[dropcap]C[/dropcap]oral Mato es enfermera en planta en el Hospital Clínico San Carlos, en Madrid. Ese centro, con 1.200 camas, ha añadido a su condición de instalación hospitalaria referencial el hecho de ser el primero de España y el segundo del mundo que participa en el programa Ensayo de Solidaridad de la Organización Mundial de la Salud, en virtud del cual cerca de medio centenar de países comparte conocimientos para agilizar la lucha contra el coronavirus.
Juanma de Saá / ICAL. Coral, quien lleva un mes tratando con pacientes de Covid-19, es decir, es una de las veteranas de España, forma parte del equipo que recibe a los pacientes cuando vienen de Urgencias, todos ellos, aislados en habitaciones dobles -antes eran individuales- y confirmados como positivos de la enfermedad o con probabilidades de estar infectados, a la espera de los resultados de la prueba.
En la planta en la que trabaja hay 45 habitaciones, la mayoría, dobles, y con una ratio por enfermera de unos 15 pacientes, casi el doble que hace un par de meses. “Antes de que se convirtiera en una planta de coronavirus ya había casos pero fue de las primeras que cambio de cirugía a Covid-19. Quitando un par de plantas, el Hospital entero está dedicado a coronavirus”, explica.
Protección individual
La pregunta más oportuna e inquietante en este caso es saber si estos profesionales cuentan con todas las bendiciones de equipos de protección individual de calidad y suficientes para asegurar la seguridad en su trabajo. “No tenemos todo el que quisiéramos pero lo optimizamos al máximo para que nos dure a nosotros, a los compañeros de otros turnos y, entre todos, poder protegernos. Ahora mismo nos dan una bata impermeable y una mascarilla FFP2 y ponemos encima mascarillas quirúrgicas, gafas de protección, mandiles de plástico y batas desechables para entrar en las habitaciones y que buena parte del equipo nos dure todo el turno”, apunta. “Podemos elegir entre pantalla protectora y gafas. Nosotros no llevamos buzo”, precisa.
Hasta hace bien poco, llevar una mascarilla en España conllevaba miradas desdeñosas pero las cosas han cambiado radicalmente en solo unas semanas. De hecho, las autoridades sanitarias contemplan la opción de seguir la senda marcada por países como la República Checa y Eslovaquia, donde toda la población lleva mascarilla, además de extremar la higiene, lo que les ha permitido controlar más la propagación del virus.
En cualquier caso, para los no iniciados resulta muy complicado llevar mascarilla una hora y es fácil imaginar lo que se siente en un turno de diez, en muchos casos, a centímetros de personas contagiadas. “Es incómoda y agobiante pero te haces a todo y sabes que es tu escudo de protección”, recalca. “Para quitarnos el equipo, nos supervisamos unos a otros. Intentamos ir dos personas y una se queda fuera, por si hace falta algún material. Al final, con todo el cansancio, debes tener cuidado para no perder la concentración”, advierte.
“Los conocimientos y la experiencia que estamos adquiriendo son tremendos. Esto es, sin ninguna duda, lo más difícil a lo que me he enfrentado, tanto por el esfuerzo físico como por el mental. La posibilidad de contagio está ahí, aunque yo soy joven y se supone que no debería pasar nada grave. El problema es el miedo a contagiar a compañeros o a mi familia”, reconoce.
La sanabresa convive en Madrid con dos personas, una de la cuales también es enfermera, y sigue protocolos estrictos para minimizar los riesgos, desde evitar coincidir en el salón hasta comer por separado, pasando por la estricta higiene en zonas como el baño y la cocina.
Triaje
Posiblemente, el aspecto más duro de la situación creada por el coronavirus radica en el triaje, es decir, el momento en el que un médico se ve obligado a decidir con rapidez a quién atiende primero. “El médico decide. Nosotros entendemos la situación y aceptamos lo que él valora de forma profesional en medio de este caos y procuramos estar a la altura. No sale gratis anímicamente. Es muy duro estar tantas horas, tanta carga de trabajo, las precauciones y, sobre todo, el ánimo”, señala.
“Te encuentras con un paciente que está solo, incomunicado, tiene miedo y muchos de ellos no tienen ni siquiera teléfono. Te encantaría quedarte a hablar con él y a tranquilizarle. Son pacientes que se encuentran fatal. Algunos dicen que tiran la toalla y quieren morirse pero tú tienes que proteger a todos los pacientes y a tus compañeros. Es muy duro”, asegura.
Los trabajadores que están en primera línea siguen asombrándose por la irresponsabilidad y la estupidez de una parte de la ciudadanía que aún no parece haber captado la gravedad de la situación. Gente que sale a comprar el pan; después, a comprar tabaco, vuelven a salir para coger el periódico, recuerdan que no tienen pipas y, si pueden, hacen una escapadita el fin de semana. “Iba en el coche a trabajar por la noche y vi a un grupo de jóvenes, reunidos con música y bebida. Pensé en pedirles que se vinieran conmigo para que vieran lo que hay en el Hospital y cómo sufre la gente, que podrían ser sus abuelos, padres o amigos”, sentencia. “Siento mucha impotencia ante la inconsciencia de algunas personas”.
