[dropcap]L[/dropcap]a pesadilla sigue estirando su fantástica estructura, con tal variedad de tonos que me percibo inmerso en un encuentro con la tercera fase, sin un final predecible que me haga suponer dónde y cuándo puede terminar la pesadilla.
De momento ahí seguimos con los aplausos rutinarios de cada tarde, reconociendo la heroicidad del personal sanitario, mientras una rabia interior sigue conquistando las atalayas de mi paciencia, casi discapacitada para seguir tirando.
El guasá echa humeras con mensajes que dan tanta peste reconocible a bulo, que ya me provoca micciones en forma de psicodélicas ideas asesinas. Estoy por meter el móvil en el horno y tirar sus cenizas a la primera ventolera que ronde mi entorno carcelario.
Pero claro, una cosa es el fétido olor a trola que desprende tanto mensaje cochambroso y otra es la amenaza que se cierne en forma de encubierta dictadura. Da pavor pensar que alguien, en estos tiempos, pueda planear cómo apretar los machos al personal para que no cante en la jaula. Y es que cualquier intento de control que levante rediles o cuelgue altavoces para aleccionar a la plebe, me da tanto miedo como el bicho tocapelotas que nos tiene confinados.
Y mientras tanto la comparsa sigue subiéndose a los púlpitos del poder para meternos en vena homilías insufribles, que se embrollan en decretos fabricadores de un mareo que nos tiene perdidos por las ramas. Puro aleccionamiento en el arte político zafio, que busca no llegar a ningún tipo de alianza. Se azuza el desencuentro, soltando amarras a la lengua para que, en los puertos de la sin razón, se den por aludidos los que tampoco tienen muchas ganas de subirse al carro de las complicaciones.
El cacareado Pacto de la Moncloa anunciado a bombo y zambomba, a un servidor le recuerda aquellos charlatanes que trataban de vendernos en la feria mágicos ungüentos para el vómito o la torcedura.
Comparar esta iniciativa con los pactos que logró promover Suárez, se me antoja una pobre improvisación de andar por casa. Solo recordar los nombres de los políticos y sindicalistas de la transición, nos puede dar esa cura de realidad, que nos sitúa sobre el decadente paisaje político que padecemos.
Eso sí, lo daría todo por ver a los consortes del pedigrí político nacional sentados alrededor de una mesa, para aportar y ceder sin tener presentes cálculos ni predicciones interesadas en urnas, poltronas y demás utensilios de la bicoca gubernamental. Pero vamos, que ni dándome un cabezazo lograría meterme en la mollera un tantico de esperanza…