[dropcap]Q[/dropcap]uiero hablaros de mi pueblo, El Sahugo, que, aunque pueda parecer que hay muchos como él, para mí es especial. No tiene una gran iglesia, ni un museo, ni una catedral, pero sí tiene un “mi”, y eso le hace único.
Los recuerdos mi inundan por dentro y, en casi todos ellos, lo tengo como referencia. Aquí he pasado mi infancia y he aprendido valores muy importantes que siempre quedarán grabados en mi memoria.
Somos muchos los que hemos crecido por sus calles, jugando cuando éramos niños, y de mayores tomando un café en el bar de siempre, situado en la plaza que, por circunstancias de la vida, me ha visto nacer y evolucionar a lo largo del tiempo ya que es propiedad de mi familia, en concreto de mis abuelos Josefa Martín , conocida en todos los lados por “ La Pepa” y Saturnino Oreja, de ahí el nombre del bar (Bar Satur), en el que los residentes del pueblo y forasteros volverán a tomar esa cervecita fría que solían beber antes de que “el bicho” entrara en nuestras vidas.
Orgullosa de cada rincón, quiero hacer especial mención a la iglesia de San Pedro, en la que fui bautizada, situada en el medio del pueblo y que cada seis de agosto sus alrededores se llenan de toda esa gente que vuelve a pasar las vacaciones como cada año, para ver como los quintos izan el pino, una de las tradiciones que por desgracia, este año a lo mejor no va a poder cumplirse.
Pero, sin duda, el pueblo es especial y son muchos los que están deseando que llegue el verano para poder disfrutar del aire puro y de la libertad de la que uno se embebe cada vez que pisa El Sahugo. La rutina se olvida para empezar unas vacaciones con mucho significado: la vuelta a la infancia, recuerdos, noches sin hora de volver a casa, carreras en bicicletas con los colegas, tardes de terraceo en el bar de siempre y, sobre todo, el reencuentro con todos esos amigos que vuelven al pueblo a visitar a sus abuelos y a disfrutar de todas esas cosas que la ciudad no puede darte. Así, la televisión, la cobertura, la batería del móvil y otras muchas cosas que en nuestro día a día nos parecen imprescindibles quedan en el olvido sin darnos cuenta.
Pero, desafortunadamente, este año no será igual. En nuestra rutina se ha instalado una pandemia que nadie esperaba y que ha provocado que todo cambie a nuestro alrededor, de manera que nos ha tenido confinados durante mucho tiempo sin apenas poder pisar las calles de nuestro pueblo, tiempo en el que a través de mi ventana, mediante vídeos en directo en Facebook, he intentado animar a mis vecinos y mantener el contacto con toda esa gente que está en la ciudad.
Y es que los directos han dado para mucho, adaptando cada sesión a lo que se celebraba ese día: cumpleaños de los vecinos, simulaciones de procesiones de Semana Santa, celebrando el día del trabajador, el día de la Cruz Bendita (fiesta importante de mi pueblo y que este año tampoco ha podido celebrarse), el día de San Miguel (en honor a las fiestas de Cespedona de Agadones, el pueblo colindante) o el día del libro haciendo especial hincapié a nuestra escritora Cristina Martín y su saga.
A pesar de la tranquilidad que ya de por sí transmite el pueblo, ésta era más evidente por el silencio de unas calles vacías, sólo roto por el recorrido del agua tibia a la altura del puente, único testigo de lo que está pasando en nuestras vidas.
Después de cuarenta y tres días de directos grabados desde casa, largos y duros, en los que todos hemos estado encerrados , por fin pude salir a pasear. Mi primer paseo.
Según iba alejándome del pueblo y me adentraba en los preciosos paisajes que éste alberga: la plaza de toros rodeada de lagunas, cuyas aguas están estancadas reflejo de la situación que estamos viviendo, la dehesa con sus diferentes árboles, vacas y ovejas pastando, las naves o el caño, una de las fuentes típicas del pueblo donde pequeños y mayores vamos a buscar agua, ví a dos vecinos del pueblo “Juanjo y Teodoro” desbrozando algunas de las zonas ya que, debido al poco tránsito, las hierbas han ido creciendo a su antojo. Algunos mayores del pueblo visitaban sus huertos, como Saturnina, que tapaba sus tomates con unas viejas ventanas para evitar que se helaran.
Adentrándome en otra de las calles me encontré con “Sinforiano Oreja” que me dijo que todas las tardes se oía una música sobre las 19:30H que le habían dicho que procedía de mi ventana y que le parecía una idea genial ya que le había acompañado durante todo el confinamiento. A esta misma opinión se unía Emerenciana , otra de las vecinas que cada tarde salía a su ventana a aplaudir junto con Isabel y Bibi a todos los sanitarios y que al oír dicha música con esa voz ya sabía la hora que era y no se sentía sola en este encierro tan inesperado para todos.
Continué mi camino hasta llegar a la plaza del pueblo sin encontrarme un solo coche. La observé con detenimiento y me vino a la mente muchos recuerdos: caídas de la infancia, largas noches de verano en el banco de siempre contando anécdotas…. Suspiro.
Sí. El Sahugo, es un pueblo muy pequeño, pero puedo aseguraros que quien lo visite volverá gracias a la amabilidad de sus gentes, por sus calles silenciosas pero alegres a la vez, por esos pequeños detalles que sólo este pueblo esconde y por todas esas pequeñas cosas que hacen a un pueblo pequeño un pueblo MUY GRANDE…
¿Quieres conocerlo? No lo pienses dos veces y acércate hasta aquí. Cualquiera de nosotros amablemente te enseñará todos y cada unos de los paisajes que tiene, así como sus respectivas costumbres que no os dejará indiferentes.
¡NO PUEDES PERDÉRTELO!
Noelia Oreja Hernández, vecina de El Sahugo