Opinión

El padre Ramón Hernández, historiador de las grandezas salmantinas

dominico ramon hernandez
El dominico Ramón Hernández.

[dropcap]N[/dropcap]os ha dejado un fraile dominico, el P. Ramón Hernández, que había contribuido grandemente al lustre de nuestra ciudad de Salamanca. Era natural de Macotera, y su amor hacia los hijos de la tierra macoterana le acompañó siempre. A todos los lugares donde estuvo destinado como religioso llevó siempre la mención de su tierra macoterana y el recuerdo de las personas nobles que esta villa dio a luz. Fue el embajador y panegirista de lo más noble y valioso de las tierras salmantinas.

Pero lo que le granjea nuestro agradecimiento es su contribución a la historia de esta noble provincia. Es merecedor de un recuerdo de sus habitantes por su investigación y divulgación de la historia de Francisco de Vitoria, que fundamentó en datos sólidos y merece el agradecimiento de la comunidad universitaria. Todo lo que se relaciona con la historia y con los personajes célebres de la Universidad y del convento de San Esteban pasó por el tamiz de su preparación histórica y las publicaciones abundantes que a ello dedicó durante su vida docente.

La historia del convento insigne de San Esteban en nuestra ciudad le es enormemente deudora, y será siempre una referente insoslayable en la caracterización de la ciudad salmantina. Es un monumento egregio en la historia de esta ciudad. Historió puntillosamente lo referente a la participación del convento de San Esteban en la evangelización de América, las controversias doctrinales suscitadas por el descubrimiento y las figuras destacables de este convento a través de su larga historia. Las glorias de San Esteban han tenido siempre en él un notario riguroso y encomiástico.

La ciudad por ello es deudora a este humilde y auténtico religioso. Fue un fiel seguidor de otro religioso benemérito por sus investigaciones sobre la historia de la Universidad, que ya pertenece a un pasado glorioso, que fue el P. Vicente Beltrán de Heredia.

Pero a ello se añade, por parte de los muchos que le tratamos personalmente, la admiración y el ejemplo de persona bondadosa y amistosa con todos los que se acercaban a él y que llevaban siempre una bella impresión. Es motivo de agradecimiento de los que hemos vivido con él o le hemos tratado como son muchas personas de esta tierra en los que siempre ha dejado una profunda huella de sencillez y afabilidad y una sonrisa perpetua que ahuyentaba toda enemistad y se hacía desear su convivencia. Es una manera de hacer cercana la tierra salmantina a todas las personas y recordar con gusto a todos los que acceden a conocer sus gentes. Y es que la acogida y fraternidad de sus ciudadanos es un valor que acrecienta la atracción de las ciudades y pueblos. A todos los sitios donde vivió llevó siempre el sello y la loa de su tierra siendo un agente turístico de su tierra natal.

Ni siquiera en el lamentable deterioro de sus facultades en los últimos meses perdía su sonrisa ante cualquier persona, de modo que quienes le hayan conocido al final de su existencia no olvidarán la afabilidad de su persona, y quedarán sojuzgados por su accesibilidad y buen corazón.

A. Osuna

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