Opinión

Sin ira, libertad

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

 

[dropcap]H[/dropcap]oy me ocuparé más de mis pensamientos que de los tuyos. Por una situación vivida desde mi confinamiento hace tan solo unos días. Se me presentaron sin espacio dos situaciones totalmente iguales pero que no se parecían en nada.

Comienza al ver la espontánea agrupación de Núñez de Balboa en las redes. Libertad, se exigía entre otras proclamas que ignoraré voluntariamente. Cada uno es “libre” de reclamar lo que le venga en gana, faltaría más. Podríamos discutir hasta que la tierra dejara de girar alrededor del sol el significado de tal concepto, libertad, sin llegar a conclusión mancomunada alguna. Por aclarar mi posicionamiento, estoy a favor de que cada uno exprese su opinión, incluyendo aquellas con las que estoy en total desacuerdo.

La segunda parte del pasaje interrumpió el visionado. Una llamada telefónica con H. Un tipo al que admiro desde que lo conocí con 8 años, cuando fui a recogerlo de madrugada a un colegio público donde esperaba nada más aterrizar procedente de un campamento del Sáhara argelino. Solo sabía decir sí mientras te miraba con cara de susto, ataviado con ropa y zapatos a las qué tú y yo no llamaríamos ropa y zapatos. Vino cargado de regalos tan llenos de valor sentimental como carentes de valor material. Bolígrafos baratos decorados y túnicas tradicionales de su tierra. Un absoluto todo para él y su familia impregnado de olor a desierto.

H me contaba que lleva el encierro con la saludable normalidad que nos podemos permitir. Y tiene motivos para la queja. Para él es un imposible todo lo que va más allá de la solidaridad y amor del que le llena esa magnífica familia que le da cobijo.

Me contó entonces su realidad. Esa que nos rodea a cada uno. No la que vemos en la tele y permite discutir cómo de interesado es lo que cuentan y su tratamiento. No. La que carece de tendencia de la opinión o búsqueda de aplauso. Sin a favores y sin en contras, sin traviesas generalizaciones, sin conspicuas distorsiones, sin magistrales omisiones.

La realidad del vínculo, la que tenemos con los nuestros, la que tienes con los tuyos. Las suyas. Las de alguien que ha dejado una familia en un campamento de refugiados que sobreviven (decide tú si sobrevivir se acerca más al vivir o al malvivir) gracias a ayudas anónimas en casi todos los casos. Solidaridad. Ceder un poco de lo tuyo que se convierte en un mucho para otros. ¿Sabes lo que pidió llevarse a su casa (tú no lo llamarías casa) un verano de hace casi 20 años? Un grifo y un interruptor. Así tendría agua corriente y luz.

Como cabe esperar, esa solidaridad se ha visto mucho más recortada que la libertad que veo reclamar en el primer mundo. Y me pregunto, esa libertad que exigimos legítimamente ¿dónde termina? ¿En nuestro barrio? ¿Provincia? ¿Comunidad? ¿País? ¿Ideología? ¿Credo? ¿Es libertad o “libertad para que yo pueda puntos suspensivos” a lo que debemos aspirar?

Moveyourself. 

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