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Opinión

Artistas de la noche salmantina

Café Tío Vivo.

 

[dropcap]N[/dropcap]o corren buenos tiempos para el arte, como para casi nada. Por ello cualquier soplo de esperanza para este mundo tan injustamente maltratado nos llena de satisfacción. Y en estas semanas es noticia que el Colegio Calasanz ha iniciado la modalidad del Bachillerato de Artes, destinado a los alumnos con inquietudes por la cultura audiovisual, artes escénicas, publicidad, fotografía, cine, creación artística… La cultura, tan denostada y necesaria a la vez, siempre se abre camino, como la vida, porque es indisociable de la actividad humana.

 

De entre las aulas añosas del centro escolapio van surgiendo iniciativas que aspiran a ir introduciendo a los alumnos en este complicado y apasionante mundo del arte. Una de ellas, el proyecto Artistas de la noche salmantina, nos abre los ojos y lleva a reflexionar sobre la omnipresencia del arte, expresado de mil maneras distintas, en la cotidianidad de la vida.

Claudia y Cristina, pioneras en esta aventura de descubrir y promover el arte, se han lanzado a localizar y estudiar la obra de artistas reconocidos en los locales de ocio nocturno de la muy sabia, culta y docta capital del Tormes.

La noche salmantina ha gozado siempre de fama universal. Para lo bueno y para lo malo. Sus locales trascienden el ámbito local y una de las claves del éxito reside, precisamente, el buen gusto de su diseño, debido en buena parte a haber contado con pintores, escultores, en algún caso arquitectos, que han sabido darles ese toque personal y distintivo que tan buena impresión causa entre paisanos y foráneos.

La lista de estos establecimientos resultaría prolija, pero una cosa que llama la atención es la contratación de artistas incipientes, recién formados en Salamanca y de paso por la ciudad. Un jovencísimo Paco Menduiña, por ejemplo, realizó la celebrada escultura de la iguana que daba nombre al mítico pub de la calle del Consuelo, ya en el recuerdo.

O Javier Pérez, otro abulense, escultor, que dejó una interesante decoración a base de metales oxidados en La Factoría, también cerrado, y el disco bar La Mina. Más cercano nos queda Ricardo Flecha, que recién licenciado en Bellas Artes diseña treinta años atrás los interiores de El Tiovivo, Capitán  Haddock o La Posada de las Ánimas. Cuando analizamos ahora la dilatada trayectoria del reputado escultor zamorano, estos primeros trabajos ni se consideran, pero todo artista tiene sus comienzos y, aunque fuera solo decoración, ya empezamos a constatar un sentido de la estética que sirvió de prólogo a una trayectoria artística impresionante.

Años después, el pintor Jean Claude, salmantino de raíces bejaranas, nacido en Francia, asume la decoración de otros locales nocturnos, entre los que destacan las pinturas de La chica de ayer, con deliciosas evocaciones de la infancia para quienes nacieron en los sesenta e hicieron de la vida plenitud al decaer el siglo XX. La cuidada escenografía musical del Var 22, a partir de materiales preexistentes, da cuenta también del exquisito gusto de este artista al que Salamanca aún debe el reconocimiento que su obra bien merece.

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