[dropcap]E[/dropcap]ncontrar recursos compositivos para aprovechar momentos de luz inesperados tan fugaces como las ideas, suele acabar en un quiero y no puedo. Si bien es cierto, la experiencia ayuda a dar con soluciones óptimas, que no siempre colman nuestras expectativas.
El instante se escapa de la idea como el agua se filtra por el cuenco de la mano, sin aliviar la sed.
Siempre que vivo esta sensación, recuerdo la película El sol del membrillo, dirigida por Víctor Erice y protagonizada por el pintor Antonio López. Una batalla perdida con el tiempo, que nunca espera, que pasa por encima de nuestras vidas, de nuestros propósitos, de nuestras ilusiones…
Podemos pensar que la fotografía por su inmediatez tiene más posibilidades que otras técnicas creativas para congelar el instante de luz perfecto, pero no es así cuando este no avisa. Por muy rápida que sea la acción siempre vamos por detrás del momento.
En estos casos solo hay dos opciones, como muestro en las dos fotografías de hoy:
La primera, buscar rápidamente una composición con lo que tengamos a mano y decidir al vuelo el encuadre que queremos hacer. En este caso es un encuadre cenital de un bodegón simple, compuesto por unas uvas que tenía a mano y un plato que estaba sobre la mesa. Tal vez las uvas me llevaron a la luz, no lo sé.
La segunda, esperar otro momento de luz similar en el mismo lugar, como en la fotografía de los ajos, hecha en el sobrado de una casa en Tenebrón, sabedor que a esa hora la luz era especial, tuve tiempo de pensar en el bodegón y en lo que quería de esta fotografía antes de volver.
En ninguno de los dos casos capté el momento perfecto, ese que me emocionó, que me sorprendió, pero es que a veces las emociones solo marcan el camino.
El Blog de Pablo de la Peña, aquí.