[dropcap]E[/dropcap]n numerosas ocasiones se ha mantenido que el precio de la sostenibilidad del sistema sanitario público español es la precariedad y los bajos salarios de sus profesionales, es decir, que ese sistema sanitario “excelente” que tanto se pregona, no es mérito de una gestión excelente, sino del esfuerzo poco reconocido y mal retribuido de los profesionales que trabajan para el mismo.
El recorte continuo de la inversión viene produciendo desde hace bastantes años un deterioro constante de la cantidad y calidad de la asistencia que se presta, dando lugar a un crecimiento mantenido de la asistencia sanitaria privada. El desvío de recursos públicos a la sanidad privada en forma de conciertos, o de otras formas de ingeniería de gestión opacas, no es más que la punta del iceberg. Lo peor está aún por llegar y no se ve, pero se intuye desde la superficie emergente del bloque de hielo. A pesar de que en la mayoría de las encuestas el sistema sanitario público aún es bien valorado por los pacientes, el número de ellos que recurren a la medicina privada, con o sin conciertos, no deja de crecer, dando lugar a un importante nicho de negocio relacionado con la salud.
Esta fuga no solo afecta a los pacientes, igual sucede con los profesionales sanitarios y, especialmente con los médicos. El deterioro de las condiciones de trabajo (escaso reconocimiento, mayor carga asistencial, recortes de plantilla, precariedad, …) y los bajos salarios, favorecen que una parte muy importante de ellos, formados en el sistema público, se pasen al sector privado o compatibilicen ambos disminuyendo su dedicación y compromiso con el público. El número de médicos que se dedican en exclusiva a la sanidad pública disminuye cada año y, lo que es más llamativo, los que se pasan al sector privado son cada vez más jóvenes, que buscan en la sanidad privada un complemento del sueldo público. En el caso de la enfermería, aunque en menor medida, sucede lo mismo.
No es de extrañar tampoco que con dichas expectativas un número importante de profesionales insatisfechos con su situación en España opte por “fugarse” a trabajar a otros países europeos donde son mucho más reconocidos y están mejor pagados (después de la pandemia Covid un médico francés gana el doble que un español, un médico alemán o inglés más del doble).
Es evidente que, cuando en una empresa cualquiera (en este caso la sanidad pública), una parte importante de sus clientes (pacientes) y de sus trabajadores más cualificados (facultativos y enfermería) opta por abandonar el barco, y buscan otras soluciones, algo muy importante está fallando y la empresa, más pronto que tarde, está condenada al fracaso. Es campo abonado para los gestores ejecutivos, especializados en parcelar empresas y enajenarlas obteniendo un rápido beneficio.
Mientras aún resonaban los aplausos en los balcones, muchos sanitarios advertían de la carencia de recursos con los que se trabaja desde hace mucho tiempo (no solo durante la pandemia Covid-19) en el sistema sanitario público, y algunos de los tuits más difundidos, o de los whatsapp más reenviados, hacían referencia a que “con los aplausos no se come” y que sería preferible que los aplausos de los ciudadanos se tradujeran en un pensamiento crítico y en el futuro en votos democráticos para la mejora del sistema sanitario público, incluyendo más recursos para atender a los pacientes y más reconocimiento profesional (mejoras salariales también, por supuesto) para los trabajadores sanitarios.
Las pocas semanas transcurridas desde la finalización del primer tsunami Covid han servido para que las promesas incumplidas por la administración sanitaria hayan desvanecido su credibilidad aún más rápidamente que los aplausos (entre quienes creyeron dichas promesas).
Las recomendaciones (y el dinero) al respecto de la Unión Europea y las medidas y actuaciones de la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica, aprobadas en el Congreso de los Diputados, de cara a reformar el Sistema Nacional de Salud, tras la pandemia de la Covid-19, abren una pequeña ventana a la esperanza y, si de verdad se quiere reformar el sistema y no desmantelarlo, es precisa la participación de los profesionales en el diseño de la reforma y en su implementación, y también un desarrollo inmediato, que no está el sistema para muchas esperas. Es preciso que la necesaria e inevitable reforma del sistema sanitario público esté dirigida a mejorar la atención a los pacientes basándose en dos premisas: más cantidad (mayor actividad) y mayor calidad y, para ello, más recursos. Sin euros (bien empleados) no hay paraíso.