[dropcap]E[/dropcap]ste país llamado España no tiene remedio. La pandemia ha puesto de manifiesto que los españoles no somos ni buenos “vasallos” ni buenos “señores”. El espectáculo que están dando las clases dirigentes es de tal calibre que se está produciendo una degradación política e institucional acelerada que se ha llevado por delante la confianza de los españoles en gobernantes, instituciones y modelo de Estado, pero que también ha puesto de manifiesto que, como ciudadanos, somos enormemente egoístas e insolidarios.
Empecemos por los “señores”. Parece claro que las clases dirigentes tienen un ego enorme y se consideran el ombligo de este país. Su nivel de insensibilidad les impide conocer lo que piensa de ellos la ciudadanía, o que, si lo conocen, es solo a través del CIS, porque hace tiempo que perdieron el pulso de la calle, pero que no les importa lo más mínimo con tal que los votantes piensen peor de los políticos “rivales” (y tú más) y les voten menos que a ellos mismos, posiblemente porque saben que, a pesar de todo, de alguna manera van a seguir en el machito, ya que los ciudadanos no disponemos de mecanismos ágiles y eficaces para expulsarlos del poder que ejercen tan irresponsablemente y en su beneficio.
¿Qué cataclismo debe suceder para que cambien de actitud si cincuenta mil muertos y el avance imparable de la pobreza no consigue hacerlo? ¿Cuántos muertos más son necesarios? ¿Qué desastre económico es preciso? ¿Qué tiene que suceder para que abandonen la actitud de Yo o el caos? ¿Cuándo aprenderán que el ejercicio de la política es precisamente el arte de llegar a acuerdos que beneficien a los gobernados y no a los gobernantes? Desde sus torres de marfil con sillones confortables se comportan como sofistas que utilizan todos los medios a su alcance para que los ciudadanos les sigan votando y mantenerse en el poder cuando deberían irse ya.
Y los “vasallos”, ¿Qué pensamos los ciudadanos? ¿Cómo es posible que ante una situación como la que vivimos no solo no respondamos ante la incompetencia de nuestros gobernantes, sino que una parte importante de la sociedad tenga comportamientos igualmente irresponsables? ¿Cómo es posible que predomine el deseo de hacer reuniones familiares, viajar o ir a un bar, aunque ello suponga la propagación de un virus que mata a nuestros vecinos? ¿Cómo es posible que se considere un derecho inalienable la libertad de movimientos frente al derecho a la salud o incluso a la vida?
Muchas familias, viejos y niños incluidos, sufrieron estoicamente el confinamiento en pequeños y oscuros pisos interiores de 40 o 60 metros cuadrados, sin poder ver la luz del sol ni la calle, y su esfuerzo sirvió para frenar la primera ola de la pandemia. Muchas personas mayores murieron solos. Muchos niños cuyas familias no disponen de medios digitales vieron rota su escolarización. Muchos trabajadores perdieron el empleo, aguantaron, sobrevivieron y aún malviven esperando un tiempo mejor. Muchos profesionales sanitarios vivieron y viven la extenuación física y mental. Todos ellos fueron actores principales por un bien común: frenar el virus. ¿Aguantarán un nuevo confinamiento que es inevitable?
Como señalaba en esta columna la semana anterior muchos enfermos han perdido la oportunidad de ser atendidos por el sistema sanitario bloqueado por la Covid-19 y muchos de ellos han fallecido o están mucho peor de sus enfermedades. ¿Cómo les explicamos que van a tener que vivir lo mismo otra vez porque el sistema sanitario está nuevamente colapsado debido a la irresponsabilidad de unos cuantos?
¿Qué van a hacer los médicos cuando no dispongan de camas para ingresar pacientes? No es lo mismo la fría y aterradora estadística del número de camas ocupadas de las UCI o de la hospitalización en planta, que carecer de medios para atender a un paciente concreto, con nombre propio y mirándole a la cara.
¿Qué les podemos decir a esos ciudadanos cuando al final del confinamiento han visto que para otros la vida sigue igual cual si no pasara nada? ¿Cómo les explicamos que es posible que tengan que volver a pasar por la misma situación por la irresponsabilidad de quienes siguen organizando fiestas y reuniones que disparan las cifras de infectados y de los responsables de evitarlas?
Todo lo que viene sucediendo desde hace tiempo, y que se ha puesto de manifiesto ante una emergencia como la que vivimos, es posible porque durante años ha tenido lugar una pérdida incesante de valores éticos y una degradación del sentido social de la polis. Perdidas las referencias fundamentales para la vida en común ya no existen líneas rojas. A partir de ahí la caída es libre y la insoportable levedad del absurdo posible.