Tanto prevalece la salud sobre los bienes exteriores
que probablemente un mendigo sano sea más feliz
que un rey enfermo
Arthur Schopenhauer
[dropcap]E[/dropcap]l origen del sistema sanitario español se remonta a la Ley de 14 de diciembre de 1942 y al Decreto del Ministerio de Trabajo de 11 de noviembre de 1943, por el que se aprobaba el reglamento de la Ley del Seguro de Enfermedad (S.O.E.) en España, aplicable a “todos los productores económicamente débiles mayores de catorce años”.
Se consideraba productores, a los efectos del Seguro, a “todos aquellos que con su trabajo intervengan en España en un ciclo cualquiera de la producción, bien sea por su cuenta o por cuenta ajena, así como los que trabajan en su domicilio y los colocados en servicios domésticos”, y económicamente débiles “a los productores cuyas rentas de trabajo por todos los conceptos no excedan de 9.000 pesetas anuales”.
El término productores ya tenía en sí mismo connotaciones ideológicas acerca del papel que el régimen adjudicaba a los destinatarios del seguro de enfermedad, y estaba más en relación con su papel como mano de obra que había que reparar, para que siguieran funcionando el sistema productivo español y los incipientes planes de desarrollo.
Dado que la cobertura del S.O.E. era insuficiente, aparecieron otros mecanismos de protección, articulados a través de las Mutualidades Laborales, organizadas por sectores de actividad laboral y cuyas prestaciones complementaban la protección preexistente. En 1963 la unión de todas las mutualidades dio lugar a la Seguridad Social, un modelo unitario e integrado de protección social que, con diversas reformas, ha sobrevivido hasta la actualidad y que,hasta hace pocos años,integraba la asistencia sanitaria a través del Instituto Nacional de la Salud.
Esta situación no fue muy diferente en otros países de nuestro entorno y en la década de los años setenta, dio lugar a debates ideológicos encendidos en torno al papel de la medicina en las sociedades industriales desarrolladas, postulando diversos autores que, en realidad, la asistencia sanitaria tenía como principal objetivo más que devolver la salud a las personas enfermas, “restaurar la mano de obra enferma” para que pudiera reincorporarse al trabajo y evitar bajas laborales que dañasen la producción y la economía. De hecho, inicialmente las prestaciones eran muy limitadas para las enfermedades comunes y dejaban fuera de la cobertura a las familias de los propios trabajadores.Incluso sectores no industriales, como el agrario, estaban en alguna medida excluidos (las mutualidades agrarias, igual que las de trabajadores autónomos se organizaron muchos años después).
Posteriormente, la evolución de los países europeos democráticos hacia estados del bienestar, y la generalización de los derechos ciudadanos, dieron lugar al reconocimiento de la asistencia sanitaria ligada a la ciudadanía, transfiriendo las competencias desde el Ministerio de Trabajo a los recién creados ministerios de sanidad. En España, ya en el periodo democrático, la Ley General de Sanidad de 1986 desvinculó la asistencia sanitaria de la Seguridad Social y la extendió a todos los ciudadanos.
Viene a cuento este pequeño repaso histórico por el debate que a propósito de la pandemia Covid-19 se está viviendo en España, y en los países de nuestro entorno, en relación con el polinomio Salud-Economía-Empleo, que resucita de alguna manera el debate anteriormente aludido, ya que ha sido y es perceptible la presión de los intereses económicos sobre el gobierno en general y el Ministerio de Sanidad en particular, para acortar el confinamiento y las fases de la desescalada, aun siendo conscientes de que ello incrementa significativamente el riesgo de la pandemia (como estamos comprobando).
Sin lugar a dudas, de las múltiples razones existentes para pasar a la “nueva normalidad”, restaurar el sistema productivo hibernado es muy importante, por su impacto en la economía global, familiar y personal, pero tomar decisiones que puedan poner en riesgo la salud pública parece difícilmente justificable y, además, puede actuar como un bumerán que se vuelva en contra, ya que rebrotes significativos de la pandemia obligarán a volver a sistemas de aislamiento y control que impactarán nuevamente sobre la economía.
El trabajo ocupa un lugar central en la vida de las personas y determina su nivel de vida, posición social y desarrollo personal, todo ello íntimamente relacionado con la salud y la enfermedad, pero el trabajo, históricamente, ha provocado también efectos perjudiciales para la vida y la salud de los trabajadores, que se pueden ver obligados a trabajar en condiciones laborales peligrosas o por salarios insuficientes para cubrir sus necesidades más elementales.
Es bastante esclarecedor que una parte importante de estos rebrotes estén teniendo lugar en explotaciones ganaderas y agrícolas donde no se han establecido controles rigurosos de prevención y que afecten fundamentalmente a inmigrantes y temporeros que, además, viven hacinados en condiciones lamentables que hacen difícil el control de la epidemia. Al volver a aislarlos, en los casos que se detectan, las empresas se ven obligadas nuevamente a parar la producción, por lo que el precio “económico” final es bastante más alto que si se hubiera garantizado la seguridad en el trabajo y en las áreas afectadas.
Sin lugar a dudas la toma de decisiones al respecto de la Salud y la Economía es difícil y corresponde al gobierno decidir en un escenario de incertidumbre, pero no se puede poner en peligro la salud de los ciudadanos. Priorizar salud o empleo, o buscar el equilibrio entre ambos, exige valorar rigurosamente todos los escenarios posibles antes de tomar alguna decisión y planificar no menos rigurosamente las medidas a adoptar. Si además sucede en un contexto de falta de acuerdo político de los partidos (que no han aprendido nada y siguen mirándose el ombligo electoral) es doblemente difícil, sino directamente imposible.
La explosión de la Covid-19 en el mes de marzo cogió a todos por sorpresa, pero sería inadmisible que ante la eventualidad de un nuevo brote se vuelva a repetir la situación por prisas ligadas más a la economía que a la salud.
Vísteme despacio, que tengo prisa, es un refrán popular muy adecuado a la situación o quizás aquel otro de no por mucho madrugar amanece más temprano. Añadan ustedes otros refranes populares que vienen al caso, que son muchos.