[dropcap]E[/dropcap]n estos días del estío crepuscular, cuando la escuela reinicia sus quehaceres con más incertidumbres que certezas, anda uno buscando sus ratitos de paz en la poesía. Ahora con África, una lejanía donde son posibles todas las lejanías, de mi querida y admirada Isabel Bernardo. Había tenido ya la suerte de leer aun sin publicar, en el transcurso de una actividad académica, alguno de estos poemas, desmenuzando sus entresijos y aprehendiendo todo el sentimiento y vitalidad que la poeta insufla a unos versos tremendamente arraigados a la entraña. Con ello, es lógico, uno queda atrapado y expectante a la espera de que la obra vea la luz y gozar así de su lectura. Es una poesía diáfana, muy sensorial y profundamente humana, como ella. Se maneja bien, con la desenvoltura propia de quien ya sabe que ha alcanzado la madurez y no necesita demostrar nada más a nadie.
Isabel Bernardo es ahora un referente para la poesía local del primer tercio del XXI. Y el caso es que por unas razones u otras, Salamanca siempre ha contado con buenos poetas. Muchos de ellos desconocidos en la ciudad, incluso por quienes de una forma u otra se desenvuelven entre las bambalinas de cultura. Aparte de las individualidades, llama la atención descubrir la importancia del grupo en la promoción de la poesía, por lo general en torno a una tertulia o revista.
El Álamo, publicación vinculada a Pepe Ledesma, fue la referencia clásica. Y si miramos las tertulias, la del Novelty, un establecimiento centenario imprescindible para la literatura salmantina, incluyó una sección de poesía en sus Papeles. Otra institución, igualmente emblemática y centenaria, es El Ateneo, hoy de capa caída. Para la poesía, los años dorados giraron en torno a Félix Grande. Pero como personaje centrípeto en la promoción de la poesía no podemos olvidar a Conchita San Román, que sin estar con nadie estaba para todos. Hubo un tiempo incluso que hizo de los barrios centros difusores. Allá por el Trastormes, Ferreira Cunquero dio relevancia nacional a las jornadas poéticas de La Vega. Y la Universidad Pontificia impulsó la Cátedra Fray Luis de León, que actualmente dirige sin presupuesto Asunción Escribano. La librería Hydria, dolorosamente cerrada, buscó nuevas orientaciones al negocio e intentó asociarlo a la popularización de la literatura, con algún que otro recital poético.
Estas evocaciones son páginas gloriosas de nuestra historia literaria, pero van quedando entre las nebulosas del tiempo. Hubo y hay más, como la asociación PentaDrama, que organiza presentaciones y recitales. Pero si excluimos los negocios con dineros públicos, que eso es otra cosa, en Salamanca nos queda la tertulia Papeles del Martes, la referencia por antonomasia. La fundó Emilio Rodríguez en 1983 y desde los noventa la mantuvo Luis Frayle con encomiable dedicación. Hace unos meses ha cedido el testigo de la publicación estacional a Isabel Bernardo, nuestra autora de cabecera en estas fechas. Con ella la pervivencia queda asegurada para unos cuantos años, y bien que nos alegramos, porque además de poeta meritoria es también una eficaz gestora.