[dropcap]C[/dropcap]uando Severiano Grande García daba los últimos golpes sobre un tímpano griego de medidas descomunales, Miguel Ferrer, me decía que pocos como el escultor de Escurial lograban desvestir con tanta pasión el alma de cualquier piedra.
En Abu Simbel, al lado de Seve percibí su acentuada turbación, mientras tocaba con emocionado ensueño las esculturas faraónicas. Era como si percibiese la cercanía de quienes levantaron sobre la historia aquellas inmensas moles de piedra.
Egipto y Masaccio marcan, en el génesis de la prolífera trayectoria de Grande García, un proyecto que aúna la belleza del esplendor con las perspectivas de los volúmenes que, en la importante obra del escultor salmantino, conjugan una personalidad digna de ser admirada.
La simbiosis entre Severiano Grande y la materia nace de su pertenencia a la obra natural, que pone cinceles y gubias en manos del viento, para que talle, con el paciente transcurrir de los siglos, las colosales esculturas que desafían, indelebles en los riscos montañosos, la vida y el tiempo.
Pocos escultores de esta época tan modorra con la verdad artística, ostentan ese dominio de la talla directa, que estremece cuando es capaz de desnudar, en cada golpe certero, la emoción que va surgiendo del corazón amorfo de cualquier piedra.
Un buen amigo me decía, hace unos meses, que no podía entender cómo un escultor de esta magnitud no ha tallado ni un sólo medallón para el ágora de la ciudad, cuando algunos de los que se colocaron en estas añadas tan fuleras de la cultura, dan con demasiada claridad el cante. No me faltó tiempo para hacerle saber que Severiano Grande, por encargo del ayuntamiento de Salamanca, realizó el boceto del blasón de Unamuno y que, simplemente por una estricta ética que bendice al escultor desde siempre, se vio obligado a romper el acuerdo. El escudo que define al Unamuno que Seve ha sabido interpretar en su obra como pocos, junto a otras historias, pasajes y vivencias, esperan seguramente ver la luz algún día, para que se pueda calibrar la importancia de este escultor genial de nuestro tiempo.
El gran inconveniente de Severiano Grande García, ha sido su rectitud ante cualquier insinuación que conculque su idea personal de la vida. Severiano, en esos momentos, rescata de sus raíces familiares, (¡como recuerdo a su madre, Ramona!) el compromiso con esa decencia que le exige ir con la frente alta, para seguir defendiendo en este mundo que le agobia su verdad.
Sólo queda que abra sus puertas el museo que se alzó en Monzárbez, para mostrar su obra. Un museo que recibió la pasta gansa para su construcción y que, mediando los años, sigue como un espectro fantasmal esperando ser inaugurado. Otro rasgo más de este tiempo, en el que la cultura no pasa de ser el cachondeo de los caprichos de unos cuantos iluminados.