[dropcap]E[/dropcap]l dilatado trauma de la reclusión, trazada por un bichejo que nos ha chingado el circo social que teníamos montado, exigía un reencuentro con algún tipo de expresión artística que formatease mi quebradizo reducto de esperanza.
Momento exacto para que apareciese, como un hecho prodigioso, la extraordinaria exposición fotográfica de ese mago de la luz que es Vitorino García Calderón.
Con el título Soledades, tan portentosa muestra acoge un hábitat existencial que el autor fue configurando con pluralidad de matices y propuestas durante el confinamiento forzoso que sufríamos la pasada primavera.
He visitado la exposición en tres ocasiones (y las que queden) para disfrutar de esa técnica sublime de la sencillez, que en Vitorino emerge de una necesidad creativa que, alimentada en los ámbitos de la soledad, motivó su interés por un entorno que, rodeándole desde siempre, había pasado desapercibido.
Y así surgieron esas figuras de naturaleza extinta bajo la diligente luz que las enmarca cual si fueran fruto de golpes de gubia sobre sus extrañas e incitantes fisonomías. Primavera esencial de pertinaces búsquedas y hallazgos, que Vitorino acopia para vencer el pulso del tiempo muerto, entre tonalidades exclusivas y espacios que expanden con acentuada naturalidad emergentes efluvios de belleza.
El encuentro del fotógrafo con la ciudad acuchillada por el silencio tenebroso revela, bajo un caprichoso artesonado de nubes desplomadas, la desnudez de la Plaza Mayor en ofrenda de perspectivas sorprendentes.
Y como fondo, Morille expande, en otro segmento de la exposición, encuadres de geometrías y espejismos con cielos abigarrados de nubes espectaculares, que en la mirada del autor mutan su queda mansedumbre en aliento artístico de vida imperecedera.
En el cerco de su reclusión, recrea y compone bosquejos escultóricos que provocan a conciencia una percepción sugestiva. El papel higiénico enjaulado, el estropajo sobre el capitel de una simpleza armoniosa o los utensilios folclóricos, quizás marquen, más allá de lo que vemos, esa sed creativa que diferencia al fotógrafo profesional del que vive para plasmar con turbación inquietudes y vivencias.
Esta magnífica exposición demuestra que no se precisan artilugios de última generación fotográfica para conseguir esa apoteosis afectiva que surge de la propuesta artística. La práctica totalidad de las fotografías fueron realizadas con un móvil usado con destreza, desde una predisposición que eclosiona en quien nació para mostrar el otro lado del tiempo y de la vida, desde esa mirada que solo abraza a los elegidos.
Vitorino García Calderón, con esta muestra que podemos ver en el Museo de Salamanca, reivindica, sin duda alguna, un lugar preferente en el mundo del arte, pese a esta ciudad inmersa en una metástasis artística que viene de largo. Los nuestros, desgraciadamente, siguen transitando por esos mundos opacos de la cultura, sin ese espacio plural que acoja de una forma constante y digna el valor de sus creaciones.