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Opinión

Opinantes en la reserva

Imagen de Eveline de Bruin en Pixabay

 

[dropcap]E[/dropcap]n torno al cambio de milenio la prensa escrita salmantina, la clásica, en papel de oler y tocar, gozaba de buena salud. Para una capital de provincia tirando a pequeña fue un logro contar con tres periódicos locales a la vez. Salían ordinariamente con más de sesenta páginas, tenían redacción y talleres, un montón de periodistas especializados y su grupo de columnistas. Entonces criticábamos muchas cosas, como debe ser, pero la mirada retrospectiva, más teniendo en cuenta el panorama actual, nos hace recordar con cariño aquella edad dorada de la prensa local.

 

De aquellos tres diarios solo permanece La Gaceta Regional, que mantiene buena parte del legado finisecular. Los otros dos se perdieron y el que medio llegó desde fuera para ocupar el vacío y contrarrestar, lamentablemente no ha terminado de cuajar. La pérdida fue sensible. El cierre de un periódico es siempre una noticia pésima, porque la sociedad reduce sus posibilidades de verificar y contrastar la realidad de su entorno, de adquirir criterio, revisarlo o consolidarlo a través de las páginas de opinión. En plena crisis económica y con una prensa digital que ya entonces se consolidaba, la publicidad cayó en picado y en 2011 cerró Tribuna de Salamanca. Dos años después se perdía, sin que nadie hiciera nada por evitarlo, El Adelanto, que con 130 años era una de las cabeceras más antiguas de España.

Durante el estreno del milenio, los diarios finados consiguieron reunir un grupo de columnistas interesante. Morralla había también, no podemos ignorarlo, pero lo cierto es que primero Enrique Arias Vega y después, en la fase terminal, Félix Carreras, con Alberto López en la trastienda, se esforzaron por reunir en El Adelanto un buen equipo de colaboradores para la sección de opinión. Lo mismo sucedió en Tribuna de Salamanca. Ángel Luis Hernández, que recogió el testigo de su predecesora, Nieves Hernández, y en años posteriores Julián Lago, fueron conscientes de la importancia que tiene esa sección y, sin recursos, se las ingeniaron para contar con varias firmas de calidad.

Desaparecidos estos diarios, comenzó la diáspora de los columnistas. Algunos se recolocaron en la prensa digital, otros desaparecieron, lo dejaron o quedaron en la reserva a la espera de un espacio en el que opinar. Curiosamente, los mediocres, trepadores cualificados, encontraron acomodo con mayor facilidad. Sorprendió, en cambio, que alguno francamente bueno, cesante por aquella época, no haya vuelto a contar para la prensa salmantina. Entre estos está Ramiro Merino, al que he descubierto como columnista hace unos días. Francamente, no le recordaba de sus años de Tribuna, tampoco se prodigaba mucho, pero he tenido la suerte de leer ahora, en recortes amarillentos del papel añoso, varias de sus colaboraciones. Al margen de la profundidad de pensamiento y amplia cultura, la propia de un humanista de ejercicio y vocación, sobresale la prosa inmaculada con la que están escritas. Nada sobra. Nada desentona. Nada llama la atención en ese estilo limpio del filólogo educado en el saber de García de la Concha y Sánchez Zamarreño. Y pensé, como Bécquer, ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma, a la espera de una voz que como a Lázaro le diga, «Levántate y anda»!

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