[dropcap]E[/dropcap]l padre Cámara fue un gran obispo para Salamanca. Pensaba a lo grande, creía en lo que hacía y procuraba los medios para conseguirlo. Sobre su pontificado, se podrían considerar muchos aspectos y la iniciativa constructora es uno de los destacados. No concebía, por ejemplo, que el patrón de la diócesis careciera de templo dedicado, y levantó la parroquia de San Juan de Sahagún. Construyó el hospital de Macotera, el palacio episcopal… Todos buenos edificios, que enriquecieron el patrimonio espiritual y artístico del espacio diocesano. Cámara soñaba, pero también era práctico y sabía desenvolverse en el terreno administrativo para que sus proyectos se materializasen.
Solo le quedó pendiente una obra, la más querida, la referencia espiritual de la diócesis salmantina, la basílica de Santa Teresa en Alba de Tormes. Esta mujer universal, figura relevante para las letras y la historia de la Iglesia, murió en Alba y allí quedaron sus restos. Esta santa, pensaba el padre Cámara, merecía una basílica digna, al modo de los otros grandes santos. «Santa Teresa nos pide una basílica», llegó a escribir. Y se puso manos a la obra y contrató los servicios de un gran arquitecto, Repullés y Vargas, que realizó un gran proyecto en sintonía con el gusto historicista del momento.
Pero al obispo le faltaron años. Morir sin llegar a los sesenta siempre es prematuro, aunque fuera en 1904. Y no pudo dejar rematada la obra. Sin ser exacto, se hizo popular el dicho de que murió el padre Cámara y pararon las obras. Hubo problemas, es cierto. De financiación, de cambio de promotores… al final se normalizó la imagen de la basílica inconclusa al cruzar el Tormes.
Cuando la diócesis volvió a hacerse cargo, por un tiempo se retomó la construcción, lentamente, hasta que en 2007 renunciaron al proyecto original y, con prisas por terminar algo, se cerró y cubrió la cabecera con una arquitectura más próxima a lo fabril que a lo religioso. Un remate terriblemente agresivo que deja al descubierto demasiadas incapacidades. La menor la del nuevo arquitecto, que dejó en Salamanca obra buena y de su aptitud nadie duda, aunque como profesional viviera también del encargo y debiera ajustarse a los límites presupuestarios.
Pero el resultado fue un despropósito. Nadie con algo de criterio artístico, o simplemente con buen gusto, defiende esta infortunada obra. Hoy en día hay sensibilidad hacia el patrimonio, dicen, y se respetan los proyectos, a veces hasta con restauraciones exageradas para recuperar la idea original del artista. Por eso resulta inexplicable la ausencia de crítica ante esta intervención que sin solucionar nada, porque la basílica sigue inconclusa y parada, ha dejado esta deplorable imagen en Alba. Al final parece que todo da igual y las páginas solo se llenan en verano con los eccehomos de Borja o los sanmigueles de Peñaranda. Faltan personas que piensen en grande, como el padre Cámara. Falta una prensa crítica. Sobran los que piensan en pequeño, no resuelven nada y dejan el pufo para que lo solucionen otros.