[dropcap]S[/dropcap]i alguien esperaba o temía, según el caso, que la dura batalla librada entre Inés Arrimadas y Francisco Igea podía poner en peligro la coalición de gobierno en la Junta de Castilla y León, puede estar seguro de que tal circunstancia no se producirá. Tras este convulso enfrentamiento en el seno del partido, en Castilla y León los pactos de Ciudadanos con el PP van a permanecer invariables, no solo en la Junta y en las Cortes, sino también en los Ayuntamientos y Diputaciones que gobiernan conjuntamente (solos o con el concurso de Vox, como en Palencia o Aranda de Duero).
Habida cuenta de que el vicepresidente es procurador y dispone del apoyo incondicional de al menos otros tres miembros del grupo parlamentario (la portavoz, Ana Carlota Amigo, la secretaria segunda de la Mesa, Marta Sanz, y el procurador palentino Juan Pablo Izquierdo), Igea mantiene en cualquiera de los escenarios la llave de la gobernabilidad de la Junta. Y ello le blinda frente a cualquier intento de represalia por parte de la nueva dirección nacional de Ciudadanos. Resulta obvio que no va a ser precisamente Arrimadas, que va de la mano del PP a las elecciones vascas y hará lo mismo en las catalanas, quien revise ninguna de las alianzas territoriales suscritas por ambos partidos. Posiblemente a la arrogante lideresa, que ha demostrado andar sobrada de prepotencia, le pediría el cuerpo dejar a Igea sin la vicepresidencia de la Junta y colocar en el cargo a alguno de sus fieles vasallos en la comunidad. Pero tal operación no es viable, ya que ello provocaría una escisión que pondría en peligro el pacto con el PP que Arrimadas está obligada a preservar.
Imposible marcha atrás.- Queda por analizar el escenario de un movimiento pendular consistente en que Igea y sus fieles abandonen un partido en el que han dejado de creer, renuncien a sus cargos en la Junta y se vayan al grupo mixto de las Cortes, propiciando aritméticamente una posible moción de censura que catapultaría al socialista Luis Tudanca a la presidencia. La hipótesis no tiene el menor viso de producirse, básicamente porque tendría muchísimos más inconvenientes que ventajas para su eventual promotor.
Más allá de la inclinación mostrada durante la campaña electoral de las elecciones autonómicas, nunca sabremos con certeza si Igea era partidario de pactar con el PSOE. Si tanto le perturbaba hacerlo con el PP, tuvo la ocasión de dejar paso en ese momento a otro compañero de partido que lo hiciera sin remilgos. Lo que sí sabemos es que negoció y alcanzó el acuerdo para hacer presidente a Alfonso Fernández Mañueco, el político al que tanto había venido denostando. Y que ocho meses después está encantado de haber dado aquel paso. En primer lugar, Igea estaría rompiendo sin justificación un pacto de gobierno del que se viene declarando -y sobrados motivos tiene- muy satisfecho. Él y los procuradores que le acompañaran adquirirían la oprobiosa etiqueta de “tránsfugas”, sin posibilidad de constituirse en grupo parlamentario propio y percibir las generosas subvenciones de las Cortes. Y por su parte, Tudanca tendría que pasar por las horcas caudinas de mantener, si no incrementar, la elevada cuota de poder, influencia y presencia de la que goza el actual vicepresidente. Todo ello absolutamente impensable.
No es para menos. Con tal de conservar su despacho en el Colegio de la Asunción, Fernández Mañueco se ha esmerado en complacer a Igea, extendiendo sus concesiones mucho más allá de lo inicialmente pactado. Le ha cedido por completo la iniciativa política y el protagonismo mediático, dejándole marcar la pauta en cuestiones de la máxima trascendencia, tales como la reforma de la atención sanitaria y la Ordenación del Territorio, y ello aún a costa de dinamitar los consensos básicos de comunidad mantenidos por PP y PSOE desde 1.983.
El roce ha hecho el cariño.- Muchas cosas han cambiado en Castilla y León en estos ocho últimos meses, durante los cuales Igea ha descubierto los resortes que proporciona el ejercicio del poder y se ha rodeado de toda una corte de altos cargos y asesores que le deben el puesto.
Y por si alguien tenía alguna duda sobre sus intenciones, Igea las despejaba por completo: “Si el acuerdo se va cumpliendo, la legislatura se va a agotar, y por ahora el acuerdo se va cumpliendo de una manera más que razonable”. Y tanto. Y no va a ser precisamente Mañueco el que vaya a dar motivos para romper la alianza.
“Ahora no hay un gobierno del PP, hay un gobierno de coalición de dos partidos, en el cual nosotros gestionamos casi el 50 por ciento del presupuesto…”, decía Igea en unas recientes declaraciones a diario.es, en las que además reconocía su sintonía con el presidente de la Junta: “Mi opinión sobre Fernández Mañueco ha cambiado sustancialmente y no tengo ningún problema en decirlo, me llevo bien con él”.
En resumen, después de tanta turbulencia y desencuentro, si en algo están de acuerdo completamente Arrimadas e Igea es en no tocar para nada los pactos alcanzados con el PP en Castilla y León. De forma que el político vallisoletano ha completado un viaje a ninguna parte que dejará todo como estaba. No ha conseguido su objetivo inicial de convertirse en el barón territorial de Ciudadanos, pero en la Junta nadie se atreverá a toserle.
El vicepresidente que llegó al cargo en representación de la tercera fuerza política (ahora sería la quinta) seguirá campando a sus anchas exactamente igual que hasta ahora, sin que le penalice para nada el hecho de haber sufrido una contundente derrota dentro de su partido. Mañueco seguirá resignado a su papel de reina madre, eso sí, con la tranquilidad de saber que, tras la victoria de Arrimadas, Ciudadanos acabará siendo fagocitado por el PP antes de las elecciones autonómicas de 2023.