[dropcap]A[/dropcap]unque intento guardar la viña para que el puñetero bicho no me pise las uvas, percibo que merodea mi entorno, esperando cualquier desliz para hincarme el diente.
Cada vez estalla con más fuerza el agobio de recordar la montonera de días que estuvimos encerrados, mientras los sermones de don Simón iban delatando las fantasías de un gobierno discapacitado para coger las riendas del asunto. El esfuerzo del encarcelamiento domiciliario, siendo quizás imprescindible para detener las estadísticas mortales, se fue al carajo cuando el ¿doctor Sánchez? dijo aquellas palabras de sabio atolondrado: “Hemos vencido al virus…”. Después se puso el traje, con ese estilo cineasta de postín, largándose de vacaciones para celebrar la enésima victoria de su terca ceguedad.
El problema es que, mientras la ministrada se daba al goce vacacional queriéndonos embutir su insensatez, el monstruo invisible había derribado la puerta de nuestra conformidad para convertirse en el más terrible ocupa de nuestras vidas. Ante esto, las tímidas, nefastas y lamentables normativas, dictadas bajo las pasmosas homilías del morador (esperemos que accidental) de la Moncloa, sin medios coactivos que obligasen su cumplimiento, posibilitaron que toda la vasca se metiese en un festivo botellón nacional que ahora multiplica sus fatales consecuencias.
El caso es que hay miles de muertos bajo las escombreras del olvido reclamando justicia, mientras asistimos a la verbena popular del caos que nos han montado en la plaza de nuestras desgracias los repugnantes intereses políticos de las distintas administraciones. Se trata solo de seguir cultivando el horizonte del voto y dar cacho al bajel nacionalista que, navegando a su antojo, no pondrá nunca en peligro las llaves de la Moncloa.
Y como fondo del paisaje tormentoso que nos cubre, la economía anuncia por sí misma (pese a toda la propaganda de tebeo gubernamental) que la pobreza avanza hacia nosotros de forma imparable.
Tenemos la desgracia de que esta pesadilla aumenta sus argumentos bajo la sensación de que las riendas económicas nos van llevando hacia el barranco, mientras vemos en otros países cómo autónomos y trabajadores reciben la ayuda lógica y necesaria para sortear este drama internacional que vivimos.
Aquí, qué triste es reconocerlo y decirlo, muchos compatriotas hacen cola en los bancos de alimentos, ante la desesperación de haberse convertido en los invisibles desheredados de nuestro tiempo.