[dropcap]E[/dropcap]l cantero de la cantera, orgulloso, pregonaba las bondades de su exquisito mármol a quien orejas le ofreciera. Defendía que sus piedras no eran rudas rocas sino sutiles cristales. Nadie lo negaría. Es lo natural en ese mineral. Le gustaba jugar con la metáfora de que en ocasiones, la presión es el elemento fundamental para obtener un alabado resultado. Es así como nace. Rocas calizas, temperatura y presión hasta alcanzar ese alto grado de cristalización.
Hay que poner brazo y reloj, trabajo y tiempo para que algo brille. Él lo hacía. Sin aditivos ni componentes químicos. Presión, temperatura y pulido. Sin trucos. Blancos Macael, Ibiza, Tranco, Carrara, Lilac o Volakas. Cremas Marfil, Cenia o Valencia. Negros Marquina o Calatorao. Rojos Alicante, Coralito, Levante o Bilbao. Marrones Emperador o Rain Forest. Rosas Portugués, Zarci o Levante de nuevo. Amarillos Marés o Triana. Verdes Indio o Rain forest green. Grises como el Pietra, el Marengo…
Para todos los gustos. Difícil no encontrar uno adecuado para vestir un espacio sobre el que asentar pies, para estar o para ascender o bajar, con los que firmar una pared o unir columnas. El cantero de la cantera y su orgullo.
La hilandera de los hilos, no menos orgullosa, estaba de acuerdo en todo excepto en la comparación. Ella contaba con la seda, el lino y el algodón. A ella le encandilaba el cálido tacto del terciopelo que obtenía del telar con sus dedos minuciosos. Elastizados, lisos, gofrados, estampados… Tiempo y precisión. Un mínimo error a lo largo de todo el complejo proceso de producción derivará en una pieza inservible…
Desde siempre fue ejemplo de clase y riqueza. La suavidad, la profundidad del color del tinte encargadas de enriquecer nobles y suntuosas vestimentas y ornamentos desde hace siglos. Ahora, cada vez quedan menos maestros especializados. Parece seguro que cada vez será cada vez más difícil y costoso conseguir tan refinado paño. Suficiente para ella. Orgullosa la hilandera de los hilos.
Cuando se conocieron, orgullosos, trataron de prestarse. El cantero de la cantera y la hilandera de los hilos quisieron dotar de tersura y calidez al mármol, de dureza y frialdad al terciopelo.
Las más perfectas losas junto con los más exquisitos lienzos de tela. Hicieron de la tela abrigo para la piedra. Obtuvieron tacto y perdieron ojo. Cubrieron la tela con la piedra y perdieron la temperatura. No consiguieron nada que les agradara, que mejorara lo que ya tenían antes de la mezcla. No templaron el mármol, no consiguieron otorgar firmeza al terciopelo. Aunque el mármol se vista de terciopelo, mármol se queda.
Cesaron. Desistieron. Sus muchos intentos dejaron de tener sentido. Lo que comenzó siendo un reto se reveló como un desatino. Viven felices a pesar de errar en lo intentado. Pisando suelos y escaleras de robusto mármol, compartiendo tiempo al cálido abrazo de su sofá de terciopelo.
Más información, aquí