[dropcap]L[/dropcap]a naturaleza es un recurso inigualable para inspirar cualquier disciplina artística, las plantas, los ríos, los mares, las montañas, incluso el cuerpo humano… Perfecta sinfonía de infinitos matices que se escapan a nuestros sentidos cuando no observamos atentamente.
Para mí, es un reto fotografiarla o atreverme a interpretarla. En mis paseos disfruto de ese abanico de opciones que se abren camino a codazos ‘para salir en la foto’. Recorridos sin prisa y con vuelta atrás para continuar hacia adelante hasta acabar el trayecto.
Con antelación a la ruta decido una o dos opciones fotográficas, bien paisaje, bien detalle, contraluz… con la intención de organizarme y ensayar diferentes técnicas cada día. Como más disfruto es buscando un punto de abstracción en la imagen jugando con las formas, las distancias, las luces y las sombras.
Llevo acoplado a la cámara digital uno de los dos objetivos analógicos que me regaló Ángel Holgado (Tokina 28mm o Vivitar 28/75mm), pues no permiten la tentación del enfoque automático, lo cual me obliga a trabajar con calma, y sinceramente, disfruto más.
Excepto la improvisación humana, todo lo demás, está perfectamente sincronizado, desde la vida hasta la catástrofe que forma parte de la misma. Cuando me detengo a disfrutar de la naturaleza me siento más espectador que figurante, es tan perfecta que sin querer me excluyo de la escena.
Hoy acompañan al texto tres fotografías captadas en Tenebrón, un lugar privilegiado para sentirse espectador.
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