[dropcap]I[/dropcap]nimaginable era para la profesora salmantina Marisa Beltrán que sus últimos días de clase, en las jornadas previas a su jubilación, se podrían ver interrumpidos por una pandemia mundial vivida en primera persona. Pero así fue cuando, tras la suspensión de la docencia en los colegios el viernes 13 de marzo, comenzó a notar los síntomas propios del coronavirus apenas un día después. Ahora da gracias “a Dios y a los sanitarios” por haber podido superar la enfermedad, tras casi un mes de convalecencia, y se erige como ejemplo de esperanza para aquellos con patologías previas, puesto que padeció una neumonía grave hace dos años que, aún así, no le impidió “salir de esta”.
Por: Carlos Tabernero / ICAL
¿Sabe o supone cómo se contagió?
No tengo ni idea, pero fue muy al principio. Me dedicaba a la enseñanza, porque me acabo de jubilar, y he estado trabajando hasta el último día. En un colegio hay muchísimos profesores y alumnos, y tenía muchas actividades lúdicas, así que no tengo ni idea.
¿Qué es lo primero que se le vino a la cabeza cuando supo que estaba contagiada?
La verdad es que no lo supe hasta que fui al hospital, pero lo sospechaba. Empecé con dolor de estómago y fiebre muy alta, llamé a Urgencias y un médico me atendió y me dijo que tomara paracetamol. Después me llamó varias veces para ver cómo estaba, y hasta que no vi que respiraba mal, no fui a Urgencias. Ahí di positivo y me ingresaron. Y el error que cometí fue ir sin reloj, sin móvil y sin ropa para cambiarme porque pensé que me cambiarían el tratamiento y me mandarían para casa, pero me ingresaron. Y esa soledad en la habitación del hospital, sentada frente a una pared durante 24 horas sin nada que hacer, es lo que peor he pasado, porque como tengo asma y tuve una neumonía hace dos años, estoy acostumbrada al ahogo. De hecho, creo que el tratamiento crónico que tengo con inhaladores ha podido ayudar para que haya podido salir de esta.
¿De una enfermedad así sale una persona nueva? ¿Qué le cambiará la enfermedad?
Estoy acostumbrada a estar un poco enferma pero sí me ha cambiado por ese sentimiento de angustia por la soledad. A partir de ahora, en el momento en el que me entere de que alguien está solo, voy a echar una mano porque es lo peor: estar sola y no poder compartir ni saber nada. Ha sido lo más angustioso y eso me ha cambiado. Pero le doy muchas gracias a Dios porque, por mis condiciones, era candidata a entrar en la UCI y no he estado ni al borde, así que tengo que agradecérselo a los sanitarios del Clínico, que se han portado fenomenal, y a Dios.
¿Cuál es el detalle más bonito o más digno de recordar de todo el proceso?
Lo más bonito ha sido la atención de la gente. Yo les decía que llamaran a mi casa, porque había convivido con mi marido hasta el último momento y no sabía si estaba bien. Y entonces una persona, que no sé si era enfermera, auxiliar o médico porque iba todo el mundo muy cubierto y no les veía la cara, me tomó el número de teléfono y se molestó en llamar a mi casa para decirme al día siguiente que mi marido estaba bien. Esa persona para mí, que no sé ni quién es ni cómo se llama, merece todo mi respeto y admiración, y le estaré eternamente agradecida.