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Opinión

El cine del reencuentro

Imagen de Jan Alexander en Pixabay

 

[dropcap]H[/dropcap]e vuelto al cine. Habían pasado más de cuatro meses desde la última vez. La sensación fue tan reconfortante como extraña, algo ya habitual en este regreso a una normalidad que no termina de serlo. El tiempo detenido fue la primera impresión. Seguía la misma cartelera de aquella terrible segunda semana de marzo en la que descubrimos la gravedad de la situación y, sin apenas asimilarlo, llegó el confinamiento. Los carteles expuestos a finales del invierno en el exterior del edificio Vialia, arrugados y amarillentos después de tanto tiempo, cumplían nuevamente su objetivo y quince semanas después, la magia del cine volvía a Salamanca.

 

Nos queda aún la reapertura de los emblemáticos Van Dyck, imprescindibles para comprender la cultura local de los últimos cuarenta años. De la mano de Juan Heras fuimos descubriendo que el cine va más allá del entretenimiento, indudablemente su primer objetivo. Pero al igual que la lectura, también sirve para aprender y reflexionar. Más en Salamanca, que fue siempre una ciudad vinculada al cine. Desde que Basilio Martín Patino organizara a mediados de los cincuenta las célebres Conversaciones de Salamanca, para revisar el modelo cinematográfico la España franquista, el interés por el cine ha sido constante. Prueba de ello es el destacado elenco de directores que ahora difunden el nombre de la ciudad. La estela de José Luis García Sánchez y Antonio Hernández, veteranos ya en estas lides, la siguieron Chema de la Peña, Gabriel Velázquez, Rodrigo Cortés, Jonathan Cenzual, David Martín Porras, Carlos Therón… Y todos ellos coinciden en que su descubrimiento del cine como arte comenzó en los Van Dyck.

El cine, es cierto, ha cambiado mucho en las últimas décadas. La ampliación de la oferta de ocio y la competencia del vídeo restaron espectadores en los ochenta y fue preciso reinventarse, concentrando salas para reducir los gastos de mantenimiento. Y en el camino quedaron salas emblemáticas. Primero pasaron al recuerdo las de barrio, Llorente, Victoria y Taramona. Después las del centro, y el Liceo, España, Gran Vía y Coliseum quedaron en la historia. Incluso empresas que se adaptaron a la multiplicidad de salas, Bretón y Cinema Salamanca, o surgieron ya con ellas, como el efímero Ábaco en los Cipreses, no soportaron el cambio de costumbres de principios de siglo.

La situación se salvó, a pesar de todo, y el público regresó. Pero la crisis de 2008 volvió a ponerlo a prueba y los empresarios a duras penas pudieron resistir. Otra vez a comenzar, a luchar contra las plataformas audiovisuales que lo ofrecen todo con una tecnología cada vez más sofisticada, a vender el ambiente inigualable de la sala oscura en la que durante unos cien minutos el mundo exterior deja de existir. El cine resurgía de nuevo, hasta que hace cuatro meses todo se paralizó… De nuevo el contador a cero, a reiniciar el proceso de convencer al espectador de que en la esencia del cine están también sus procedimientos y rituales, los que solo son posibles en la sala de proyección.

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