Opinión

Para qué las prisas

Imagen de Herbert Aust en Pixabay

 

[dropcap]N[/dropcap]o soy un ejemplar usuario de medios de transporte público, mi cuartel general está bastante alejado de los flujos de personas en movimiento. Un lugar donde la distancia se mide en kilómetros, no en fracciones de tiempo. Tal casuística hace que alcanzados los 18 años sea irremediable buscar la autosuficiencia que facilita el cartoncito rosa que da licencia para conducir. Pero sí, me han llevado en coche, barco, tren, autobús, bici, taxi, avión, teleférico…

 

En todos los casos, siempre me ha parecido razonable tener más prisa que quien está a los mandos. En estas estamos estos días. Todo el mundo es pasajero. Doble lectura ésta, una metafórica, otra metamórfica. Vamos con la segunda por ser más práctica que filosófica.

Como siempre, se nos presentan multitud de opciones. El espacio y tu tiempo me obligan a simplificar en dos. Debemos decidir si vamos en el asiento de atrás o en el de delante, concretamente el de la izquierda.

En el trasero se puede especular, dormir, ver el paisaje, contar árboles o postes indicativos de puntos kilométricos, jugar a ver las formas que nos presentan las nubes, dormir, mirar el móvil, comer pipas y cuantas cosas se te ocurran en un espacio cerrado con un cinturón de seguridad puesto. También soñar.

En el del piloto no se puede hacer nada de eso. Hay que mantener la concentración, la previsión, vigilar la seguridad, identificar obstáculos visibles o que puedan aguardar tras la próxima curva, controlar la velocidad propia y la del resto de los elementos con los que compartimos vía, la de los que van en la misma dirección, la de los que vienen de nuestro destino o se dirigen a nuestro origen. También se tiene la responsabilidad de todo lo que ocurre dentro del vehículo. De eso va, no es solo llevar el volante sino a todos los ocupantes.

A veces, la distancia es larga, el firme revirado, la climatología entorpece la labor de los ojos por la lluvia o la niebla, durante un atasco. A veces trasladarse del punto A al punto B se convierte en una auténtica gincana. Solo una más cosa para llevarnos a explorar los límites de nuestra paciencia y de nuestro control. Escuchar a nuestra espalda el punzante ¿Cuándo llegamos?

Dos nuevas opciones. Perder o ganar ese juego. La derrota se traduce en la ingesta de un cóctel explosivo. Todo lo que te entorpece se convierte en el enemigo. Imagina al conductor con la yugular del tamaño de una tubería y ojos inyectados en sangre que solo acepta como válvula de escape el alarido, el insulto, el slalom y el claxon como banda sonora. Ponte ahora en el asiento de atrás. ¿Nivel de seguridad? ¿Viendo historias de Instagram y Facebook o agarrándote a la empuñadura de la puerta tratando de soldarte al respaldo?

Decía también que se podía ganar. Aportando. Haciendo todo lo posible por llegar bien al punto B independientemente del lugar donde se asiente ese preciado culo tuyo. No pronto. No antes. Bien.

Una cosa más. ¿Sabes que todos ocupamos ambas posiciones todo el tiempo? Asocia ideas.

Moveyourself. 

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