Miles de buitres callados
Van extendiendo sus alas,
No te destroza, amor mío,
Esta silenciosa danza,
Maldito baile de muertos,
Pólvora de la mañana.
[dropcap]R[/dropcap]esulta obsceno el baile de cifras referidas a la situación que estamos viviendo, a la forma de enfrentarse a la pandemia del covid-19: al número y tipo de mascarillas compradas o por comprar, a los trajes de protección, a los respiradores… En un mercado inmoral donde unos pocos se hacen ricos y donde todos los compradores, absolutamente todos, sufren engaños, se arrojan a la cara, se airean los fracasos de “los otros” y se minimizan los de los “nuestros”, representado todo en un baile de aviones. No importa lo que de verdad suceda, todo está determinado apriorísticamente según sean los otros o los nuestros los responsables del acierto o el fracaso.
En una situación difícilmente previsible todos los gobiernos tienen las mismas o parecidas dificultades, todos carecen de experiencia y aprenden sobre la marcha, todos aprenden de lo sucedido en otros países y todos improvisan según evoluciona la situación en su país tratando de adelantarse a lo que puede suceder. Por ello, resulta incomprensible que se utilicen como armas arrojadizas los aciertos (minusvalorándolos) o fallos (exagerándolos) de las distintas administraciones, con el único objetivo de obtener rentabilidad electoral. Como todo es mejorable, los fallos de los unos se disculpan y los aciertos de los otros se minimizan. Las administraciones públicas y sobre todo los partidos políticos juegan al ratón y el gato, utilizando a los ciudadanos como rehenes.
Los medios de comunicación no son ajenos a esta situación y replican miméticamente el juego y multiplican sus efectos. Han olvidado su misión de conciencia crítica de la sociedad y se han convertido en cajas de resonancia que multiplican el “run run” político dependiendo de su adscripción ideológica y de los intereses para los que trabajan. Sirven poco o nada para mantener la moral de la población, que debería ser ahora un objetivo prioritario compartido por todos ellos.
Pero donde la obscenidad alcanza niveles que sobrepasan todos los límites es en el recuento de muertos. No importan si mueren solos ni en qué condiciones, no importa el dolor de los familiares, no importa que carezcan de una despedida digna, lo que les importa de verdad es el número de muertos, para ponerlo sobre la mesa del debate político, para arrojarlos a la cara, … como las mascarillas, los EPIs o los respiradores.
Quienes juegan con el número de muertos deberían saber, seguro que saben, aunque no les importe, que es completamente imposible conocer cuántas de las personas que están falleciendo lo son por el virus, cuantas por complicaciones de enfermedades previas y cuantas por otras causas que no tienen nada que ver directamente o indirectamente con la pandemia. Es obvio que si no hay recursos suficientes (test diagnósticos) para determinar la prevalencia de la infección entre los vivos, tampoco los hay para los muertos. Pero parece que lo único que importa es cabalgar sobre una ola de muertos, que siempre son responsabilidad de “los otros”.
Parece inevitable recordar los versos de Luis Eduardo Aute, también recientemente fallecido, con los que encabezo esta columna: maldito baile de muertos.