[dropcap]E[/dropcap]s evidente que la pandemia Covid está obligando a dedicar una parte muy importante de los dispositivos asistenciales sanitarios (Centros de Salud y Hospitales) y sociales (Residencias Sanitarias) a la atención a los pacientes Covid que presentan patologías agudas que pueden poner en peligro la vida de quien se infecta por el virus.
Es evidente también que estos dispositivos asistenciales tienen no solo que prestar asistencia, sino evitar constituirse a su vez en transmisores de la infección, por lo que deben establecer protocolos rígidos que alejen de los centros a aquellos pacientes que pudieran correr el riesgo de infectarse por el simple hecho de acudir a los mismos.
Pero, ¿qué ha sido de los pacientes con enfermedades crónicas o agudas que habitualmente requieren atención sanitaria permanente?¿Donde están los pacientes que anteriormente demandaban asistencia sanitaria en centros de salud y hospitales?
Es cierto que en los meses de marzo a junio estos pacientes desaparecieron del sistema sanitario, simplemente no acudían a los centros sanitarios por miedo a infectarse, pero no por ello desaparecieron sus enfermedades y su necesidad de atención, sencillamente el miedo y la precaución les alejaron de los lugares en los que entendían que corrían mayor riesgo.
Es posible que ello diese lugar a un incremento notable de la mortalidad en estos pacientes. Existen cifras de las tasas de mortalidad en esos meses aciagos que parecen indicarlo. Se ha observado una disminución de la demanda habitual en los servicios de urgencias para patologías como infartos e ictus y documentado un incremento del número y mortalidad por los mismos en dicho periodo. Igual puede haber sucedido con otras enfermedades. Mientras los políticos se tiraban a la cabeza el número de muertos que reflejaban las estadísticas, achacando el incremento de mortalidad a la voluntad del gobierno de ocultar el número de personas que fallecían por el virus, ninguno de ellos se paró a pensar que posiblemente las personas podían estar muriendo de otras enfermedades por falta de atención.
Nos acercamos rápidamente a una segunda oleada del virus, de hecho ya estamos inmersos en ella, aunque por ahora no alcance la intensidad de la primera hora y ¡ojala que se mantenga así!, pero lo cierto es que los centros sanitarios que habían iniciado un proceso de “desescalada” durante los meses de verano, para volver lo más posible a la normalidad, han frenado en seco dicho proceso y han comenzado de nuevo la “re-escalada” para atender al azote del Covid y, por tanto, se vuelve a producir de facto el mismo proceso de relegación silenciosa y paulatina de la asistencia a los pacientes no Covid.
Quiere esto decir que los pacientes con enfermedades crónicas o pendientes de operaciones quirúrgicas vuelven a ver postergada su atención, aunque en esta ocasión, y en base a la experiencia acumulada, sea posible mantener en alguna medida el cuidado de estos pacientes siempre que los recursos disponibles lo permitan, pero si el incremento de la curva sigue en ascenso, es también posible que todos deban dedicarse a los pacientes Covid, volviendo los enfermos crónicos a constituirse en daños colaterales de la pandemia.
Este es un aspecto más de los cambios producidos por la pandemia y de los que deberíamos aprender para el futuro. Invertir en un sistema sanitario fuerte y potente es una necesidad para la vida de los ciudadanos y no solo no es una rémora para la economía, sino que se constituye como el principal soporte de la vida y de la propia economía. Sin unsistema sanitario fuerte no hay paraíso.