Estaba a punto de terminar aquella época tenebrosa de la dictadura, cuando mi recordado Félix Grande vivía uno de sus mejores momentos creativos. Fruto de aquel tiempo tan especial, surgió la mejor poesía que escribiera a lo largo de su dilatada carrera como escritor.
Cuando estaba preparando, en aquellos días, un viaje a Barcelona para recoger un premio de poesía, la casualidad hizo posible que el poeta se encontrase con un viejo amigo, que, de forma coincidente, debía ir a la ciudad Condal por las mismas fechas.
En un anochecer de aquel 1975, el poeta de Escurial de la Sierra sale de Salamanca camino de la ciudad catalana, compartiendo con su amigo y dos jóvenes extranjeros un recién estrenado Seat 127.
En las afueras de un pueblo de la provincia de Soria, ya de madrugada, por falta de combustible se vieron obligados a parar en una gasolinera. El aspecto sospechoso de aquellos viajeros motivó al empleado de la estación de servicio a llamar a la guardia civil.
Dos bigotudos guardias, armados cual si fueran a detener a unos bandidos, aparecieron repentinamente en aquella escena, propia de una película de Berlanga.
En el DNI del conductor barbudo figuraba como profesión la de estudiante, cosa que ya de entrada mosqueó a los guardias. El asunto se complicó cuando el joven italiano, con greñas y barba mal cuidada, sacó un pasaporte casi ilegible. Pero como el pastel que se estaba montando tenía que tener una buena guinda, la joven francesa, que portaba un documento de identidad mal cuidado, no se parecía en nada a la moza de la foto.
Los guardias enfurecidos, muy en su papel, caen entonces en la cuenta de que hay otro sujeto durmiendo plácidamente dentro del coche. Félix Grande, vio cómo aparecía, entre gritos, el cañón de un fusil por la ventana del automóvil apuntándole al pecho. Cuando el guardia descubrió la profesión que figuraba en el DNI de Félix, exclamó furibundo:
–¡Lo que nos faltaba! ¡Un poeta…!
El amigo de Félix me refirió años más tarde, que el vate perdió la calma liándose a voces con los guardias de forma excesivamente temeraria. Colérico, abrió el maletero del coche y, mostrándoles sus libros a los guardias, les hizo saber que los iba a denunciar ante la Comandancia de la Guardia Civil de Soria.
Félix decía, con mucha gracia rememorando este pasaje, que era seguramente la primera vez que unos libros de poesía habían puesto en su sitio a dos guardias civiles franquistas.
Recordando esta vivencia, Félix rescataba de la memoria aquel suceso en un poema sobrecogedor y antológico que describía su propia muerte.