra su capacidad para el dibujo. Pocos trazos, los mínimos, para ver o intuir entre los difusos colores formas arquitectónicas, guerreros medievales y anatomías volumétricas que dan sentido escultórico a su pintura. También encontramos animales fantásticos (ay aquellos unicornios que tan hondo me llegaron sin conocerla aún), reinas e infantas del ayer, ángeles y otros seres de luz, libélulas y mariposas… ese es el universo imaginario de Parada.
La visita al estudio del artista siempre reconforta. Alienta el ánimo, sosiega el espíritu e invita a la reflexión. El arte, a fin de cuentas, también contribuye nuestra felicidad. La contemplación de la belleza, y en el estudio de Salud Parada abunda, transmite paz e incrementa nuestra sensación de bienestar.