Arte de Béjar a París

El Museo de Mateo Hernández abre, tras el cierre por la pandemia, y exhibe las obras de su escultor con entrada gratuita hasta que finalice el estado de alarma
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Una exposición de Mateo Hernández en el museo de Béjar. (ICAL)

De Béjar a París y viceversa. Así viajaron a principios del siglo XX las ideas y obras del escultor bejarano Mateo Hernández, cuyo Museo en su localidad natal, le rinde un sentido homenaje con la exhibición de medio centenar de sus esculturas, que cuentan también con proyección internacional. Desde que en 1980 fue inaugurado este lugar dedicado al artista, pocas han sido las ocasiones en las que ha tenido que cerrar sus puertas. Sin embargo, la pandemia del COVID-19 hizo que todo se paralizara en el mes de marzo, incluso el arte. Por ello, tras varios meses de “confinamiento”, el Museo Mateo Hernández reabre de nuevo sus puertas y lo hará de manera gratuita hasta que finalice el estado de alarma.

Beatriz Jiménez / ICAL

Así lo confirmó la guía de este espacio, Ana Iglesias, quien también asegura que la falta de movilidad entre provincias hace que el número de visitas se haya visto reducido durante estas semanas, ya que muchos visitantes, como los extremeños, encuentran en esta ciudad textil “un encanto especial” y se decantan por la visita a los espacios culturales. Sin embargo, este tiempo también ha servido para que los propios bejaranos “se refugien en el arte” de su tierra y los sientan más cerca. Con todas las medidas higiénicas, sanitarias y de seguridad pertinentes, intentarán que el Museo y el legado de Mateo Hernández pueda ser disfrutado por todos.

Conquista bejarana

Antes de entrar, junto a las escaleras que acceden al edificio, se encuentra una réplica de la ‘Bañista’, cuya talla impone por sus dimensiones y realismo. Y es que este artista bejarano es considerado como uno de los mejores escultores del siglo XX, que contó con reconocimientos a nivel internacional. Este espacio fue construido en los años 80 y aquí pasó a alojarse lo que era el Museo de Béjar, por lo que en él se podía encontrar obra en pintura y objetos orientales, procedentes de la colección del reconocido Valeriano Salas, y que hoy en día se encuentra en otro museo, ubicado en el Convento de San Francisco. Con los años, la obra decidió separarse para exponer las dos colecciones en diferentes espacios y darle así más amplitud a las piezas de Mateo Hernández, porque “son obras que tienen mucha fuerza y requieren su espacio”, como explica guía, Ana Iglesias.

Además, desde el punto de vista emocional, para los bejaranos “es todo un orgullo” después de luchar durante muchos años para conseguir que Mateo Hernández tuviera su propio museo. Casi toda la colección expuesta pertenece al fondo del Museo Reina Sofía, salvo algunos dibujos y cinceles que se encuentran expuestos en una pequeña vitrina, el resto pertenecen al Estado y el legado es administrado por el Reina Sofía.

Las piezas “fueron llegando poco a poco”, cuenta Ana, “primero fueron cinco obras cambiadas por una lápida judía que está en el Museo Sefardí de Toledo y a partir de ahí fueron llegando más”, hasta que a principios de los 80, cuando se inauguró este Museo, que en 2019 se renovó el depósito por otros diez años. El legado de este escultor cuenta además con proyección internacional ya que buena parte de él se encuentra también en Madrid, en Nueva York o París.

“Para todos fue una gran alegría tener la obra de Mateo en casa”, dice la guía del museo, además conforma un recurso turístico, “pese a ser menos conocido por el público en general de lo que debería, teniendo en cuenta la calidad que tiene”. “Hasta que el visitante no se encuentra en el interior, no imagina lo que hay dentro”, asiente Ana, quien también dice que “todos salen impresionados”. Se trata de dos plantas que “brilla casi con luz propia”, esa que reflejan las piezas de Hernández. En ellas se pueden completar más de 50 piezas realizadas en la época transcurrida entre la emigración de Mateo Hernández a París en 1913, donde trabajó y destacó hasta su fallecimiento en 1949.

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Una exposición de Mateo Hernández en el museo de Béjar. (ICAL)

Las obras están repartidas por tamaño y temática entre la que destaca la animalista. Una de las más llamativas es ‘La maternidad del Gorila’, que arroja un peso de 2.300 kilos, “quizá es una de las más grandes, al igual que la de los Chimpancés”, que fueron algunas de sus últimas obras. “Él tenía interés en hacer esculturas cada vez más grandes”, pero curiosamente “las obras más pequeñas y los retratos son los que se encuentran ubicados en la planta superior, por motivos de peso y seguridad”. Este museo también comparte espacio con exposiciones itinerantes o con obras de Francisco González Matías, otro escultor de Béjar. Y justo en el edificio de al lado, en el ábside de San Gil, se exhibe su ‘Autorretrato sedente’ “una de las piezas más emblemáticas”.

Proyección internacional

Mateo Hernández nació en la localidad salmantina de Béjar, en 1884 y desde muy pequeño se vio atraído por el trabajo de la talla en piedra que le inculcó su padre, cantero y maestro de obras. Sus primeros años los pasó entre la escuela y el taller de cantería, donde comenzó a trabajar como aprendiz. Este acercamiento, además de la influencia también de su hermano Román Manuel, que era profesor de dibujo, hizo que su vocación artística se viera forjada.