En medio de todo el horror que está provocando el coronavirus, hay gente que muestra lo peor de sí misma pero es una gran mayoría la que deja brotar la solidaridad y saca la bondad que hace que el trozo de tierra que pisa sea mejor, tanto en el ámbito personal como en el profesional. “El lado positivo es el compañerismo entre médicos, enfermeras, técnicos, auxiliares y celadores. Somos todos un solo equipo que lucha a la vez y unos miramos por otro”, destaca.
Ante la vorágine de una crisis sanitaria de semejantes dimensiones, no es momento para un ‘te lo dije’, pero es inevitable recordar que, hace solo unas cuantas semanas, sin la destructiva presencia del coronavirus, se escuchaban voces por todas partes que reclamaban más médicos y más profesionales de la Enfermería. Ahora, ya parece tarde para llorar sobre la leche derramada, cuando todos los gobiernos se percatan de lo difícil que es solucionar el problema y no digamos, conseguir reservas estratégicas de capital humano y de equipos de protección individual y respiradores. “Estamos desbordados de trabajo y, a veces, eso te limita y no es posible hacer todo lo que querrías hacer. Tenemos que ser muy eficaces pero no nos da tiempo a hacer, por ejemplo, el apoyo anímico que querrías prestar a los pacientes”, reitera.
En cualquier caso, Coral ha mantenido y acentuado durante el último mes toda la ilusión por desempeñar un trabajo que tiene el rango de esencial porque salva vidas. “En ningún momento me he arrepentido de dedicarme a esto. Estoy más contenta que nunca, la verdad. Está viniendo gente nueva y te ven como un apoyo, pese al agobio y la saturación. Para bien o para mal, esto nos afecta y nos va a marcar a todos”, expone.
“Hay familias que te traen el teléfono móvil y el cargador. Quedas con ellos en un punto, te piden que les cuentes cómo está su padre o su abuelo y es muy duro. No tenemos un conocimiento exacto de cómo va a afectar la enfermedad a ese paciente. Le decimos que le traigan alguna foto y una nota para que sepan que están ahí”.
Mientras los profesionales sanitarios se juegan la vida frente al coronavirus, hacen turnos maratonianos, lidian con la escasez de material de protección y apenas se dan un respiro, no tienen tiempo ni ganas de escrutar la esencia de la política y de ciertos espectáculos nacionales e internacionales que brindan algunos responsables públicos. “A mí me hace sentir mal. Que se centren y dejen la política de lado. Estamos en crisis y deberíamos estar unidos. No sé si han dado cuenta”
Cada control cuenta con dos enfermeras y dos auxiliares y hay unas 30 personas afectadas que hay que atender sin dilacion. Ante tantos pacientes con ‘clínica respiratoria’, como ellos dicen, los turnos para una enfermera discurren entre constantes controles de temperatura corporal y, especialmente, de saturación de oxígeno, para compensar las posibles carencias con la ventilación precisa en ese instante, desde las gafas nasales hasta las mascarillas de tipo Venturi, pasando por las de reservorio. También administran la medicación oportuna y guardan al milímetro los protocolos de protección e higiene.
Incertidumbre
La incertidumbre pesa mucho. Al agotamiento físico y mental se añade un horizonte oculto y las prórrogas del Estado de Alarma por quincenas y sine die, que hace dudar de si no sería mejor arrancarse de un solo alarido el esparadrapo en lugar de hacerlo a grititos. “Esto no va a acabar pronto. Hay muchas altas pero vemos que se suceden los ingresos, se abre camas de urgencias incluso donde hay consultas. Tampoco tenemos ni idea de lo que puede pasar después”, anota.
“Se trata de una enfermedad muy contagiosa y se ha apoderado de muchos compañeros y eso nos preocupa. Tenemos que adaptarnos a una situación que nos pilló a muchos sin apenas formación específica y hemos aprendido con muchísima rapidez porque no teníamos otro remedio. Un supervisor me dijo que esto es como una guerra y que sobreviviremos como buenamente podamos”.
El calor de la ciudadanía y las numerosas iniciativas de todo tipo destinadas a reconocer el trabajo de los profesionales sanitarios también se notan, aunque no deja de subyacer la idea tan bien reflejada por el adagio popular sobre ‘acordarse de Santa Bárbara cuando truena’.
“Parece que, de repente, ha cambiado todo. Te llaman heroína pero yo no me creo en absoluto que eso sea así. Nosotros hacemos nuestro trabajo, estamos en una situación prácticamente al límite y la sobrellevamos como podemos. Agradecemos lo que nos traen. La gente se está portando genial y los aplausos a mí me han hecho llorar”, reconoce. “Muchas veces no somos conscientes de lo que la salud significa».