Aún estoy aprendiendo
Miguel Ángel (87 años)
[dropcap]L[/dropcap]a educación universitaria es el proceso de facilitar el aprendizaje de conocimientos, ideas y valores y, tal como se concibe en la actualidad, trasfiere el protagonismo del proceso educativo del profesor al alumno, siendo el profesor quien guía ese proceso para que el alumno alcance los objetivos propuestos.
Es evidente que la ocasión “la pintan calva” y la pandemia de la COVID-19, que ha impedido la enseñanza presencial en la segunda parte del actual curso académico, ha obligado a redescubrir (acelerar) nuevas formas de enseñanza, lo que ha venido a llamarse enseñanza no presencial, enseñanza virtual o, más concretamente, enseñanza “on line”, en base a múltiples instrumentos que las nuevas tecnologías de la información (TIC) e intercomunicación hacen posible.
Desde hace ya muchos años existe un debate acerca de la aportación de las TIC al proceso educativo, como un complemento capaz de “revolucionar” la enseñanza y, ya de paso, democratizarla, al poder llegar a muchos alumnos a los que de otra forma sería imposible acceder. La pandemia COVID sería, en ese sentido, más una oportunidad que un problema, pero en eso de “transformar los problemas en oportunidades” llueve sobre mojado: tenemos el antecedente de lo sucedido con el Plan Bolonia o Espacio Europeo de Educación Superior, una propuesta europea ambiciosa cuya implementación en España no vino acompañada de los recursos necesarios y que, debido a ello, también se señaló eufemísticamente como una oportunidad para suplir la carencia de medios con las nuevas tecnologías.
Es cierto que en la última década se ha producido un incremento importante en la utilización de estas tecnologías, a través de plataformas virtuales mediante las cuales se puede acceder a repositorios de información, contenidos digitales, clases en streaming, videoconferencias exámenes “on line” y que su introducción como un recurso docente complementario ha contribuido notablemente a mejorar la enseñanza, pero no es menos cierto que el contacto directo entre profesor y alumno no es posible sustituirlo por estos medios (tampoco a través de una pantalla), igual que sucede con el contacto entre pares, que favorece la socialización, una experiencia necesaria y enriquecedora del paso por la universidad.
Profesores excelentes en la enseñanza presencial suelen ser también excelentes en el empleo de las nuevas tecnologías y, posiblemente, los primeros en implementarlas, puesto que persiguen la innovación y la excelencia docente, pero no es menos cierto que, en otras ocasiones, el empleo de estos métodos encubre cierto desinterés por el contacto directo con el alumno y la propia facultad o escuela universitaria, cuestión esta que, en sentido inverso, afecta también a los alumnos cuando no se les exige la asistencia a clase (requisito obligatorio en el grado) y obtienen fácilmente, a través de la plataforma universitaria, los contenidos que precisan para el examen (una versión moderna de los antiguos apuntes). Mi propia y larga experiencia con Studium, la plataforma virtual de la USAL, así me lo indica.
La docencia de un buen profesor incluye mucho más que la transmisión de conocimientos memorísticos que pueden adquirirse en cualquier publicación científica sin salir de casa: comprende el fomento de la curiosidad intelectual y el espíritu crítico, contextualizar lo que se aprende, el intercambio y debate de opiniones, el fomento del trabajo en equipo, y otros aspectos no menos importantes como ser “preceptor” o guía del alumno para estimular una reflexión personal que le permita conseguir autonomía de pensamiento. En resumen, la formación humana imprescindible para modelar la personalidad del alumno universitario y su disposición para interpretar y servir a la sociedad: una dimensión personal del desarrollo humano global.
Ese contacto directo no puede ser sustituido completamente por las nuevas tecnologías. Una parte importante de la formación técnica podrá serlo si se utilizan los recursos adecuados, se podrán transmitir esencialmente los conocimientos y aptitudes, pero la formación de las actitudes exige del contacto directo y prolongado entre profesor y alumno en la propia universidad.
Como señala la profesora Mercè Gisbert, experta en tecnología educativa, “hacer virtual la docencia no debe ser hacer presencial la virtualidad” y no significa “encapsular en videoconferencias la formación presencial” o transformar al profesor en “un busto parlante durante una hora, como los telediarios hace unos años”. Disponer de nuevas tecnologías no debe desvirtuar la esencia de Bolonia, estas tecnologías han de ser utilizadas, igual que los métodos docentes presenciales, para favorecer el aprendizaje autónomo de los estudiantes y el profesor debe ser guía y apoyo en el proceso.
No se trata por tanto de contraponer ambos métodos de enseñanza, presencial y virtual, sino de utilizar ambos para flexibilizar la enseñanza y el aprovechamiento de los tiempos, pero siendo conscientes que la virtualidad docente no es un nuevo paradigma de una nueva enseñanza y que ambos métodos son complementarios, pero no excluyentes.