Más tarde se trasladó a Salamanca y de ahí a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, cuyo paso fue breve. El ambiente madrileño de la época consideraba la técnica de la talla directa como “algo más propio de los artesanos que de artistas”. Por ello, decidió emprender su viaje en 1911 a París, donde finalmente instaló su estudio.

La talla directa

Hernández fue un escultor que realizó toda su obra fundamentalmente en piedra con la técnica de la ‘talla directa’, que era un recurso en desuso  esos años y de la que él mismo hizo su propia seña de identidad con “obras siempre únicas”. Lo normal cuando un escultor quería hacer una obra de piedra, era emplear otro método llamado el ‘sacado de puntos’, inventado en el siglo XVI, que consistía en modelar la escultura, normalmente en barro. Después se pasaba a escayola y cuando se tenía esa obra finalizada, se entregaba a un taller especializado en la talla de piedra, cuyos profesionales se denominaban “sacadores de puntos”. Eran ellos los que utilizando el puntómetro, tomaban las medidas de la escultura y las trasladaban a la piedra; “eso permitía poder encargar varias obras a la vez, además de quitar al escultor el tener que tallar la piedra”, explica. Era una forma de rentabilizar la producción”. En ese sentido, Ana Iglesias, recuerda que “Miguel Ángel es considerado como el último gran artífice de la talla directa” e indica cómo el escultor, como Mateo Hernández, coge el bloque y “es en ese momento cuando decide lo que puede y quiere hacer”.

El proceso

“Lo que se solía hacer antes de esculpir una pieza era marcar con un dibujo sobre el bloque los lugares donde iría cada parte de la escultura, ayudándose así con punteros, cinceles…” Se marcaban con líneas y ángulos rectos, como un esbozo. Además, se llevaba a cabo el proceso de desgastado con la gradina o la bujarda, para ir suavizando y creando las marcas. Después, como relata Ana, en todo este proceso está el pulido, que en el caso de Mateo Hernández, “éste lo realizaba con arena de corindón”, un mineral que en la escala de dureza se encuentra por debajo del diamante.

Con esa arena mezclada con agua se frotaba la pieza hasta conseguir una superficie lisa y luego se aplicaban unas capas de cera, “para conseguir que la piedra brille como si estuviera mojada”. Por su parte, la cera no se aplicaba de manera uniforme y con esa ayuda se conseguían diferentes acabados llamativos “para dotarle de más profundidad o expresividad”, propio de este escultor bejarano. En alguna ocasión, como en su obra del ‘Gorila’, utilizó un acabado abujardado, con diferentes tipos de herramientas y diferentes texturas, que impresionan a los visitantes que se paran frente a ella.

Escultor animalista

Las características de la obra animalista de Mateo Hernández le hicieron alejarse de la tradición de la escultura francesa. Él eligió representar a sus modelos fuera de los cánones artísticos donde “los detalles tenían mucha importancia”. Sin embargo, “él los representaba en reposo, simplificando volúmenes para dotar a sus esculturas de solemnidad, sin olvidar la ternura o el captar el alma de esas criaturas”. Y es que eligió esta temática por el apego que sentía hacia ellos y además, “hacían de modelos gratuitos en tiempos de dificultad económica”. Las piedras favoritas de Mateo eran las más duras, las empleadas en la construcción, “esas que no permiten hacer ciertos recovecos por su fragilidad” y que conseguía tallar. Prueba de ello es conocida ‘La pantera de Java’, que actualmente se encuentra en el Museo Metropolitano de Nueva York.

Al principio, cuando llegó a París tuvo algunos problemas de espacio para trabajar. Vivió en un ático y cada día acudía a esculpir al ‘Jardín de las Plantas’, lo que le suponía ir cargado con su carro de trabajo, una plataforma con ruedas… Por lo que no tuvo más remedio que trasladarse a una casa en el mismo distrito donde vivió Rodin, que era una zona con jardines y allí llevaba los bloques de piedra que esculpía con gran maña.

Cosas del destino

Cuando la bejarana Ana Iglesias era pequeña, cuenta que ya era una fanática de este Museo. Su madre tenía una tienda de ropa justo delante y cada vez que podía, ella entraba en este espacio y admiraba la obra de Mateo. Confiesa que pasó muchas horas delante de la escultura del Gorila, la cual además de admiración, le transmitía a la vez “miedo y atracción”. “Son cosas curiosas”, dice porque en esa época “nunca pensó que acabaría trabajando aquí”. Se licenció en Historia del Arte y las prácticas del CAP las realizó en el Instituto Mateo Hernández, “¡cosas del destino!”, ríe. Y finalmente, desde hace 12 años, trabaja como guía experta en este Museo.

Por su parte, esta guía intenta transmitir la belleza de la colección de este artista ilustre de Béjar y espera que este tiempo de confinamiento y ahora de desescalada, favorezca la “curiosidad por la cultura y el arte de la tierra”. Indica que se han tomado todas las medidas necesarias en ambas plantas, e incluso se han acotado las zonas junto a las esculturas para evitar el contacto entre personas. Además, hasta que finalice el estado de alarma, la entrada para dejarse llevar el brillo de estas piedras será gratuita.

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