[dropcap]R[/dropcap]econózcase la crítica como ese conjunto de opiniones o juicios que responden a un análisis y que pueden resultar positivos o negativos. Cojamos una serie de datos, procedamos a su despiece en laboratorio, saquemos las conclusiones parciales de cada parte y ensamblémoslas posteriormente para su empaquetado previo a la envoltura, el lazo y la dedicatoria.
Comenzaremos la práctica crítica con una ensalada de lechuga hoja de roble, por poner una variedad de cierta nobleza. Los ingredientes de la misma serán la propia lechuga, sal marina, vinagre de la procedencia que más guste y aceite, para ser subjetivamente puristas apostemos por una de jugo de extraordinaria y virginal aceituna.
Será OK o lo contrario según la mezcla resultante de esos elementos. De la coreografía resultante de las cantidades invertidas. Si te pasas con el aceite, nadarán las hojas, si te pasas con la vinagre, me guiñarás un ojo, si te pasas con la sal, te beberás un mar. Equilibrios.
Ojo con el detalle de la ensalada, porque el exceso de un participante de la receta no tiene vuelta atrás. El defecto, en cambio, sí es corregible, aunque hay quien defiende que la corrección tardía no arreglará el resultado e impedirá la perfección. No es lo mismo.
Hecha referencia a la crítica del resultado, muchas veces una satisfactoria ingesta tiene más que ver con las hambres propias que con la ejecución de las mezclas. En un estado de hambruna severa, seremos capaces de beber vinagre a tragos siempre que esté acompañada de lechuga.
¿Pasa lo mismo con las personas? Evidentemente sí y lo contrario. Dicho de otra manera, no y por supuesto. Se te dará la ideal circunstancia por la que aquel ser capaz de saciar todas tus hambres te provoque anemia en el espíritu y lo contrario, quien sabiendo a vinagre o generándote toda la sed que un Duero no pueda aplacar puede llegar a convertirse tranquilamente en tu alimento de cabecera.
Es ahora cuando te descubriría cómo reconocer la salubridad que se esconde tras cada caso, pero lamentablemente debo reconocer que la desconozco. Porque desconozco tus hambres, debería hacerte mil preguntas previas.
Voy con un ejemplo que así se entiende todo mucho mejor. Imagina a esa persona a la que se le puedan o deban reconocer mil actos beneficiosos y honorables pero de repente resulta que la ha liado parda con un asuntillo que nada tiene de beneficioso u honorable. ¿Qué hacemos con él?
Pues dependerá de tus hambres. Serán ellas y no tú quien desequilibre la balanza en un sentido u otro, quien dirá, oye, ese un montón de cosas honorables y beneficiosas no pueden ser enterradas por haberla liado un poquito. O lo contrario, claro. Esa parda liada emborrona toda honorabilidad y beneficencia previa.
Ay, Hawaii…
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