Un mes en casa con sus ocho hijos

Lo que el virus une, que no lo separe la rutina
familia numerosa
Ana y Félix, con sus ocho hijos en el confinamiento. (Ical)

La cuarentena ha unido más si cabe a la familia de Ana, auxiliar de enfermería en las urgencias del Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid, y Félix, que se dedica al sector de la construcción. Ambos, con sus ocho hijos, de entre 18 años y 19 meses, han superado la prueba de pasar casi un mes en su casa de Arroyo de la Encomienda (Valladolid), convertida estos días en su cuartel general.

 

Los diez comparten una vivienda, tipo duplex, de 100 metros cuadrados en la que el balcón es uno de los espacios más disputados, junto con los dos ordenadores de la familia. Estas cuatro semanas de confinamiento han supuesto un nuevo reto, que según Ana y Félix, sus hijos han superado con éxito, al aprovechar el tiempo libre para estrechar lazos entre ellos y tejer alianzas para burlar, en ocasiones, el control parental.

Este equipo familiar se ha convertido en una verdadera ‘piña’ en la que Ana, sanitaria de profesión, ha tenido que acudir a su trabajo, lo que generado preocupación entre sus vástagos ante el riesgo de que pudiera contagiarse de coronavirus Covid-19. Félix, sin embargo, ha podido quedarse en casa al suspender el Gobierno el trabajo en sus obras, lo que ha hecho que haya tenido que teletrabajar mientras echaba un ojo a sus hijos.

De ir cada día al “trote”, los ocho hijos -Félix, Manuel, Miguel Ángel, Pedro, Ana, Jimena, Gabriel y Rafael- han pasado a tener tiempo para relajarse e incluso aburrirse. Esto, reconocen Ana y Félix, les ha unido a través de una experiencia vital de casi un mes, que difícilmente podrán repetir en el futuro, y que les ha permitido disfrutar del placer de luchar juntos contra el virus desde desde el frente que es su casa.

“Me han sorprendido bastante. Hasta ahora se han portado super bien”, afirma orgullosa Ana por el comportamiento y la comprensión de sus hijos, que reconoce se siguen “peleando igual que siempre”. “Ahora comienzan a estar un poco agobiados por no poder salir a la calle”. De hecho, recuerda entre risas, que uno de ellos, de seis años, se asoma por el balcón en busca de aire puro, pese al frío, ataviado con una manta, como si de un aventurero se tratara.

Esta familia lo tiene claro, ha logrado ver la cara positiva de resistir estos días de confinamiento. “Están pasando más tiempo juntos y están jugando más entre ellos. Están más unidos y ahora se alían para, como dicen, que no se entere mamá de esto”. Además, los más mayores le han sacado tiempo a la Play para aprender a jugar al póker con su padre, que le ha enseñado a ser unos ases. Las niñas y la madre han optado por el baile para hacer algo de ejercicio y liberar tensiones.

Días de locura

Los días comienzan habitualmente sobre las 09.00 horas en casa de Ana y Félix. Desayunos, aseo personal y hacer las camas. En torno a las 10.30 horas comienza la particular ‘guerra’ de los deberes en torno a los dos ordenadores con que cuentan en la casa. Reconocen que esto ha sido una de las mayores dificultades a las que se han enfrentado.

“Ha sido una locura. Siete plataformas virtuales”, explica Ana, todavía consciente del esfuerzo que ha supuesto cumplir con esta tarea que ha marcado las mañanas en la familia. Con algunos descansos y paradas, para cuadrar los turnos frente a la pantalla del ordenador, llega la hora de comer, a partir de las 14.30 o las 15 horas.

La familia, ya por la tarde, encara las últimas tareas escolares, que hayan podido quedar pendientes, y dedican las horas a disfrutar del tiempo libre, los juegos entre ellos, el baile en el caso de las niñas o los ejercicios entre los que entrenan a rugby.

A las 20 horas, como otros tantos ciudadanos, cumplen con la cita en el balcón para aplaudir a los que estos días dan lo mejor de sí mismos. Como un tío, médico, también con ocho hijos, o el abuelo de 76 años, también facultativo que sigue trabajando. Posteriormente llega el penúltimo asalto, la cena, que da paso a unas horas de televisión antes de ir a dormir para coger fuerzas para un nuevo de día de confinamiento en compañía.

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